El escritor bogotano Andrés Felipe Solano, ganador el año pasado del premio de literatura Eafit por su libro de crónicas Apuntes desde la cuerda floja, regresa con Cementerios de neón, su nueva novela editada por Tusquets (Planeta). La obra es un relato que entremezcla una evocación de la guerra de Corea con la perspectiva de varios personajes emparentados por un tremendo sentimiento de orfandad. La soledad, el amor, la monotonía, el escapar hacia lo que no se conoce pero se anhela, son constantes en estas líneas que consolidan a Solano como un escritor potente, aplomado y lleno de una perenne sed por narrar. El autor, residente en Corea del Sur desde hace varios años, durante su visita a Colombia concedió en exclusiva para Latitud esta entrevista sobre su más reciente obra.
P En su anterior libro (‘Apuntes desde la cuerda floja’) y esta, su más reciente novela, Corea aparece como escenario principal de sus relatos. ¿Seguirá su literatura esta línea?
R Aunque predecir el futuro es inútil, dudo que vaya a escribir otro libro que tenga que ver con Corea. Si continúo viviendo allí, más adelante se colarán, por supuesto, escenas y personas, pero no es mi intención escribir más sobre Asia.
P La guerra de Corea es abordada en los recuerdos del Capitán, uno de los personajes de la novela. ¿Está inspirado en algún veterano de guerra colombiano al cual conoció?
R Está basado en un par de veteranos, sobre todo en uno que entrevisté para una crónica hace unos quince años, pero también tiene algo de un tío del que fui muy cercano en los años finales de mi adolescencia, una relación que por desgracia naufragó.
P Vladimir, uno de los personajes centrales de ‘Cementerios de neón’, afirma que así como existen hombres y mujeres que nacen en el cuerpo equivocado, hay personas que nacen en un lugar con el que no se identifican, ¿es ese su caso?
R Lo he pensado, sin duda, pero siempre llego a la misma conclusión: debe existir una razón muy poderosa para haber nacido aquí, en este cruce de caminos, y es necesario entender por qué sucedió a través de mis libros.
P Al leer este libro se tiene la sensación de estar leyendo a un autor veterano, es más, la obra tiene una peculiar cercanía con el ‘boom’ latinoamericano. ¿Hay alguna influencia de estos novelistas?
R Como muchos lectores de mi generación y de un par de generaciones anteriores, me crié leyendo a autores del boom. Sin embargo, mi interés va por otro lado, por latinoamericanos que están fuera de esa órbita, como Juan Carlos Onetti e incluso Rubem Fonseca, por nombrar solo dos. A lo mejor esa veteranía de la que hablas tiene que ver con que llevo algún tiempo en esto, casi 17 años. Debo estar más en control de los elementos narrativos, aunque la verdad, si te soy sincero, yo no lo siento. Cada vez que empiezo un libro me pregunto cómo carajos es qué se hace.
P ¿Cómo fue el proceso de escritura de la obra?
R Pensé cinco años en este libro. Ya sentado, unos dos años, por temporadas. Leí todo lo posible sobre la guerra de Corea y tomé muchas notas, pero al escribir revisé menos de la mitad. Dejé que todo aquello se entremezclara. No es una novela histórica. El pasado me interesa en la medida en que puede ser maleable, no monolítico. Digamos que me interesa introducir un pequeño virus en un hecho histórico. Como en este caso, la participación de Colombia en la guerra de Corea y ver después qué pasa, qué se desprende de ahí.
P Sus personajes (Joe Luis, el fotógrafo de sociales de su primera novela, o Salgado, de ‘Cementerios de neón’) son en apariencia gente común, muy poco atractiva a primera vista. ¿Cómo logra darles el protagonismo que alcanzan en sus historias?
R Creo en las pequeñas épicas, en la lucha por alcanzar la cumbre de cada día. «Entre el alba y la noche está la historia universal», escribe Borges en su poema titulado “James Joyce”. El protagonista de Ulises, Leopold Bloom, era alguien común, poco atractivo, que se regocijaba comiendo vísceras y poco más. Aún así sus luchas interiores se nos aparecen como tormentas.
P En este nuevo libro se advierte que los personajes masculinos se imponen. Salgado y Vladimir buscan de algún modo la figura paternal en los otros personajes visibles, como el Capitán, o Moon, el maestro de taekwondo. ¿Podríamos afirmar que la orfandad ronda estas líneas?
