Hace algunas semanas, en las primeras horas de la noche, en la calle 77 No 62-31, en la misma acera de los almacenes Anticua, con la ambientación necesaria y sin olvidar el concepto de vitrina, el performer Alfonso Suárez presentó su obra ‘Fuente viva con naturaleza muerta’.
La performance tuvo una duración de dos horas. Alfonso hizo para esta obra las veces de fuente de agua viva, vestido con pantalones oscuros, corbatín y guantes blancos. De su boca brotaba un chorro de agua, mientras lo rodeaban rosas y otras flores de nuestros jardines costeños y luces que cambiaban del rosa al fucsia iluminaban al performer.
La acción, un revival, transporta al artista de vuelta a su infancia en Mompós, a la casa de la familia Fernández Gutiérrez De Piñeres, en cuyo jardín había una gruta con la Virgen de Fátima y dos palomas formaban sendas fuentes expulsando agua por el pico. Esa vivencia es recreada por el artista como un homenaje al arte kitsch. «Si de mal gusto, si de arte kitsch se trata, yo seré kitsch como Almodóvar», afirma Suárez.
Pintado de azul
Leo el nombre de su nueva performance: ‘Fuente viva con naturaleza muerta’, y pienso en un niño, desnudo y azul. Una acuarela: azul de pelotica y agua; chorros que lo mojan empapando su cuerpo de pequeño Narciso. Echo el tiempo hacia atrás y lo encuentro en el jardín de su casa en Mompós. El niño es Alfonso Suárez, el performer de hoy que en ese entonces, con toda su inocencia a cuestas, andaba entre heliotropos, astromelias, girasoles, cayenas, bugambilias y un gran árbol de peras de agua. Se deleita con una manguera a pleno sol, a las doce del día, formando esculturas con el chorro de agua y su cuerpo desnudo. Contempla el arcoíris que forma la luz con el rocío. Eran sus vivencias pintado de azul. Era la primera performance que ponía en marcha la acción artística que habita en su cuerpo.
El chorro de agua
¿Qué motivaba ese body art? Alfonso había descubierto el chorro de agua y estaba encantado, allá en Mompós, en el baño de su casa. Pasaba horas mirando el surtidor del antiguo bidé que ya no cumplía únicamente sus funciones de aseo, sino que movía la imaginación y sorprendía la infancia del artista. A ese baño le hacían reparaciones de plomería y para drenar el agua habían construido un canal que daba al traspatio. Alfonso teñía el agua con bloquecitos de acuarela, azul de pelotica y se pintaba. Se miraba por horas en el espejo y su familia no lo perdía de vista. Por una separación natural que había en el centro de sus dientes superiores, lanzaba un chorrito delgado que alcanzaba una distancia de dos metros y medio. El niño era una fuente viva.
Como narciso pero azul
En el mito griego, Narciso, un joven de incomparable hermosura, se enamora de sí mismo al verse reflejado en el agua de una fuente clarísima. Las performances de Alfonso guardan una estrecha relación con ese tema, con la idea de verse y dejarse ver. De intervenir el espacio con el cuerpo, tomar la vida y ambientar en ella un evento de arte por necesidad artística. Desde los seis años, este performer de nacimiento empezó a intervenir la realidad con metáforas vivas, transmutando su yo, transformándose por arte de la acción que se vale del propio cuerpo, de luces, de sonidos o de la naturaleza muerta para lograrlo. En 1966 el famoso performer estadounidense Bruce Nauman presentó su performance ‘Autorretrato como fontana’. En 1991 Alfonso Suárez, que ya no evocaba desnudos masculinos para crear vivencias físicas y emocionales, hace mención de Nauman en un revival en el que con su cuerpo en vivo detiene el tiempo y lo hace palpable. Su título: ‘Fuente viva con escultura cambiante’. Coincidían dos fuentes, una micción y el agua que brotaba de una manguera. Así aludió al ‘chamán de la circularidad’ y a su insistencia constante en las acciones.
Alfonso Suárez ha logrado unir el arte con su vida, de tal manera que resulta imposible separarlos en su existencia. Personalmente encontramos en él un ser especial, un performer innato que desde su primera infancia demostró algo tan fundamental en su vida de artista como es el solo hecho de escoger, sin tener conciencia del porqué, el color azul. El mismo que indudablemente deben tener las alas de una metáfora viva.