Quantcast
Channel: Revistas - Latitud
Viewing all articles
Browse latest Browse all 761

Aníbal Quijote está de vuelta

$
0
0
Domingo, Agosto 20, 2017 - 00:00

A un año de la muerte del artista integral, ciudadano del mundo y entrañable contertulio que fuera entre nosotros Aníbal Tobón, he aquí un breve testimonio que me dicta la amistad cercana y una complicidad incondicional de compañeros de viaje a la deriva por ideas y escrituras, cervezas y proyectos. Unas pocas imágenes percibidas, apenas, de su aventura vital: la de este irremplazable cronopio que dinamizó la vida cultural del underground barranquillero durante intermitentes décadas del pasado siglo y el milenio que corre.

DE LA AMISTAD AL RETROVISOR.
Desde que tengo memoria de haberlo conocido, Aníbal fue siempre una tromba vital, irrefrenable y contagiosa de creatividad desbocada.

A sus amigos nunca se nos pasó por la cabeza que podría morirse, así sin más ni más. Impredecible como era, sería esa quizá su ocurrencia más sorpresiva, su más osada dosis de humor negro y socarrón. Lucía eterno e indestructible, de verdad; tanto, que seguimos sintiendo entre nosotros el influjo de su multifacética presencia, de su azogue talentoso, diverso y creativo; creo todavía que no creemos del todo que haya muerto.

De amigo, el más leal y de tiempo completo que pudiera uno concebir. En el fondo, hasta tierno podía ser a ratos aunque se ocupara bien de disimular esas blanduras de corteza, empeñado como siempre estuvo en mantener presente su talante de “chico malo de barriada del sur”, vindicante evocador de los pateadores de bola callejera y los malandros de la noche urbana, aquellos ambivalentes justicieros del bajo fondo que habrían sido sus carnales.

Aníbal siempre quiso ser ese personaje que construyó meticulosamente para sí mismo: un ángel de penumbras, ubicuo viajero por el universo entero, este y otros mundos incluidos. Eternizó quimeras de juventud en una Oniria personal, pródiga reserva de donde sacaba siempre y cada vez una voluntad imbatible y las fuerzas titánicas de su cada día creativo.

De esa Oniria suya –refugio en la sombra para el reposo del guerrero, y de pronto redimido por fuerza de sus tenaces talentos de artista metastásico– saltaba de sorpresa para caer histriónicamente al ojo de la luz, de la plena luz del día o del escenario encandilado. Ser él, entonces, este reencarnado Quijote de 400 años en el que vino a desdoblarse a placer y cada vez que quiso, se nos hizo a todos apenas natural.

Fue por los años 90 cuando tuve verdadero contacto con Aníbal Tobón, de quien sabía de antes (cuando él ya andaba patoneando Europa), por sus andanzas teatrales de los comienzos en Bellas Artes y por su honda impronta en aquel grupo ‘El Sindicato’ que, desde el Barrio Abajo de Barranquilla, hizo historia para el arte colombiano. En un viaje que me cupo en suerte hacer por festivales teatrales del verano nórdico europeo, yo estuve averiguando sus coordenadas por encargo de Yadira Ferrer, amiga mía entrañable y compañera de oficios periodísticos desde nuestros años de universidad.

Pero no lo encontré ya por los rincones escandinavos donde anduve y por donde él ya había pasado. Había recuerdos suyos en Estocolmo de cuando hizo de traductor simultáneo bajo las luces palaciegas de la entrega del Nóbel literario a García Márquez (1982), y también el vago recado de que se había internado por países de la Unión Soviética de entonces, antes de que cayera el muro de Berlín. 

Solo de regreso por tren, con escala en París y siendo huésped temporal del exiliado periodista Julio Olaciregui y de Efraín Cortez (el ‘Pintor del Barrio Abajo’), este común amigo nos puso sobre la pista correcta del momento: Aníbal Tobón tenía un círculo de arte y bohemia (léase taberna), en la pintoresca e histórica Cumaná, en Venezuela; donde, además, era tremendamente reconocido y popular por obra y gracia de que asumía el rol de Cristo en la procesión dramatizada del viacrucis en cada Semana Santa.

Ya por entonces, Cumaná quedaba por fuera de mi itinerario, por obra y fuerza de un agotado bolsillo de mochilero en epílogos de viaje, pero cumplí la misión: a Yadira: muy cupidescamente y “sin culpa”, le endosé las señas venezolanas del Aníbal-Cristo de Cumaná. Lo demás fue historia patria: el viejo amor que “no se olvida ni se deja” –como canta el bolero– hizo lo suyo: Aníbal vino hasta La Candelaria en Bogotá, pero pronto ambos estaban cumpliendo un aplazado sueño compartido: venirse a Salgar, a la sombra del Castillo, frente al Mar Caribe de todos los encuentros y todos los amores. Y entonces, también Caza de Poesía, su otro compartido hervidero de proyectos de arte e intelecto, donde pronto floreció, a la silvestre, una creciente cofradía cultural, libreprensadora y sentipensante, sin barreras generacionales ni conceptuales posibles.  
 

Sigifredo Eusse Marino
sumario: 
Recordando a Aníbal Tobón, a un año de su partida.
No

Viewing all articles
Browse latest Browse all 761

Trending Articles