Aquarius (2016) es el título del más reciente filme del director brasilero Kleber Mendonça Filho (Recife, Brasil, 1968) y además el nombre de un antiguo edificio construido en los años cuarenta que conserva el esplendor de aquella época. Ubicado frente a una playa en Recife, es habitado por Clara, protagonista de la cinta y crítica de música en retiro que como única residente del edificio –todos los propietarios han vendido sus apartamentos–, lucha contra una compañía inmobiliaria que pretende derribar el edificio para levantar en ese mismo terreno una torre moderna habitacional.
Con esta premisa, Mendonça despliega un discurso político de resistencia individual y lanza dardos a una clase social dirigente establecida por tradición. Resalta también las fracturas de una sociedad estancada por la desigualdad y denuncia las intenciones capitalistas de pasar por encima del ciudadano común.
En Aquarius, Recife es mostrada como una ciudad afectada por el desplazamiento de las políticas de avance y renovación urbana. Las corporaciones inmobiliarias han venido estimulando la práctica del fenómeno moderno llamado gentrificación, apuntando su foco en zonas específicas atractivas para el desarrollo comercial y residencial. Una serie de efectos negativos ha recaído paulatinamente en los antiguos habitantes de los barrios intervenidos: el aumento del costo de vida, la venta obligada de los predios, la modificación de ciertas costumbres colectivas.
Dicha problemática es abordada en Aquarius desde una postura representativa. El vínculo entre lo personal y lo material determinan la importancia de los espacios y lo que ellos conservan. Dentro del apartamento en disputa persisten recuerdos propios y de generaciones anteriores. Un especial afecto sostiene sus cimientos. En él figuran valiosos objetos que afianzan una estrecha unión con Clara. Su lucha, indiscutiblemente, es contra el olvido del pasado. La demolición del edificio sería un difunto más en una adultez trazada por la muerte.
La retórica generacional aparece encarnada principalmente en Diego, el joven director de la construcción del nuevo edificio, quien es presentando como sucesor del negocio familiar, la cara renovada del neoliberalismo, alguien dispuesto a emplear sus conocimientos de negocios aprendidos en Estados Unidos. Esta idea es reforzada mediante un diálogo de Clara y sus hijos, los cuales se oponen a la resistencia de su madre en la venta del apartamento. Ella sentencia: «Cuando les gusta es llamado vintage, cuando no, es viejo».
Siendo Clara una crítica de música retirada, las melodías del Brasil ambientan la película lúcidamente y rinden tributo a artistas como Reginaldo Rossi, Gilberto Gil, Maria Bethânia, y Heitor Villa-Lobos. Cientos de LP se apiñan en los extensos anaqueles, reproducidos por el mismo equipo de sonido de hace años. Los guiños musicales salen a flote a cada momento, como cuando vemos al Double Fantasy de John Lennon, álbum que conserva en su interior un recorte de prensa de un mes antes de que asesinaran al ex Beatle.
El impulso narrativo inicial asume una pasividad que prologa ciertas escenas relacionadas con los encuentros familiares. La historia da la sensación de quedar a la deriva, sumida en diálogos y ambientes rutinarios a medida que establecemos una complicidad con Clara y se nos revelan las emociones que suscitan su entorno. A medida que el conflicto se intensifica, la historia adquiere un carácter punzante y se convierte en una crítica social más precisa.
Por encima de elaborar un largometraje absolutamente político, Kleber Mendonça Filho concede virtudes asombrosas a su protagonista, que sostiene el peso de la obra. Clara es una mujer intelectual con una sólida dignidad, aferrada a sus principios, hedonista y libre. Alguien que sabe dar batalla. Una mujer a la que la enfermedad y el paso de los años le enseñaron a no doblegarse fácilmente. En contraste vemos también a una viuda solitaria, incomunicada con sus hijos, con deseos sexuales aún latentes, acomodada por la herencia dejada por su pareja.
Aquarius transforma la dura realidad de un país en un problema doméstico sin tropezar en el moralismo. Ubica su fin dentro de una clase media que simula nunca ser afectada. Traza con plena naturalidad lo que proyecta anunciar. Si su intención era crear conciencia y sensibilidad, se puede afirmar que logra su cometido.