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El padrino de las canicas

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Domingo, Noviembre 20, 2016 - 00:05

Se encontraban reunidos en la oficina: el salón 4. ° B de la primaria ‘Inocencio Eugenio’. Allí estaba don Carlo Gutti, conocido como ‘El Padrino’, jefe de la organización. Su pupitre estaba en el último puesto de la última fila. Poseía un recubrimiento en almohadillas y acabados tipo Luis XVI. Sin su permiso nadie podía jugar bolita de uñita. Era dueño de los territorios de arena y todos debían pagarle tributo. Fue el creador del sistema de ventas que permitía comprar canicas a cuotas, empeñar, canjear por un libro, comida u otro objeto de igual valor. Le gustaba la hermana de Gino y tenía en mente conquistar los territorios de cemento. Colombo era el segundo al mando. Su padre era odontólogo y por eso tenía una calza de oro en el incisivo izquierdo, que él mismo le pidió de cumpleaños para verse más rudo. No tenía apodo. Era el encargado de recolectar el tributo en las dos modalidades de juego: apuestas y recreativo. No solo era hábil de mente sino con las manos, pues él mismo había implantado en los archivos del colegio, tanto la falsa identidad de Tanino como el requerimiento de una silla ergonómica para la pseudoartritis de don Carlo. Sabía cobrar bien los favores, hasta el punto de lograr la desaparición de los expedientes que cubrían denuncias de todo tipo y anotaciones de enfermería con accidentes inusuales dentro del colegio: un niño siendo arrastrado por una cometa o atorándose con un flan. Tanino era el responsable de las ventas. Sin él la organización no producía. Apodado ‘El Súper’ por don Carlo, desde el día en que, al presentarle el recaudo, llegó con un libro que hacía gala de su personalidad: El superzorro, de Roald Dahl. No hacía parte del colegio y para los profesores era un mastodonte del sexto año conocido como Víctor Iván Valencia. De último estaba Gino, alias ‘Andreíta’ o ‘Cuñao’. No le gustaba ninguno de sus apodos. Era el supervisor de las explanadas alrededor de los árboles, lugares donde ocurría la mayor actividad. Se peinaba aplastándose el pelo hacia atrás. Solo estaba allí porque a don Carlo le gustaba su hermana.

—Se me separa ese grupito, esa mafia allá atrás, o se me quedan sin recreo —los regañó el profesor Manotas y añadió con la mirada fija en Tanino—: Váyase para su clase, Valencia.

La reunión que llevaban a cabo se había concretado de todos modos. Don Carlo había delegado la supervisión del ‘Segundo campeonato de bolita de uñita’ a Gino. Colombo no estaba de acuerdo, le parecía sospechoso. Además, el año anterior Gino había sido monitor de una clase, en otras palabras: mascota de los maestros. A Tanino tampoco le gustaba Gino. Le gustaba era su hermana. En su concepto tenía cara de soplón, y cierto brillo en el ojo le recordaba la avaricia y concupiscencia de los compradores de bolitas. Sabía que podía esperar cualquier cosa de él. Pero una orden era una orden. Gino se encargaría del campeonato. Tanino llevaría consigo el premio: 150 bolitas de cristal. Todo estaba arreglado. Ganaría Pérez, que era el favorito y pertenecía al salón de ellos. Solo se le pagaría con 25 bolitas más protección. Las 125 bolitas restantes eran para comercializar. Tanino las haría desaparecer como un dulce en la boca de un niño. Era una tarea sencilla. Don Carlo no podía estar presente por una cita con el odontólogo. Colombo lo iba a acompañar y de paso visitaría a su papá en el trabajo.

