Hacia el bosque (Mot Skongen), nombre de la muestra colgada en el Munch Museet en Tøyen, Oslo, exhibe cerca de 150 obras inéditas del expresionista y simbolista noruego Edvard Munch (1863 - 1944). A primera impresión la exhibición descresta por su variedad, y es que reunir tal cantidad de obras debió ser una tarea titánica, más si se tiene en cuenta que Munch fue un artista prolífico, lo suficientemente generoso como para donar a la administración pública de la capital noruega sus más de 20.000 creaciones y experimentos con pintura, escultura, litografía, xilografía, dibujo, fotografía y cine.
Precisamente el Munch Musset (Museo de Munch), un moderno edificio diseñado por los arquitectos Gunnar Fougner y Einar Myklebust que abrió sus puertas en 1963, cien años después del nacimiento del artista, es el lugar que más obras del artista noruego posee. En sus bodegas reposa un suntuosa donación hecha por el artista en 1940, que incluye desde mobiliario hasta herramientas y documentos que habían estado ocultos a la vista del público, hasta ahora.
El recorrido de la exposición inicia frente a El Sol (Solen, 1909), obra que muestra al astro rey iluminar con sus rayos simétricos una mar enmarcado entre rocas. Podría ese mar ser una de aquellas escorrentías glaciares en las que el agua salada entra hasta el corazón de las tierras del norte. Los escandinavos les llaman fjords. Pero el mar no es lo que nos interesa aquí, o siquiera el paisaje nórdico que la inspira. El sol, sobrenatural, ocupa el cielo como el monarca absoluto que domina los demás elementos. Casi religiosa, es una imagen que se eleva icónica y omnipresente por varios lugares de Oslo, en especial su versión más célebre: el mural original en el salón de asambleas de la Universidad de Oslo. Pero, como era costumbre en Munch, sus obras tienen más de una versión, y es El Sol en óleo sobre lienzo la pintura que comienza un recorrido que se asoma entre luz y paisajes para conducirnos Hacia el bosque.
Entre las obras exhibidas van apareciendo ante nuestros ojos una de las once versiones de Celos (Sjalusi, 1895); una de las seis versiones de La Niña Enferma (Det syke barn, 1925); Madonna (1894); y la desgarradora Grito (Skrik, 1893) en su segunda versión al óleo de 1910, internacionalmente reconocida como ícono de la ansiedad y desesperación humanas, obra ‘revictimizada’ además por los infames y mediáticos robos de la que ha sido objeto en las últimas décadas.
Sobre el origen de este museo, vale la pena anotar que fue el mismo Munch, en 1927, quien discutió la posibilidad de abrir un espacio dedicado a su obra con Jens Thiis, el entonces director de la Nasjonalgalleriet, pero no sería sino hasta 1946 –dos años después de la muerte del artista–, que se aprobara su construcción. El Museo de Munch abrió finalmente sus puertas en 1963, después de casi dos décadas difíciles de post-guerra en las que las finanzas de Oslo tuvieron otras prioridades.
El privilegio de acceder adonde el resto de la humanidad no había podido ir –las bodegas ocultas del Museo de Munch– lo tuvo el escritor noruego Karl Ove Knausgård, considerado una celebridad internacional por su controversial serie autobiográfica Min Kampf (Mi Lucha), parodia del título de la biografía de Adolf Hitler, Mein Kampf. Knausgård, además de declararse admirador de Munch desde su adolescencia, estudió arte y literatura en la Universidad de Bergen, y fue su curaduría la excusa para sacar a la luz las hasta ahora desconocidas imágenes, sin limitarse a patrones temporales o biográficos, sino a la inspiración y las emociones de un artista que nunca encontró la paz interior. La fórmula que une a uno de los autores más reconocidos internacionalmente de Noruega junto al artista plástico más célebre del país escandinavo, han hecho de Hacia el bosque la exhibición de este verano de 2017. Además de la exhibición, el libro Hacia el bosque: Munch según Knausgård, ha sido publicado por el autor noruego, en colaboración con el Munch Museet. En este, reflexiona sobre la vida y las obras de Munch, y también aborda cuestiones más generales sobre el arte y la vida.
Gracias a Knausgård, nuevas versiones de obras ya conocidas, producidas bajo técnicas y materiales distintos a los originales, han salido a la luz. Así mismo, obras inéditas por primera vez tienen su encuentro con el público. La apreciación de las obras seleccionadas, a través de los ojos del escritor, nos relatan una visión arquetípica del mundo de Munch, gracias a una narrativa llena de personajes, situaciones y paisajes en las que cualquiera podría reconocerse y sentirse identificado.
Podría decirse incluso que Knausgård eligió ordenar la exhibición para ser disfrutada como un recorrido que propone una historia, dividida en cuatro actos según las emociones presentes en sus temáticas y técnicas, y que él consideró afines entre sí. El primer acto, ‘Luz y paisaje’ (Lys og landskap), es un recorrido luminoso por 19 óleos que inicia bajo el imponente Solen. Le sigue, segundo acto, el expresionismo melancólico y solitario de ‘Skogen’ (el bosque). A partir de aquí, las obras se van moviendo desde los afligidos paisajes naturales y fantasmagóricos exteriores, hasta vertiginosos mundos que revelan distintos estados de consciencia, caóticos, ansiosos, y muchas veces crudos e incompletos, como en ‘Caos y energía’ (Kaos og energi). En el cuarto acto, ‘Los otros’ (De andre), finaliza con una mirada íntima y, en muchas ocasiones afectiva, sobre rostros y figuras de personajes con los que Munch compartió, amó, y discutió sobre arte durante su vida. La última obra, antes de salir del bosque, es Sol de medianoche (Midsommernatt, 1942), consagrando la idea del sol como la mítica estrella que, poderosa y omnipotente, observa a la tierra incluso durante las horas de la noche en el verano nórdico.