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El carnaval del ‘moja moja’

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Lunes, Enero 30, 2017 - 15:26

Despuntando la mañana y sin pensárselo dos veces, Álvaro Sará arroja un balde de agua fría sobre quienes están reunidos en el corredor de su casa: un hermano venido de Barranquilla y otro de Cartagena, un primo de Montería, cuatro hermanos más y dos familiares encargados del cuidado de la casa. De inmediato estallan en risas, y no hay necesidad de explicar por qué los ha mojado.

Cada 20 de enero, el ritual de lanzarse agua helada en Soplaviento, Bolívar, recuerda a sus habitantes que el carnaval ya llegó. La gracia del hecho estriba en la sorpresa. Todos saben que los van a mojar si salen a la calle, pero no se imaginan que ello pueda ocurrir dentro de sus casas.

Donde te metas, allí irán por ti. En la calle, en el mercado, en las tiendas, en el puerto, la fiesta del agua te convoca, y aunque algunos intenten resistirse a ella, es imposible ‘sacarle el cuerpo’.

Durante la mañana parecería solo un divertimento de los locales, pero desde la tarde hasta la siguiente madrugada, en la calle de la iglesia habrá numerosos forasteros venidos de muchas partes. Gente que llega a parrandear en los estaderos o en alguna calle adyacente, como la calle de las Mendoza.

Al lado de un equipo de sonido a todo volumen, varios amigos discuten sobre el origen de la fiesta y cada uno es escuchado con atención.

Disfrazado con un mameluco verde, de no se sabe qué, Haroldo explica:

–El ‘moja moja’ es un invento de la gente de antes. Sí, era tradicional mojarse, pero no como ahora.

Lo interpela el profesor de sociales

Dilson Atencio:

–Esta fiesta celebra la abundancia. De diciembre a enero es la subienda del pescado. Hay abundancia de yuca, fríjol, plátano y maíz, y el ñame lo traen de aquí cerca. No se necesita salir para conseguir la comida. Por eso la gente vive contenta. Y la gente contenta es agradecida con la vida, la conmemora.

Palabra de soplavientero

La mayoría del pescado es sacado de la ciénaga de Capote, que está detrás del pueblo. Se pescan cachamas de hasta veinte kilos, mojarras lora, barbudos, corvinas, arencas y, en menor cantidad, bocachicos, cuatro ojos y doradas. En el Dique se hacen faenas cortas, casi siempre con atarraya.

La identidad del soplavientero se configuró a través de una cultura muy particular, heredada de los esclavos fugados, que fueron sus primeros pobladores. En su huida encontraron en la orilla del Canal un lugar propicio que dificultaba que esclavistas cartageneros los recapturaran debido a los altos cerros y caminos escarpados. Motivados por esa condición, construyeron su propio universo.

Hubo la necesidad de crear un lenguaje retráctil. Por eso no es un pueblo de juglares, de viajeros que llevan o traen noticias de lo que pasa en el mundo. La palabra allí se convirtió en una valiosa herramienta utilizada sabiamente por el imaginario colectivo como mecanismo de defensa para sortear las dificultades.

El soplavientero habita en la palabra y gracias a ella cualquier individuo puede transmitir las verdades construidas por la comunidad. Un músico espontáneo, un verseador repentista o un contador de cuentos, al narrar una historia es el vehículo –gracias a su voz, gestos y metáforas– de una forma de narración inédita para sus coterráneos, quienes crédulos frente al mito dejan entrever cómo aún conservan algo de inocencia en su alma.

Cuando un actor comunitario entra en escena en una esquina, bajo una enramada o un velorio, todo es parodia. Con su innata habilidad puede construir caricaturas, relatos heroicos y trágicos, humoradas que al ser encarnadas con genio y picardía, dan a las personas, animales y cosas una dimensión más completa.

Los ribereños conjeturan el mundo de otra forma. Su psiquis encarna el carácter de un río que los habita, les revela lo ancestral y les va enseñando, como una madre, a tomar la vida. Con la paciencia oculta en su vientre también trae noticias del mundo. Entrar en su cauce es llegar a un país que no está en ninguna parte, ubicado en la frontera de lo cotidiano, como un universo desconocido. Aun así, el río no declina su condición de ser una presencia abstracta con un vientre pródigo.

Carnaval anfibio

Por el río viene la gente al Carnaval del ‘moja moja’. Son en su mayoría jóvenes provenientes de Cartagena y Barranquilla. Otros vienen de Arenal, Repelón, Villa Rosa, San Cristóbal, Villanueva y pueblos cercanos. Cruzan en bote o ferri en grupos numerosos, y tan pronto se aproximan al puerto, reciben su bautizo. Mojados, presurosos y risueños, son parte de la fiesta y se van adentrando en el pueblo, en donde en cualquiera de sus calles los recibirán con la sorpresa del agua helada que les hará temblar. Apretando las mandíbulas brincarán o gritarán bajo la canícula.

La intención de los que mojan con agua helada reviste mayor travesura, disfrutan con indescriptible deleite la expresión de susto de sus víctimas. Se podría pensar que dan una lección a los carnavaleros. Para entrar en la fiesta hay que despojarse de quejas, reclamos, culpas y dolores. El Carnaval del ‘moja moja’ es un festejo que la gente hace para sí. Y debe quedar claro que festejarse a sí mismo tiene la impronta del amor propio:

Vehemente ante la vida y dispuesto a compartir las alegrías con los demás.

En medio de la multitud aparece la vaca loca, un rectángulo de madera adornado con flecos de fique y tela de colores, rematado en un extremo con unos cuernos recogidos en el matadero local. En su alocado recorrido aparecen toreros espontáneos que hacen pases dedicados a ‘princesas’ que aplauden con frenesí entre el bullicio.

La creatividad de esta cultura anfibia y solidaria deposita alegría donde hace falta. Algunos culpan al sol de esa desmesura, porque la claridad del día es más larga en este pueblo. La prolongada luz da a los asuntos de la vida y a las cosas una mayor dimensión.

Horas antes de dar inicio a la escritura de este texto, asistí a la Lectura del Bando que la reina del Carnaval de Barranquilla, Stephany Mendoza, hizo frente a una multitud. En medio del júbilo colectivo pude observar al público arrojarse agua helada, jugar al ‘moja moja’, evocando una primigenia y cándida costumbre. Entonces sentí la luminosa alegría de quienes venimos de donde hay un río.

Libardo Barrios: docente de la Escuela Normal Superior La Hacienda y Uniatlántico.

Libardo Barros Escorcia
sumario: 
A orillas del Canal del Dique se encuentra Soplaviento, un municipio bolivarense en el que la celebración de las fiestas del 20 de enero es motivo de una pacífica ‘guerra de agua’.
No

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