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Dé un vistazo entre las rejas con ‘Niebla en la yarda’

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Domingo, Septiembre 17, 2017 - 00:00

Si un día de 1966, con A sangre fría el periodista Truman Capote nos dio cátedra de los alcances de lo que después llamarían novela de no ficción, ahora la antioqueña Estefanía Carvajal nos recuerda que este género tiene la capacidad de generar tanto interés como la imaginación del más hábil de los escritores.

Estas dos obras se parecen, no porque estén relacionadas con el crimen y el sistema judicial, sino porque son páginas que se atreven a hablar de personajes que la misma Ley ha tachado de villanos. Sin juzgarlos ni justificarlos, los testimonios que respiran en estos libros son una pequeña muestra de la infinita escala de grises que existe entre el bien y el mal.

Niebla en la yarda tuvo su lanzamiento el pasado 14 de septiembre en el marco de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Es la segunda publicación en la colección Ébano (no ficción) de Angosta Editores, antecedida por Ciudades al final de la noche, de Santiago Gamboa (Perder es cuestión de método, 1995).

Para la autora, esta investigación que empezó como su trabajo de grado para el título de Periodista en la Universidad de Antioquia, no solo es su ópera prima en cuanto al mundo editorial, sino que también le otorgó una mención de honor por parte de su facultad y el premio del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) a mejor tesis universitaria en 2016.

Dentro (o fuera) de la yarda

Las historias aquí presentadas tienen una característica en particular: son de colombianos que han pagado condenas en el exterior. Por eso su nombre incluye la palabra yarda, una apropiación del inglés que los presos hispánicos hacen de su experiencia en las correccionales norteamericanas. Una palabra que marcó a la misma escritora.

Si bien en español existe, tiene una connotación diferente, solo una medida de longitud que representa 91,4 centímetros. No obstante, en las prisiones de Estados Unidos, «yard» es el patio al cual pueden salir.

Diferente a los patios de las prisiones colombianas, que usualmente son de cemento y se encuentran en el centro de las edificaciones, en Estados Unidos son espacios verdes, con canchas deportivas, árboles y hasta huertas.

Es el lugar donde ven el sol, sienten la brisa y escuchan el ambiente; en otras palabras, el espacio en donde, por tiempo limitado, saborean la libertad sin tenerla en realidad.

«En el verano, en cambio, las noches en la yarda eran otro cuento. La luz del sol resplandecía hasta las nueve y media de la noche, el viento era cálido, los cubanos tocaban sones en guitarras, los negros armaban torneos de básquetbol y los colombianos jugaban parqués debajo de un árbol que les daba sombra hasta que llegaba la hora de dormir».

Por esta razón, así estos colombianos hayan pagado su condena cerca a Florida o por los lados de California, sus recuerdos van acompañados de esa palabra. La yarda que vio caminar a Asdrúbal, el cartagenero; a Javier, el pereirano; a Ricardo, el caleño, y por último, a un paisa, de quien no se puede mencionar su nombre porque al final decidió que no quería hacer parte de esta historia.

Así es, posible lector, no se sorprenda si encuentra al final de su libro unas páginas pintadas de negro. No está mala su copia. Fue una decisión editorial de Angosta al enfrentarse con una fuente que, después de realizar la impresión, pidió que lo excluyeran de esta. Por lo tanto, a manera de protesta silenciosa y respetando los deseos de este hombre, se cubre su historia con la misma tinta que en algún momento la escribió. ¿Qué se habló, qué se contó, qué se destapó? Eso es algo que quedará entre la periodista y su entrevistado.

Lo lindo, lo feo,
lo fácil, lo difícil

«El preso vive en una diversión permanente –dice Javier– hasta que asume su realidad» se lee en una de las historias, pero se percibe a lo largo de todas. Algo que nos enseña Niebla en la yarda es que durante el encarcelamiento la vida continúa, de una u otra manera. Así como el preso que aseguraba que una ventaja de su condena era no tener que preocuparse por pagar su seguridad social, el que empezó una revista literaria en la cárcel después de haber sido atrapado vendiendo drogas o el que perdió varios kilos por todo el ejercicio que hizo durante el tiempo libre que tenía.

Por supuesto que estar encerrado no es como estar en un hotel, y los mismos personajes explican las diferentes «leyes» y peligros que rigen el día a día de una prisión. No buscar problemas, no meter vicio, no tener sexo con homosexuales o rechazar a los violadores son algunas de las normatividades que los reclusos han creado con el tiempo, y el no cumplirlo se paga caro.

¿Les suena similar? Seguramente porque lo han visto en una u otra película o serie. Como explica la autora, la imagen que se ha ido construyendo en el imaginario colectivo no es en realidad tan lejana de lo que le contaron a ella.

Pero más allá de mostrar buenos y malos momentos por los que pasan los presos, lo más llamativo es conocer su cotidianidad. Precisamente este fue el interés inicial de la periodista, que después de sentarse a conversar con la primera de sus fuentes, aprendió cómo cocinaban los presos, de qué forma se armaban ingresos extras o hasta cómo armaban una máquina de tatuar casera.

Eso es Niebla en la yarda, una delicada y a la vez exhaustiva narración de los aspectos más mundanos del encierro carcelario, los cuales, en sus manos, se convierten en las historias más fascinantes.  

Miguel Ángel López
sumario: 
Lo que empezó como un trabajo de grado para la periodista Estefanía Carvajal terminó convertido en una novela de no ficción.
No

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