R Has descubierto una de las que pueden ser las claves de esta novela. Me gusta que un libro pueda ser mirado desde múltiples puntos. Me esfuerzo mucho en crear poliedros. En Cementerios de neón hay una novela policíaca donde nadie dispara. Una novela de guerra, sin gloria, que propicia el encuentro de dos hombres –algo que, confieso, está vagamente inspirado en el encuentro de los personajes de David Bowie y Ryuichi Sakamoto en la película Merry Christmas Mr. Lawrence–, una historia de amor sin besos y también una novela familiar, en la que estos dos hombres funcionan como padres de Salgado y Vladimir, sin buscarlo. Una familia que nace rota, por lo tanto.
P ¿Cómo es vivir en un país que sufrió una guerra tan cruenta, ahora en armisticio, luego de vivir en un país inmerso en otra, como Colombia?
R Es un país que a pesar de su despegue económico sigue fracturado, dividido en dos. Ser de izquierda es tener un estigma en Corea del Sur pero, por ponerte un ejemplo, la fuerza sindical se respeta. En Colombia, como si no hubiéramos tenido ya tiempos difíciles, vendrán años quizá más duros, de aguas turbulentas. Habrá que tener muchísima paciencia. Corea convive con los tres millones de muertos que dejó la guerra. Aquí tendremos que enfrentarnos a lo mismo.
P ‘Cementerios de neón’ llama usted a una ciudad luminosa que guarda debajo los restos humanos de las guerras. ¿Su novela hace algún tipo de justicia?
R Fuego fatuo es como se le conoce a un fenómeno luminiscente que en teoría ocurre cuando se inflaman elementos que están en los cuerpos en descomposición o en huesos al aire libre. No pretendo que la novela haga justicia con esos muertos, más bien entender que su luz nos puede acompañar. Lo que vale también para Colombia.
P ¿Se animaría a incursionar en otro género que nos sea la novela o el cuento?
R Hace unos meses convertí “White Flamingo”, un cuento que escribí hace unos años, en una especie de obra de teatro para una lectura dramatizada en Tokio. Fue muy poderoso oír a aquellos personajes en la voz de dos actores japoneses. Creo que este año intentaré escribir un guion. Hay un par de personas interesadas en que lo haga, pero como siempre, no tengo ni idea qué va a pasar.
‘Cementerios de neón’ (fragmentos)
«Moon fue quien lo llevó hasta un pequeño acantilado desde el cual se podían observar los peces voladores. Eran cientos de cuchillos saliendo del mar, resplandecientes en el sol de la tarde. Con el olor a algas y sal en el pelo, el Capitán le contó sobre un peñasco, preso de la febrilidad con la que se le explican ciertas cosas a un nuevo amigo, que unas semanas antes durante el viaje por el océano Pacífico en el Aiken Victory había descubierto una ballena jorobada. Estaba empinado en la borda del buque militar norteamericano en el que fueron trasladados desde el puerto de Buenaventura cuando la vio pasar. Se asustó de tanta carne junta en un solo ser vivo y de las manchas en las aletas, parecidas a las de la soriasis». Pág. 123
«La media pastilla de efedrina le borró de un manotón la creciente borrachera y a cambio le entregó una corte de enanos invisibles que lo cargaron en brazos, lo tiraron al cielo y lo vitorearon al salir del baño del bar. El estallido de euforia duró apenas quince minutos, pero contuvo los efectos del alcohol con decencia.
Claudia también tenía sus motivos para estar contenta. Le habían aceptado en una revista de estudios asiáticos un artículo sobre los alcances políticos de una banda de ‘punk’ formada por desertores norcoreanos en Japón. Su teoría, que a Salgado le parecía bastante delirante, como la mayoría de las que le planteaba en la barra de Golmok, era que los niños huérfanos que dejaron las hambrunas de los años noventa en Corea del Norte se reunían en pequeños mercados y aquel grupo de ‘punk’ les había hecho llegar su música para que la hicieran circular en los bajos fondos. Son las únicas células rebeldes confiables y tarde o temprano el ‘punk’ los llevará a levantarse contra el régimen, sostenía Claudia, que había sido cantante de un grupo de ‘punk’ a principios de los años ochenta. Salgado recordaba haber visto fotos de la época en que su pelo corto y su cara angulosa como una joya le habían dado fama local.
—En Inglaterra no fue posible, pero en Corea del Norte todo está dado. Lo sé. Lo puedo ver. ¡Ellos son los verdaderos hijos del dadaísmo!
Esa fue la sentencia categórica con la que la profesora Claudia Spiegel acompañó una nueva cerveza en pleno martes. Sus ojos electrizados vibraron de gozo con el primer sorbo. Salgado no entendía cómo cabía tanto alcohol y bravura dentro de un cuerpo tan pequeño y en apariencia frágil». Págs. 19-20.