Al día siguiente se disputaba la final del campeonato. Excepto por los profesores, el resto del colegio estaba allí. Incluso Máximo, ‘detodero del colegio’, que no se perdía nunca una final. Sabía todo acerca del negocio y nunca había delatado a nadie. Gino era el juez e impartía las reglas de juego. Explicaba que eran tres golpes: herido, grave y muerto. Sin hoyito no se ganaba. No valía adelantar mano, mucho menos alzarla. Tampoco poner el zapato detrás de la bolita para frenar la otra, mejor conocido como contra. Tanino se burló de la explicación de Gino y lo llamó ‘Andreíta’, haciendo reír a todos los presentes. Gino le esbozó una sonrisa tan enfermiza a Tanino que le hizo recordar aquella noche en la que escuchó chocar las bolitas de uñita debajo de su cama. Continuó su explicación y aclaró que si la bolita salía del terreno de juego no se podía entrar disparando por cualquier lado. Se entraba por donde salía. En caso de dupla, es decir, que se pegaran dos bolitas, el primero que llegara a la raya ganaba la ventaja del turno.

Tanino se fue a otro lado para dedicarse a lo suyo. A lo que mejor sabía hacer: vender bolitas de uñitas. Siempre enganchaba a sus clientes con las coleccionables. Estas eran bolitas que solo don Carlo Gutti poseía, pero que nunca utilizaba. Nada más era mostrarlas y listo, terminaban comprándole cuatro, cinco o seis de cristal, las más comunes.

Abordó a un muchacho de quinto y le mostró una apodada ‘la vía láctea’. En los ojos del niño se podía ver el destello que causaba la bolita en sus ojos, dejándolo deslumbrado, como si la viera por primera vez. Esto no solo aumentó la ingenuidad en su rostro sino las ansias en su cuerpo para obtenerla. Quedó enganchado.

—¿Cuánto? —dijo apresurado el muchacho.

—No, esa no se compra. Esa se gana, y para eso tienes que jugar.

—Listo.

—Verás: Yo no te doy el pez, te enseño a pescarlo —aseveró Tanino y le aconsejó con tono de sabio—. Sale en la Biblia, deberías estar más atento a la clase de Religión.

—Muestra qué tienes en esa bolsita —dijo el muchacho sin darle importancia al consejo, solo quería comprarle.

—Bolsita —le contestó con sarcasmo—. Mira lo que te tengo. —Y empezó a sacar tantas bolitas de uñita que parecía que tuviera ocho brazos.

—Pareces un pulpo —le aseguró el muchacho al ver la facilidad con la que manejaba las bolitas.

—Un calamar —le corrigió Tanino, y agregó—: tiene los mismos ocho brazos que un pulpo más dos tentáculos. Eso le da ventaja. Deberías prestar más atención a la clase de Naturales.

—Muestra rápido.

Esa era una de las tantas estrategias de Tanino, crear desespero para que al momento de verlas no hubiera ningún tipo de moderación. Era como dejar pasar hambre a un animal y luego darle de comer. Cruel pero necesario para el negocio. Él lo sabía, don Carlo se lo había enseñado; pero él ya lo sabía.

