
Cada reencuentro con En diciembre llegaban las brisas implica para mí un nuevo deslumbramiento. No importa cuánto haya recorrido como mujer y lectora, me hallo perpleja ante la osadía de ese proyecto literario, y ante la clarividencia de esa voz cuya comprensión no cabe en una mente, cuya conciencia es síntesis de tantas formas de conocer, y de tantas voces resonando en una misma conciencia. Desde esa conciencia plural, esa barranquillera extraordinaria que fue Marvel Moreno, expuso los resortes más íntimos del poder.
En diciembre llegaban las brisas es, por un lado, un tratado sobre la violencia de género y su complicidad con el poder, que la mirada de Lina devela al hacernos testigos de las trágicas relaciones íntimas de sus tres amigas de infancia. Leyendo en sus cuerpos silenciados, mutilados o incinerados, y a la luz de la sabiduría de su abuela y sus tías, los efectos de la sexualidad y el ‹amor› bajo la dominación patriarcal, Lina desarrolla una visión descarnada de la naturaleza humana que le permite conectar la historia de sus amigas a la de Barranquilla, y a la de la civilización occidental, sintetizada en sus vicios y falacias en esta ciudad del Caribe.
En el epílogo de esta obra, Lina aparece finalmente como narradora en primera persona. Descubrimos así el matiz autobiográfico que explica la proximidad y profundidad de la mirada de esa barranquillera entonces radicada en París. Nos enteramos además de que Lina escribió una novela denunciando la opresión de las mujeres de Barranquilla. Vía este alter ego, Marvel Moreno se sitúa como heredera de «nuestras abuelas», quienes llegaron a esta ciudad «trayendo a lomo de mula, en un hervidero de polvo, sus muebles y añoranzas de las ciudades más antiguas del litoral Caribe», y como antecesora de sus coterráneas en París, jóvenes, nos dice, ajenas a la sumisión, sexualmente libres y, sin embargo, incapaces para el amor y lo sagrado, aún sin lograr reconciliarse con el erotismo y la vida (pág. 282-283).
El camino hacia la sabiduría desde la cual Lina reconstruye la historia de las mujeres de su tiempo es, confirma este epílogo, un recorrido doloroso, cuyos efectos sobre su propia historia se deducen del desencanto de la voz final y del cuerpo de Lina, quien sufre una rara enfermedad. Fruto de su absoluta conciencia sobre la violencia y su sinsentido, el mundo de Lina es una denuncia desesperada de la cooptación de nuestros cuerpos y deseos, de nuestros afectos y relaciones, y de nuestro derecho a ser, por las jerarquías impuestas con las convenciones de género, clase y raza. El epílogo registra también el gesto último en el cual Lina, y Moreno, siembran su esperanza de reconciliación y liberación colectiva: una concepción del individuo en conexión y no en competencia con los y las otras, emulada por esas múltiples voces que Lina representa, y por la escritura misma, entendida como puente con las conciencias de sus lectores.
Como si se iniciara en este epílogo, la novela inédita de Moreno, El tiempo de las amazonas, narra los hallazgos y fracasos en torno al sexo y el amor de varias contemporáneas de Lina –tres primas barranquilleras en París– y de las «jovencitas carnívoras» de la siguiente generación.
Hace poco me encontré, indagando en los archivos de García Márquez en Austin, con su respuesta a la carta en la que su amigo Plinio le exponía, desde su perspectiva, las condiciones de la ruptura de su matrimonio con Marvel Moreno. Aunque Gabo empieza por reconocer que siempre hay dos lados en toda ruptura amorosa, no duda en atribuir la crisis matrimonial a los problemas mentales que, según él, ya había reconocido en Marvel. La historia del intento de reparar ese matrimonio que llevó a Moreno a Europa es ficcionalizada también en la novela inédita, donde el protagonista masculino sufre un frenesí psicótico y, en su afán de cobrar la presunta deslealtad de su mujer, se aboca a reducirla física y emocionalmente. Como la mujer del epílogo de En diciembre..., la voz focalizadora en El tiempo de las amazonas recurre a la ficción autobiográfica. Así, vemos a la escritora sufrir la misma trampa que atrapara a sus personajes, y a tantas mujeres aún hoy. La vemos también escapar, tiritando en pleno invierno parisino, decidida a superar el trauma de haber amado.
Si las mujeres fuésemos juzgadas por el comportamiento de los seres a los que amamos, cuántas no mereceríamos el epíteto de dementes. Intuyo que otros son los problemas mentales a los que se refería Gabo, pues lo común es que se nos trate de locas, no cuando aguantamos las microagresiones cotidianas que permiten a nuestros hombres seguirse sintiendo en control, sino cuando nos rebelamos o ponemos en evidencia la violencia implícita en sus amores posesivos y narcisistas, o los alardes y alaridos con los que ellos se apresuran a controlar cualquier expresión de existencia propia en ‹sus› mujeres. Es entonces cuando ‹provocamos› la furia ‹pasional› que nos hace víctimas de golpes, violaciones o feminicidios.
La obra de Moreno es un testimonio tanto de nuestras batallas íntimas, como de la posibilidad de cicatrizar las heridas personales y colectivas que debemos al afán de dominar que define la masculinidad, y que corrompe al amor.