Domingo, Diciembre 11, 2016 - 00:00
Cuando se escriba la historia cotidiana de la Costa Caribe colombiana, un capítulo deberá ser dedicado a las abuelas árabes, esas mujeres que fueron jóvenes muy bellas, que tuvieron el rostro exótico y distante y atravesaron el océano en busca de la tierra prometida.
Y la encontraron. Cuando los árabes decidieron abandonar las tierras del imperio otomano, comenzaron a andar por el mundo con un pasaporte turco que era, tal vez, la señal más afrentosa de su errancia. Llegaron en grupos reducidos, pobres o empobrecidos por la tiranía ocupacionista, a bordo de barcos que hacían la travesía en muchos días y en muchas noches y que al pasar por el Golfo de México les anunciaban la aparición de ese nuevo mundo: abundancias de la tierra, climas variados, naciones apenas en formación (algunas recién salidas o aún bajo el dominio español), un montón de sueños por hacer y un singular desafío de la supervivencia en esa tierra generosa pero extraña, que comenzó por hacerle gracias a su lengua inconclusa y urgida con los apremios sociales.
Querían ser entendidos, querían un lugar bajo el sol, querían quedarse. Hicieron tiendas, se fueron de buhoneros por playones desolados, pusieron ventorrillos a las orillas de los ríos, afrontaron señalamientos y discriminaciones, crecieron y expandieron los negocios y labraron el camino para que sus hijos, herederos de fortunas que no labraron, incursionaran en la política.
Por entonces, la mayoría de los que llegaron eran cristianos pobres y muy pronto se dedicaron al comercio. Fundaron familias que fueron, sucesivamente entrelazándose hasta constituir pequeñas pero crecientes comunidades. Y en ellas, la presencia de la mujer fue decisiva.
La mujer árabe, si bien atada al universo doméstico por viejas reminiscencias religiosas y patriarcales, desarrolló, gracias al trabajo voluntario, un sentido oculto de la independencia, del que carecieron las mujeres de otros mundos. Desprovistos de las irrealidades del abolengo y de la estupidez improductiva que seguía aferrada al latifundio estacionario, los árabes y las árabes no tenían vergüenzas ajenas que enfrentar mientras se lanzaban al trabajo, en sus más minúsculas y más complejas manifestaciones. Para ellos, miembros de una cultura milenaria que no tenía tampoco cuentas que responder ante la cárcel de los prejuicios hispánicos, lo importante era el progreso económico, la asimilación cultural, la armonización de sus valores ancestrales con las exigencias del nuevo mundo. La mujer árabe, con naturales excepciones, sabía trabajar en medio de la abundancia, sabía ir al mercado, comprar y regatear, sabía el costo verdadero del dinero y bien pronto se la vio al frente del mostrador, en la compra y venta de telas, en la coadministración de los negocios.
Esa mujer, aunque tenía en sí las lógicas contradicciones raciales y culturales de todos los miembros de su colectividad, supo entender las exigencias del nuevo mundo. Instauró en muchos casos un matriarcado dinámico capaz de soportar y administrar el crecimiento de la familia y el ascenso social de su grupo familiar. Y capaz, también, de hacerles frente a las contingencias, desastres, calamidades y desafíos de la vida social.
Cuando se hizo abuela, trató de defender la familia extensa, de reunirla alrededor de la misma mesa el fin de semana. De mostrarles a los nietos los más diversos, ruidosos y ásperos senderos con frases sentenciosas e inapelables. De reafirmar los rituales inviolables de la vinculación entre los miembros de la familia. De marcar los valores como si fueran las únicas pisadas en el desierto. Muchas de sus creencias, de sus hábitos, de sus refranes, de sus formas de interpretar lo cotidiano, arraigaron para siempre en la mentalidad costeña.
José Daccaret y Zoila Giha, en Belén, en 1950.
Carátula del libro póstumo de García Usta;
Pasaporte de la República Árabe Unida, perteneciente a Josefina Baladí de Saer
Una curiosa foto de la cantante barranquillera Shakira, en 1988
Julia Turbay de Turbay.
Jorge García Usta
sumario:
Revista Latitud presenta un fragmento del libro ‘Árabes en Macondo’, obra póstuma que reúne los ensayos del escritor Jorge García Usta, y obra imprescindible para entender la inmigración árabe en el Caribe colombiano.
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