Domingo, Diciembre 11, 2016 - 00:00
La escritora uruguaya Fernanda Trías ha construido su obra en torno a la vulnerabilidad de las personas, y los recursos que usan en momentos de dificultad. Latitud conversó con ella sobre la temática de su obra y su percepción sobre Colombia y la literatura del país.
Fernanda Trías (Montevideo, 1976) llegó a Colombia en 2015 para promocionar su novela La azotea. Había sido publicada por primera vez en 2001, pero en esta oportunidad corría con una nueva edición a cargo de Laguna Libros. «Vine invitada a la Feria del Libro, en Bogotá, y luego me gustó tanto que dije: ¿por qué no quedarme aquí?», recuerda la escritora con esa despreocupación que solo tienen los trotamundos. Antes había vivido en Provins, Berlín, Valparaíso, Buenos Aires y Nueva York, así que Bogotá es apenas el último lugar del mapa que le ha tocado en suerte. «Sos una vagabunda», le dijo alguna vez su amigo el escritor Mario Levrero para justificar sus constantes viajes.
Además de La azotea, Fernanda Trías ha publicado los libros Cuaderno para un solo ojo (2002), El regreso (2013), Bienes muebles (2013) y No soñarás flores (2016), una serie de relatos cortos «que se regocijan en lo ordinario del ser humano, en sus miserias y vulnerabilidades», según la periodista Julia Alegre.
Carátulas de algunos de los libros de la escritora uruguaya.
P: ‘La azotea’ y algunos cuentos de ‘No soñarás flores’ son historias sobre una familia que se derrumba, ¿de dónde viene este interés?
R: No suelo pensar demasiado en el origen de ciertos temas recurrentes u obsesiones, porque prefiero mantener una sana distancia o ‘inconsciencia’ sobre mis propios materiales. Lo que me interesa no es tanto la familia en sí, mucho menos el derrumbe de la familia como institución, sino el estado de desprotección, de intemperie, de vulnerabilidad que genera ese derrumbe y las estrategias de autoprotección de las que echan mano los afectados. Muchas veces, esas estrategias terminan siendo incluso más destructivas para sí mismos y para los demás, pero nacen de un dolor particular, del miedo (que al fin de cuentas también es dolor), de la desesperación.
P: En esas familias disfuncionales también está la presencia de una niña que muere. La muerte es algo muy presente. ¿Cómo asocias en tu escritura esa idea de la muerte?
R: La muerte me interesa porque es el reverso de la vida. Me parece que a muchos escritores nos obsesiona simplemente porque es fascinante, misteriosa. La muerte es el alivio y al mismo tiempo, el dolor de la pérdida. Tiene muchas aristas, y eso la vuelve un tema complejo e inagotable para la literatura.
P: El abandono al que se ven sometidos varios de tus personajes, ¿es otra forma de morir acaso?
R: Sí. Todo cambio es una manera de morir. Pero por ser el reverso, también es una manera de nacer. El problema es que no todo el mundo sabe o puede rehacerse después de una pérdida. O, si lo hace, no logra sobreponerse a las cicatrices, que son inevitables. A mí me intriga más la idea de la cicatriz que la del abandono en sí. ¿Qué hacer con la cicatriz?, ¿maquillarla?, ¿evitar mirar para ese lado?, ¿exhibirla con
orgullo?, ¿asumirla? La cicatriz te obliga a tomar una posición.
P: En tus historias, los personajes tienen una relación distante –en ocasiones hostil– con la ciudad que habitan. ¿De qué manera influye tu percepción de ciudad en la construcción de tus personajes?
R: La ciudad es, para mí, un lugar hostil, pero porque considero que la vida es hostil, una batalla que se renueva a diario. No se trata de una dicotomía ciudad versus campo, ni un juicio de valor. Lo que pienso de la ciudad ya lo dijo Kavafis:
No hallarás otra tierra ni otra mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios
llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques
–no hay–,
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
P: En una entrevista anterior dijiste que «lo peor que me pasó y lo mejor que me pasó ocurrió en Buenos Aires». ¿Podrías afirmar lo mismo de tu experiencia en Bogotá y en Colombia?
R: Colombia ha sido una experiencia estimulante. Estos casi dos años en Bogotá se vinculan con lo sensorial: sabores, colores y toda la maraña de sonidos que es esta ciudad. Sensorial, también, porque vivir en la altura me ha traído una conciencia constante del cuerpo, del funcionamiento de los pulmones, de la velocidad a la que late el corazón, de la falta de aire… y a eso se le suma el clima, la sensación de frío y de calor, el ‘fríocalor’ bogotano que se va alternando de manera constante, la lluvia, la humedad, y de pronto ese sol bastante hostil. Asocio Bogotá con el olor de los gases que sueltan las busetas a la hora pico, y el humo negro que deja una nube en la carrera séptima. La lentitud de los trancones, por un lado, y la velocidad a la que se mueve la ciudad, por el otro. Es una serie de contradicciones que no permite que los sentidos se adormezcan.
P: ¿Cuál es tu percepción de la literatura colombiana?
R: Conocía poco de la literatura colombiana antes de venir, pero enseguida me puse la tarea de leer todo lo que mis amigos de confianza me recomendaban, como Tomás González, José Félix Fuenmayor, José Antonio Osorio Lizarazo y Jaime Jaramillo Escobar. Conocer la tradición literaria, tanto la que constituye el canon como la otra, la más underground, es esencial para desarrollar una sensación de pertenencia.
Fabián Buelvas (Barranquilla, 1985). Escritor y psicólogo. Ha escrito para ‘El Malpensante’, ‘Cartel Urbano’, ‘Literariedad’ y ‘Corónica’.
Fabián Buelvas
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