Domingo, Enero 22, 2017 - 14:43
Una vaca —Bendito sea el día— ha caído, sin darse cuenta, en un refugio subterráneo para bombardeos atómicos.
Una vaca cayó —sin darse cuenta; total, las vacas no suelen darse cuenta de sus actos— en un refugio subterráneo para bombardeos atómicos.
Una vaca, en la búsqueda de un lugar fresco y seco donde pastar a gusto, ha caído, de seguro pensando en un cambio de estrato favorable, en un hueco demasiado sofisticado para ser una cueva, es decir, en un refugio subterráneo para bombardeos atómicos.
Esta vaca desconoce su paradero, total, las vacas no suelen darse cuenta de sus actos, y en este momento debe estar admirando las cualidades pictóricas del lugar; vaca que se respete es hechizada de inmediato por cambios repentinos que le producen gran turbación, estado anímico del que le es muy difícil salir. Puede permanecer, por lo tanto, estática por horas en el reconocimiento del nuevo espacio y entiéndase que horas en el lenguaje vacuno no tiene el mismo valor semántico que en el lenguaje humano y eso, presumiendo que existan valores semánticos en el lenguaje de una vaca.
Una vaca ha caído —cayó— en un búnker, días previos a la detonación de la bomba H.
Sin explicación alguna —como todo suceso trascendental en la historia de la humanidad—, un animal de tan gran tamaño ha podido entrar por una puerta concienzudamente diseñada para admitir solo a mujeres, niños y hombres notables1 .
La bomba H., agente principal en un proyecto de limpieza interplanetaria con miras a una nueva oportunidad, la esperanza de una nueva raza, — ¿Por qué no satisfacer de una vez por todas las perennes ambiciones eugenésicas escondidas en el subconsciente colectivo?— va a ser lanzada pronto, en un pronto expresado en cifras humanas, no vacunas.
Y he aquí que una vaca, animal ignorante y estúpido por excelencia, tendrá el privilegio de ser la única sobreviviente, por encima de cualquier espécimen humano y de cualquier otra especie animal, condenando al absurdo toda obra anterior, todo monumento, todo libro, toda Torre de Babel.
Progenie compuesta de vacas, millares de ellas, en una pesadilla en adelante sin fin. Pesadilla de pesadillas, humillación de humillaciones, futilidad de todo esfuerzo anterior. He aquí el futuro, haciendo gala de sus arbitrarias intenciones para con la noble humanidad: raza en vía de extinción, triunfo de la estupidez sobre la inteligencia.
Consternación de las mentes antes envanecidas por haber logrado la proeza de clasificar en la tripulación del búnker. Reacciones encontradas entre amas de casa y obreros —población rasa dispuesta a morir por el bien de la raza— Carcajada de cínicos. Llanto de inocentes ancianos. Indiferencia de niños y dementes.
Una vaca ha caído una mañana, en un refugio subterráneo para bombardeos atómicos, sin que los políticos pudieran preverlo ni evitarlo.
Se piensa incinerar al animal y sacarlo por pedazos del hogar. No se puede, no hay tiempo. Nadie conoce a la vaca, la vaca no responde a ningún llamado, la vaca no tiene dueño. Miles de millones ¡ay! se han perdido, provisiones en un nuevo mundo condenado a la repetición, ahora convertidas en pasto, masticadas y alojadas ¡ay! en alguno de los cuatro estómagos de la vaca.
Venid y adorad, hermanos, a la Gran Vaca que vino a poner fin a la soberbia de la humanidad; ensalzad y elevad vuestras súplicas al único ser que proveerá vuestras vidas de algo parecido a la redención. Postraos y reconoced que sois nada ante los designios de la providencia, hoy representada en una vaca.
Una vaca —Bendito sea el día— ha caído —cayó— sin darse cuenta, en un refugio subterráneo para bombardeos atómicos.
1Es bien sabido que la inteligencia y la habilidad para destacarse y ser útil a la raza humana van ligadas a una constitución delgada, casi esquelética, clasificación del Dr. K. Una figura rolliza corresponde a alguien que piensa sólo en su propia satisfacción, hábito que pronto lo hace alejarse de ideales nobilísimos. Remitirse a estudios de la Universidad C.
María Alejandra Jiménez
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