
Las repúblicas no se hacen con doctores, con literatos, con escritores, sino con ciudadanos”.
Simón Rodríguez
Barranquilla, ciudad del Caribe colombiano, que al contrario de otras ciudades no fue fundada; se concibió como punto de encuentro y sitio de libres, inmigrantes que llegaron de distintas partes con un legado cultural que enriqueció la arquitectura, música y gastronomía local como punta del iceberg, dando como resultado un crisol de formas que guarda una historia detrás de cada pared o platillo.
Por su condición de ciudad puerto y abierta al mundo desde sus inicios, Barranquilla permanece en constante cambio, ajustándose a las tendencias pero sin guardar memoria ni acervo de tiempos pasados. Una ciudad donde la filosofía es tumbar lo viejo para darle paso a lo moderno.
Esta situación hace que nos preguntemos, ¿por qué se declara un edificio patrimonio y no el de al lado? ¿Por qué una casa en ruinas tiene más valor que las nuevas y lujosas edificaciones? ¿Quién decide cuáles asuntos, cuáles bienes, cuáles paisajes, cuáles rumores, qué olores, que sentidos son y deben ser valorados y preservados?
Las respuestas a estas inquietudes en nuestro contexto permitieron detectar que existe una urgencia de conocer y re-conocer los íconos - no íconos de la ciudad, sensibilizar al barranquillero acerca del legado de nuestros antepasados, activar dispositivos que despierten la consciencia ciudadana y cuestionen el valor de los espacios, los personajes, las recetas, los sonidos, en general, del patrimonio.
Como una de las iniciativas banderas de #todomono, colectivo barranquillero que trabaja desde hace 10 años por hacer visible el patrimonio y emprender activaciones de la tradición a través del diseño, se crea en el 2016 el festival ‘No conocí el Palma’, con el fin de celebrar el patrimonio en su mes nacional, tomándose todo septiembre para conectar, a través de múltiples experiencias, la ciudad con el ciudadano.
El festival ‘No conocí el Palma’ es una manera de alertar al barranquillero sobre los tesoros que se han extinguido en nombre del progreso o por intereses particulares. El elegante Edificio Palma, hito de la arquitectura que le da nombre al festival, fue construido a principios del siglo pasado (1928) por el arquitecto catalán Alfredo Badenes, bajo el encargo del comerciante don Ángel Palma. Este edificio icónico de estilo manierista constituyó un hito en la historia arquitectónica de la ciudad, hasta que en el año 1955, por ignorancia y falta de visión, fue demolido.
Después de casi diez años de esta acción, el lote es vendido para la construcción del Edificio Caja Agraria, ganador del Premio Nacional de Arquitectura y posteriormente declarado patrimonio nacional. Hoy denominado Torre Manzur.
Barranquilla posee un importante patrimonio arquitectónico que refleja su cosmopolitismo y apertura al mundo durante los períodos más dinámicos de su historia. En la década de los 20 se construye un barrio modelo de urbanismo a nivel mundial, El Prado, que con sus casonas, jardines y bulevares impactó positivamente en el desarrollo de la ciudad.
El reconocimiento, valoración e interés en la conservación de este patrimonio es relativamente reciente. Apenas en el año 1993, con ya más de un 50% de su legado arquitectónico desaparecido, se viene trabajando en el inventario y reglamentación del uso y manejo de los inmuebles con valor patrimonial de la ciudad, utilizando la normativa desarrollada por el Ministerio de Cultura.
Es un alivio tardío, pero no solo de piedra y cemento se construyen identidades. No es posible concebir un espacio como albergue de memoria sin que el tiempo ejecute su papel transformador impregnando el lugar de historia. La arquitectura, los monumentos, los entornos, terminan siendo moldeados por el tiempo y la relación de las sociedades con ellos. Son estos vínculos entre el hombre y la ciudad los que le aportan significado a las cosas, más allá de lo complejo de sus materiales o formas.
En la mayoría de los casos, el ciudadano no reconoce el valor del patrimonio precisamente por su cercanía con el mismo. Pasar cientos de veces a través de los años por el frente de una hermosa casa la termina convirtiendo inconscientemente en un objeto corriente y cotidiano.
Tenemos claro que el desconocimiento del valor patrimonial de una ciudad por parte de la sociedad lo vuelve frágil, al no tener ‹dolientes› que desde su cotidianidad estén dispuestos a vivirlo para protegerlo, por lo que el festival es una invitación a pensar, admirar, recordar, vivir, anhelar, celebrar, intervenir, pero sobre todo a actuar, teniendo siempre presente que el patrimonio es un fenómeno altamente cambiante; y que aunque algunos procesos de patrimonialización se inician desde la institucionalidad, otros se construyen desde una visión cotidiana y colectiva.
El sociólogo Pierre Bourdieu utiliza un concepto de economía para analizar el patrimonio: el «capital cultural», puesto que permite entenderlo como un proceso social y simbólico que –como en el caso de todo capital– es susceptible de ser acumulado, de ser reconvertido, de hacerlo producir rendimientos y, por lo tanto, de ser apropiado de forma desigual por los distintos actores. (Capital cultural, escuela y espacio social, 2001). De esta forma, se considera el patrimonio, más que un legado cultural, una construcción social.
Entendemos entonces que si el ciudadano no se encuentra empoderado, sensibilizado respecto al tesoro que lo circunscribe, se pierde el proceso de generar valor patrimonial. Lejos de la voluntad política de los territorios, está la conciencia ciudadana, capaz de tomar las riendas, exigir y actuar; he ahí la columna vertebral del festival como herramienta comunicativa, una suerte de espejo en el que nos reflejamos y reflexionamos sobre lo que somos y hacia donde queremos ir, donde nos reconocemos en múltiples dimensiones a través de nuestra propia mirada.
En el Caribe colombiano, desde la literatura y el arte de mediados del siglo XX, Manuel Zapata Olivella, Héctor Rojas Herazo y Gabriel García Márquez, entre otros, interrumpen con la exploración moderna del mundo caribe que habitan, al lado de los aportes que hacen artistas plásticos como Alejandro Obregón, Cecilia Porras y Enrique Grau, lo que nos habla de un territorio colmado de inspiración y saberes, que peligran ante la falta de acciones. El mundo inmerso en lo patrimonial está esperando a ser descubierto y abordado por prácticas contemporáneas como la comunicación basada en el diseño; prácticas que exalten viejas costumbres mezcladas con innovación y memoria.
El antropólogo colombiano Arturo Escobar afirma que «las culturas ya no están constreñidas, limitadas y localizadas sino profundamente desterritorializadas y sujetas a múltiples hibridaciones». Estas hibridaciones las hacen únicas, y al igual como la publicidad piensa en su consumidor, se debe pensar en estrategias innovadoras y casi personalizadas que persuadan, llamen la atención y no pasen desapercibidas. Lograr que los mensajes que acompañan los procesos de cambio sean aspiraciones y no evasiones.
El festival ‘No conocí el Palma’ en su versión 2017 ya está corriendo con una nutrida agenda que se extiende hasta el 30 de septiembre, cuando se celebrará su clausura en el Banco Dugand, escenario histórico que cumple 100 años en pie.