Se han publicado dos antologías de cuentos del Magdalena este año. Narradores del Magdalena, con 11 cuentos seleccionados por Clinton Ramírez, y Cuentos desde la bahía, con 28 cuentos seleccionados por Rafael Darío Jiménez. Este último, poeta y escritor, había publicado en 1988 la primera antología de Cuentos del Magdalena, con 21 cuentos, la mitad de ellos del siglo diecinueve y primeras décadas del veinte.
En los medios de comunicación no hay noticias sobre estas nuevas analectas, no se ha dicho nada de un acontecimiento cultural importante como son todas las antologías, que por definición traen lo más selecto del género escogido. Hemos sido parcos en la costa en hacer antologías del cuento por departamentos; he encontrado algunas selecciones de cuentos de La Guajira (hecha por Víctor Bravo) y he buscado por varias bibliotecas de la ciudad, para completar la noticia de este artículo, sin resultado alguno. Al parecer, las antologías publicadas no se encuentran en las bibliotecas públicas, su nicho natural.
Antes de publicar la antología Veinticinco cuentos barranquilleros me encontré con la dificultad de hacerla, pues los intentos anteriores habían naufragado por una u otra razón. Al final, Alfonso Fuenmayor –uno de los más interesados en la antología y que me había postulado para hacerla– me dijo: «No la hagas, recuerda que le propuse hacerla a Germán y se murió, después a Julio Roca y también se murió». Decidí lanzar mis contraconjuros y el libro salió a la luz en el 2000. También se dio el otro lado de la moneda: los reclamos por parte de quienes no fueron incluidos.
Otra cosa es La antología del cuento caribeño (2003), hecha por Jairo Mercado y Roberto Montes, que publicó sesenta y cinco cuentos. Como dice la canción del filme Mi bella dama: «Todos los que están allí, están porque son, los que no están es porque no son».
En estas dos selecciones de cuentos del Magdalena se repiten los autores de mayor edad u obra conocida: Iver Pernett, Guillermo Henríquez, Clinton Ramírez, Martiniano Acosta y la poeta y periodista Annabell Manjarrés.
La presencia de autores muy jóvenes y una fuerte presencia femenina es clara y amplia en estas recopilaciones. Nombres con mucho futuro literario como Oriana Russo, Ricardo Villa y Luis Rafael Gutiérrez –para citar algunos, ya que es imposible citar a todos– están presentes. Dos libros, pues, que son un valioso aporte para tomarle el pulso literario a la región y que muestran un gran momento para los cuentistas del Magdalena.
En una bella edición el artista Enrique Lamas publicó Bocetos y Textos. En este libro Lamas escribe bellos textos autobiográficos, intimistas y religiosos. Un desnudar de su alma. El libro está ilustrado con maravillosos dibujos. Como dice en el prólogo Miguel Iriarte: «En el caso de estas piezas escritas de Lamas se trata de la ineludible patria de la infancia, del dolor por lo ajeno o perdido, de esa universal nostalgia por la tierra o del amor…» A su voz en el texto «Monólogo interior», Lamas nos dice: «Yo me pierdo, me disuelvo en esa niebla que rodea, que circunda misteriosamente el ámbito de luz en que vive inmerso el pintor…».
Tuve en mi biblioteca alguna vez la novela Isla nada, de Elmo Valencia, un escritor nadaísta bautizado como ‹el monje loco›. El autor representaba dentro de ese movimiento contracultural la influencia de los escritores beatniks norteamericanos como Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William Burroughs. Al conocerlo en el Bogotá de El Cisne, el hombre recién llegado de Norteamérica hablaba del «nadaísmo Zen». Tenía lo que se llamaba una «carreta» bien montada. Escribió novelas y poemas difíciles de conseguir en nuestras librerías. Ahora terminó su ciclo vital. Al escribir esto, se me ha hecho presente la imagen del hombre bajito que hablaba de algo incomprensible, pero el entorno, el Café ya inexistente, el frío y la gabardina entorchada a lo Humphrey Bogart que usaba se me quedó fija en la memoria.