Moriré una plácida tarde en el verano óyeme Vallejo
sentado frente al mar en mi terraza
o en un jardín bajo los árboles
mirando las alegres contorsiones de sus ramas
contra el límpido azul del cielo de diciembre,
mientras la brisa las sacude y besa mis mejillas.
Estaré rodeado de mis hijos y nietos, amigos y enemigos y ¡Feliz ironía! de mis versos.
Será como el adiós en sordina de las gaviotas,
que se van en busca de otros cielos y otros mares
cuando se extinguen los peces que los nutren.
Moriré un diciembre de verano cara al cielo
silencioso y sonriente mirando deshojarse
pétalo tras pétalo la margarita de mi vida
bajo la comba de la incógnita estelar
ignorado como el pájaro que cae muerto del cielo
en la indecible clausura del final de mis horas.
¿Se abrirá entonces los causes de mis sueños?
¿Será simple descorrerse del velo de la nada
ante mis ojos mortales o habrá otra luz que deslumbre mi espíritu insaciado?
¿Qué más da? Moriré, sí, de todos modos
una plácida tarde de diciembre
con la brisa del Norte arrebolando mi cabello
y la luz del verano reflejada en mis pupilas
lo demás, si hay un demás, será otra historia.
Domingo, Octubre 8, 2017 - 00:00
Pedro Mercado Castillo
sumario:
Poema
No