La posesión en días pasados del presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, representa un giro significativo en la práctica democrática alrededor del mundo. Pero los hechos ocurridos al día siguiente hacen de esta una fecha importante. Más de 500 personas participaron en la Marcha de las Mujeres en Washington D.C. con el fin de generar un contrapeso político frente a la retórica de las pasadas elecciones acerca de la diversidad, los derechos
civiles y los grupos marginalizados. Además, la marcha hace parte de la discusión sobre el papel que los movimientos sociales van a desempeñar en el ejercicio político
en los próximos años.
El persuasivo discurso de despedida de Barack Obama es el llamado de atención más reciente: «Si algo necesita arreglarse, entonces amárrate los zapatos y organízate».
Los movimientos sociales usualmente amalgaman a un grupo de individuos alrededor de un tema específico. Algunas veces las personas deciden llevar sus quejas a la calle en forma de protesta política, buscando influir
‘desde afuera’, sin haber sido escogidos democráticamente. De esta manera, los movimientos sociales pueden controlar el poder de los líderes políticos que se han elegido a través de plataformas populistas y con tendencias demagógicas; estos, a largo plazo, suelen fracasar en la provisión de políticas públicas realistas y sostenibles.
Movimientos sociales y las nuevas tecnologías de la comunicación
Los movimientos sociales están moldeando la práctica democrática actual. El movimiento Occupy Wall Street y los movimientos de Ocupación representan un claro ejemplo. Los mismos se originaron a partir de un blog inspirado por la crisis financiera del 2008, tras lo cual el movimiento rápidamente se convirtió en una sensación mediática que se propagó a otros centros regionales. Recientemente, muchos de los mismos manifestantes se volcaron a apoyar la exitosa campaña de Bernie Sanders para la Presidencia de Estados Unidos en 2016.
La demanda por espacios democráticos alternativos se ha cristalizado en «una triplicación en el número de movimientos sociales a nivel global», según el libro Partidos políticos y movimientos ciudadanos en Asia y Europa.
Varios factores han aumentado el atractivo de estos movimientos. Por una parte, el número de miembros de los partidos políticos se ha reducido, en tanto el nivel de insatisfacción frente al funcionamiento de los partidos políticos ha crecido. Por otra parte, los movimientos sociales han sido especialmente hábiles en explotar el potencial de las nuevas tecnologías para alcanzar nuevos seguidores y ejercer presión sobre los políticos.
Estos nuevos motores de democracia directa se nutren de la creciente disponibilidad de medios de comunicación. Actualmente, cerca del 40 por ciento de la población tiene acceso a internet, un incremento considerable con respecto a 1995, cuando solamente el 1 por ciento contaba con este servicio. Los teléfonos móviles también son de amplio uso: se espera que el número de consumidores alcance los 4,77 mil millones en el 2017.
Igualmente, con la proliferación de las redes sociales, las personas tienen muchos más caminos para conectarse con sus representantes. Facebook cuenta con más de mil millones de usuarios al día, en tanto Twitter tenía 320 millones de usuarios a marzo de 2016, e Instagram tenía 600 millones de usuarios activos a diciembre de 2016.
Al mismo tiempo, los medios de comunicación tradicionales también se han transformado. Algunas personas mencionan, por ejemplo, la «explosión de los podcasts» gracias a lo cual la radio ha pasado a ser un medio de comunicación basado en la web. La televisión también se ha tenido que adaptar a esta nueva era tecnológica. La mayoría de los canales ofrecen clips cortos a través de YouTube, con la esperanza de generar más interés entre los televidentes.
Este panorama tecnológico ha permitido que surjan innovaciones políticas como el activismo a través de hashtags; esto es, el uso estratégico de hashtags en Twitter para hacer campañas virtuales. Uno de los ejemplos más exitosos ha sido el movimiento #BlackLivesMatter, el cual surgió en Estados Unidos en el 2012. Este movimiento se cimentó en el movimiento de liberación negra de los años 60 y lo reencaminó hacia nuevas demandas de responsabilidad policial por el asesinato de hombres afroamericanos. El grupo le ha dado una visibilidad sin precedentes a esta causa; con ello han logrado, entre otras cosas, la renuncia del rector de la Universidad de Missouri por acusaciones de prácticas racistas en el campus y el cambio de nombre de algunos de los edificios en la Universidad Georgetown —los cuales solían llevar el nombre de propietarios de esclavos—, así como movilizar el sentimiento del público con el fin de eliminar la bandera confederada de la Cámara de Representantes de Carolina del Sur.
