Cada vez que pienso en Marvel, a quien no conocí, la sonoridad de su nombre es la imagen que me llega. Marvel Luz. Pienso en la mujer maravilla y en los cómics o ‹paquitos› que poblaron mi infancia en la Barranquilla de los años 60. Pienso en esa luz maravillosa que lo atraviesa a uno cuando la lee. No es una luz intensa y enceguecedora, sino una de esas que se cuelan por entre hendijas o persianas. Tenue, intrusiva, burlona, bella y eficaz.
Marvel Luz Moreno Abello nace en Barranquilla en septiembre de 1939, es decir, pertenece a la generación de mis padres. De seguro de niña habré escuchado hablar de ella, pues al ser reina de los carnavales de 1959, debió haber sido toda una celebridad. Pero no recuerdo. Sus recuerdos, por lo contrario, los puedo leer.
Como todas las reinas del Carnaval de Barranquilla, Marvel era una ‹chica bien›. Como tal, fue una verdadera espía de ese mundo de la clase alta barranquillera. Todavía me devano los sesos tratando de entender cómo ella logró zafarse de ese mundo –y no hablo del autoexilio–. Cómo pudo retratar la ciudad que la vio nacer y crecer de una manera tan fantástica, a través de una novela tan buena como En diciembre llegaban las brisas.
En 1980 había sido publicado su libro de cuentos Algo tan feo en la vida de una señora bien, por Editorial Pluma. Soy una feliz poseedora de un ejemplar, regalado por mi novio de entonces. El libro no tiene la culpa, pero la hoja con su dedicatoria le fue arrancada, porque no quería recordar el nombre de ese señor tan parecido a los personajes masculinos de los cuentos de Marvel Luz.
Recuerdo también a Fina Torres, directora venezolana, quien hizo una película basada en uno de los cuentos de ese libro. Fina estuvo en Barranquilla mostrando y hablando de Oriana, filme que ganó un Caméra d’Or en Cannes en 1985. Mostró su trabajo, dio unas charlas, socializó bastante y conoció a la mítica ciudad de donde nacen los personajes de Moreno.
El octavo cuento de Algo tan feo en la vida de una señora bien es casi una novela. El retrato que Marvel hace de una noche de carnaval en los predios del Hotel El Prado, en esa pequeña maravilla que es «La noche feliz de Madame Yvonne», parece un retrato del presente, como si se hubiese congelado el tiempo de las relaciones sociales que se desarrollan en esta ciudad desde siempre.
Con En diciembre llegaban las brisas, publicado en 1987, pasa lo mismo. El retrato es feliz, eficaz, cala la imaginación y nos permite entender ese mundo secreto de las ‹señoras bien› de Barranquilla. Su trama nos fascina porque queremos salir a la calle y tocar las puertas de tantas casas del barrio El Prado para ver quiénes son esos personajes.
Estamos seguros, los lectores, de que en las fotos de las abuelas y abuelos de tantas casas de familia se encuentran esos rostros como si fueran máscaras al revés. Su realidad es más fuerte que la misma vida que a lo mejor vivieron en la escenificación que la novela provee para sus dramas cotidianos.
Quisiera pensar que mi vida, de cierta forma, está cruzada por esta mujer maravilla, Marvel Luz. Quien la impulsó bastante en su quehacer literario fue Germán Vargas, el mismo que apadrinó muchas de mis empresas literarias incipientes. Jacques Gilard, el primero en publicar un cuento suyo, publica en esa misma revista, Caravelle, un poema mío traducido por él.
No soy católica, como Marvel Luz, ni provengo de «una vieja familia de rancia aristocracia» local como ella; tampoco de esa familia en «vertiginosa decadencia económica». Mis abuelos fueron campesinos y albañiles, y la familia que forjaron, por el contrario, llevó un vertiginoso camino hacia la prosperidad.
Nunca he pertenecido a los clubes sociales de la alta burguesía barranquillera, y el hecho de ser judía me ha mantenido en los márgenes de ese tipo de relaciones que aún mantiene la ciudad en la base del poder económico. Tal vez mantenerme en ese borde es la fuente de mi libertad.
Sin embargo, la escritura de En diciembre... fue una revelación por aquello que uno siente cuando alguien escribe lo que uno piensa. Compré la última edición de Alfaguara en 2016 y no pude parar de leerla. Treinta años después de escrita, es totalmente vigente y obviamente producto de lo que ella vivió y conoció de su ciudad natal, lejos de la cual vivió la mayor parte de su vida.
Me he sentido fragmentada y diseminada en cada una de las mujeres de esta novela. Igualmente reconocí a muchos de los hombres de la misma, como si estos personajes fuesen parte de mi propia historia.
Pienso con envidia en su exilio parisino, a pesar de que su vida no fue nada fácil allí. Yo no he podido nunca despegarme de este entorno que me sofoca tanto como a ella le sofocaba. He entendido, a través de su exilio, el exilio mío. Un autoexilo que uno puede vivir aún dentro de la misma ciudad que nos vio nacer.
Como ella, espero algún día que una novela mía refleje a nuevas generaciones el propio rostro, las miles de caretas que se esconden tras la bulla de cada carnaval. Mientras tanto, la maravillosa Marvel continúa siendo una revelación para una lectora cualquiera, como yo.
Sus cuentos y novelas encierran un misterio que proviene de la claridad con que pudo ella ver su entorno social. Un entorno que, paradójicamente, se transforma por medio de la magia de la belleza del texto. Sin quererlo, esta mujer maravilla trajo luz a Barranquilla. Quien no la pueda ver es porque no ha entendido que este sol que nos acosa no deja ver muchas cosas.