—Para empezar te tengo las de cristales de 16 milímetros de sabiduría en el aire. Si vas a jugar, estas son tus aliadas para la competencia: el ojo de tigre, la flor de loto, las de cristal tornasolado, las de un solo color, de dos, de tres o de cuatro. Mira esta tipo pétalos de rosas, en blanco, en azul, en rojo; también tengo de lirios, de gladiolos, de narcisos, de tulipán, de caléndula, de astromelias. Si eres de los aficionados a la política te tengo las de los países: la peruana, la colombiana, la española, la alemana, la egipcia, la camerunesa, la jamaiquina, la cubana, la rumana, la de Rusia normal e invertida, la de Ecuador, que se parece a la colombiana, pero no es la misma. Son dos países diferentes. La de Georgia del Sur, la brasilera, la de Surinam, ni sabías que estaba en Suramérica; la panameña, la italiana, la belga, la china, la neozelandesa, y si eres de los nostálgicos: la yugoslava, que ya ni siquiera es un país; deberías prestar más atención a Geografía. También tengo las de hueso, mi hermano, estas poseen la virtud de escarchar, romper, agrietar o como tú lo quieras llamar cuando le partes la bolita al otro. También se conocen como las de leche o lecheras, las tengo blancas con líneas de colores, delgadas, gruesas, veteadas a lo largo, a lo ancho, en el costado, de un color, de dos o de tres, inclusive de nacionalidades con fondos cambiantes, todavía más banderas de países que ni siquiera existen, ¿dime si eso no es futurista? Las que parecen brownies con helado o un cono de vainilla, o en su totalidad blancas, como el arroz, o en capas como la cebolla roja. Te tengo las miniaturas que no son para la competencia, pero que en sus 12 milímetros divierten como un cachorro: las fun size, hasta en inglés te hablo para que te las lleves. Mira, tengo las de cristal, con un punto, con tres o con siete, en Argentina ya no las fabrican, mucha diversión, no podían con la euforia; con chispitas, sin chispitas, que brillan en la oscuridad, que producen su propia luz, las que vienen en las botellas de whisky, tú sabes, en el pico de la botella, lo partes y ahí está. Bueno, conmigo te evitas la cortada en los dedos. Claro, si eres de los rudos, tengo los balines de todo tamaño. Los bolinchones o bolón, llámalos como quieras, es un país libre, de 25 milímetros, de 16, de 12, de 10, sacados de una trasmisión, de una esférica, de un cigüeñal, carajo ni siquiera hay balines allí. Por supuesto, este tipo de juego es ya kamikaze: ¿sabes qué son? Deberías prestar más atención en la clase de Historia. Si quieres el mismo vértigo, pero que no haya heridos, tengo las que salen de la bola del mouse, recubiertas de un caucho especial informático Windows 98. Y, por último, las que todos quieren, pero nadie juega con ellas: las coleccionables. ¿Utilizas gafas? Deberías ponértelas para lo que vas a ver. Dicen que el propio don Carlo Gutti las llevó a bendecir al Vaticano, que es un país dentro de Italia, ubicado en Roma; por cierto, te tengo las tres banderas de esos tres lugares en cristal, en hueso y si quieres te las pinto en los balines. Mira estas preciosuras. A esta se le conoce como la pimientica, la payaso, la huevo de codorniz, de avestruz, de ornitorrinco, que es un ave pero también un mamífero, ¿ya captas? Tú sabes lo que cuesta hacer poner un huevo a un elefante: es infinito. Las que son de agua o las agüita, con los sietes colores del mar. ¿Has ido a San Andrés? Deberías ir, dile a tu papá que te lleve. Las pimientica blanca, las que no son de pimienta, sino de achiote. Las ónix, las karatecas, las que son todas negras, con flamas amarillas, rojas, verdes, violetas, blancas. Las cebras, que no sabes si son negras con blanco o blancas con negro. Las nebulosas, las del dragón volador, las petroleras, tanto de gasolina como de ACPM, las supernova, las cometa, las panda, panda rojo y panda gigante, y también de oso de anteojos; las de frijol rojo, los de cabecita negra, los palomitos, las del hombre araña, la quemadura de sol, las de cristal de bohemia, de vidrio, de madera, ya sea en roble o en pino, las de las tortugas ninja, las que son en su totalidad rojas con vetos amarillos, azul cielo con vetas plateadas y achocolatadas, carajo, tengo hasta las que no están en esta lista, las que me faltaron, hasta las de decoración de mi madre, que me costó un chancletazo, pero aquí estoy, y por último la favorita de don Carlo Gutti: la Panthera Tigris Serenas, esta es tan exclusiva que tiene su propio nombre en latín y sería algo así como: tigre blanco del Serengueti.

Cuando el muchacho de quinto quiso hacer su pedido, gritó una voz entre el tumulto:

—¡Manotas!

Tanino quedó tan deslumbrado al ver al profesor, que parecía un cliente suyo viendo las coleccionables. Sabía que lo habían delatado, y un solo pensamiento le recorría la cabeza: «Ah, no es ni tan bonita la hermana de Gino».

Nelson Gutiérrez Solana: (Cartagena, 1988). Profesional en Relaciones Internacionales con una Maestría en Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Barcelona. Asistió a la Escuela de redacción Olga Emiliani, auspiciado por el periódico EL HERALDO. Es miembro del Taller literario ‘José Félix Fuenmayor’. Con este cuento obtuvo el primer premio del estímulo RELATA 2016, en la modalidad asistente a taller.

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