¿Pueden los movimientos sociales reemplazar a los partidos políticos?
La gran oferta de herramientas para la comunicación y la creciente importancia de los movimientos sociales sugieren que el activismo político continuará en auge durante los próximos años. La actual división política contribuirá aún más a catalizar estos procesos.
Pero mientras los movimientos sociales están desafiando el papel de los partidos políticos como los intermediarios más importantes entre los ciudadanos y sus gobiernos, no es correcto asumir que los movimientos pueden reemplazar por completo a los partidos. Estar fuera de la élite a menudo impide que los movimientos traduzcan sus demandas en cambios políticos concretos —para la decepción de muchos de sus seguidores.
Debido a esto, algunos manifestantes eventualmente deciden filtrar sus iniciativas a través de los canales tradicionales antes de perder su ‘cuarto de hora’. La creación del Partido Aam Aadmi, en India, ilustra este proceso.
El movimiento originalmente comenzó con la huelga de hambre de la activista Anna Hazare en 2011. Ella demandaba el establecimiento de un defensor del Pueblo capaz de atacar la corrupción en ese país, lo cual inspiró a un grupo de personas a reunirse en lo que entonces se conoció como ‘El Tahir Square Indio’. El impacto de las protestas se intensificó además por su amplia cobertura mediática y la presión que se generó a través de las redes sociales. Pero eventualmente los manifestantes se dieron cuenta de que “la clase política gobernante no cedería ni abandonaría el poder con el fin de instaurar grandes reformas contra la corrupción”, como describe el Movimiento Mundial para la Democracia. Así las cosas, los manifestantes no tuvieron más opción que convertirse en un partido formal para alcanzar reformas políticas tangibles. Pero, para un movimiento social convertirse en partido político puede ser un proceso doloroso. El partido Aam Aadmi, por ejemplo, ha tenido que enfrentar sus propias acusaciones de corrupción al interior de sus filas.
Lo que los políticos tradicionales pueden aprender de los movimientos sociales
Si los movimientos sociales están aquí para quedarse, los políticos deben aprender a responder a los mismos. Y no es que los políticos tradicionales hayan estado completamente ajenos al potencial que ofrecen las nuevas tecnologías. La exitosa campaña de Justin Trudeau, en Canadá, revela el uso sagaz de las redes sociales durante las elecciones. El entonces candidato logró llegar al 40 por ciento de la población de su país a través de Facebook e Instagram. La recompensa, además, fue enorme, dado lo barato y fácil que es usar estas herramientas. Con algunas fotos espontáneas en el gimnasio y la fiesta de Navidad, la BBC ya estaba reportando sobre la rutina de ejercicios de Trudeau y sus tradiciones navideñas.
Infortunadamente, esta sigue siendo la excepción. Los políticos tradicionales pueden y deben hacer más para aprovechar las redes sociales y acercarse a sus votantes. En ese sentido, los políticos aún tienen mucho que aprender de los activistas y los movimientos sociales sobre cómo transformar 140 caracteres y videos de YouTube en discusiones virales que la gente comparte millones de veces alrededor del mundo. Con más de 20 millones de seguidores en Twitter, Trump ciertamente ha hecho un buen uso del medio.
Más importante aún, estas nuevas tecnologías de la comunicación tienen el potencial de mejorar la transparencia y la rendición de cuentas más allá del ciclo electoral, incluso si estos flujos de información nos son del todo fiables. Aunque a muchos nos disgusten los tuits de Trump, ¿de qué otra forma sabríamos sus posiciones sobre el cambio climático?
A pesar de que en un principio veía con escepticismo a Twitter, y solo lo relacionaba con fotos de comida y comentarios sobre la vida de las Kardashians, en el 2012 decidí abrir una cuenta (@catasur). Hasta este momento he podido apreciar el poder de este medio para participar e influir en los debates que me apasionan. Personalmente me enfoco en temas de corrupción y crimen organizado con el hashtag #ProtectingPolitics. ¿Cómo influye usted el debate que le apasiona?
Catalina Uribe Burcher: oficial de programa de Democracia, Conflicto y Seguridad del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral –IDEA Internacional–, con sede en Estocolmo, Suecia.Texto publicado con aprobación de IDEA Internacional.