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La Negrita Puloy: famosa barranquillera que dice más de lo que baila

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Domingo, Octubre 15, 2017 - 00:00

En Barranquilla el carnaval se ha convertido en las dos últimas décadas, de modo más acelerado, en una fuente primordial de identidad. Esta celebración de orígenes bien humildes y modestos, como toda fiesta popular, ha subido de estatus en la imaginación urbana, principalmente desde el año 2003, cuando fue declarada por la Unesco como Patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

Poco a poco, las danzas, la música, los disfraces han ido evolucionando de acuerdo con una fiesta que se ha convertido en un foco de atracción turística y motor importante de la economía. Algunos de estos se han convertido en emblemas que portan la significación entera de las fiestas. En el afiche del carnaval del año 2015 podemos ver fácilmente cuáles son estos: la Marimonda, el Monocuco, el Congo y la Negrita Puloy. 

Todos estos disfraces populares ahora engalanan los desfiles carnavaleros con las más diversas versiones de fantasía. Se adaptan así a las modas que la ciudad exige para participar durante las fiestas, ahora estructuradas de un modo institucional, con la necesidad de regular su compleja ejecución. Es una forma de mantener el control de una expresión popular y espontánea, para que muestre la cara correcta de la ideología del mestizaje que blinda la ilusión de inclusión social.

Así como lo ilustra el afiche del año 2015, de la cabeza de la negra brotan los colores, la alegría y los disfraces. Es sobre los hombros de lo negro, donde se apoya mucho del sincretismo del carnaval. La mezcolanza de saberes indígenas propios de estas tierras conquistadas, unida a la de los foráneos africanos traídos a la fuerza con los descendientes de los blancos conquistadores, ha dado pie a un sinnúmero de expresiones creativas que vienen a parar a esta ciudad para ser apropiadas como parte de su identidad.

La Negrita Puloy es el único símbolo femenino de las fiestas plenamente reconocido como tal, por lo cual se encuentra en todo tipo de producto comercial que sea posible portar durante la época de carnaval. Camisetas, bolsitos, pelucas, moños, uñas pintadas, disfraces de perritas y coches de bebés son usados para decir: estoy en modo carnaval.

Hasta la carroza de EL HERALDO del año 2016 llevaba tan solo unas piernas y un paraguas que gritaban a todas luces para los entendidos barranquilleros: ¡negritas!

Sin embargo, la historia de este disfraz convertido en comparsa es bastante complicada, aunque su leyenda la haga ver como algo fácil de entender. Como toda tradición oral, como toda transmisión generacional, los archivos que comprueben las leyendas fundacionales son difíciles de encontrar. Y las leyendas dan cuenta de una historia que tiene visos de verdad y también mucho de memorias que se moldean con el tiempo.

Este corto artículo no puede dar cuenta de la investigación que realizamos, a través del apoyo de la Universidad del Norte, durante año y medio metidos mediante un trabajo etnográfico e investigación de archivo. De lo que sí puede dar cuenta es de la riqueza que nos trae el entender qué realmente porta este disfraz y cómo nos refleja a todos los miembros de esta comunidad caribeña que goza con ellas, «las negritas».

Es un disfraz que surge a finales de los años cincuenta o inicios de los sesenta. Algunas de las mujeres que hicieron parte de las primeras formas de la Negrita Puloy aún se encuentran con vida y pudieron ser entrevistadas. No recuerdan fechas exactas, pero sí recuerdan reinas y casi las edades que tenían cuando empezaron. La historia empieza en el Barrio Boston con chicas entre los 15 y 17 años que encuentran una modista y una revista para hacer un disfraz.

La búsqueda del tema que escogieron y la supuesta propaganda de un detergente venezolano nos dio muchas claves para entender la sucesión de imágenes estereotipadas de negritud que circulaban a inicios y hasta mitad del Siglo XX en las Américas. Pero en lo que respecta a la leyenda, solamente encontramos una propaganda del producto en cuestión y data del año 1966, escondida entre las promociones del momento de los famosos almacenes Sears, primer superalmacén que llegó a esta ciudad.

Lo interesante es que el término Puloil se asocia en casi toda Latinoamérica con el trabajo doméstico y las personas que limpian. Y eso es precisamente lo que hacían las «negritas» originales: se disfrazaban de negras y salían a vacilar por las casas de los barrios aledaños, a donde entraban con baldes y escobas, traperos y limpiones, simulando hacerles el aseo con gran picardía. La mujer negra ha estado, debido a su procedencia y dura realidad con la esclavitud, asociada con la servidumbre. De modo inocente, estas chicas simulaban ser negras, colocándose máscaras de tela y tapando sus brazos,
manos y piernas con telas, para jugar y divertirse entre amigas.

Este disfraz, en su aparente inocencia, trae consigo toda una historia de esclavitud, memoria de estereotipos propios de las comedias bufas cubanas y el minstrel show norteamericano. Solo que estas chicas no lo sabían mientras inventaban otra forma de hacer su carnaval. Es como si la memoria cultural volviese disfrazada de otra manera a decirnos que miremos cómo nos comportamos aún en la actualidad cuando la «negrita» ya es otra forma de chica que ni barre ni trapea, pero que anda en tacones y con paraguas sexy.

Este disfraz solo se convirtió en comparsa, cuando, en 1984, Isabel Muñoz, junto con su cuñada, Jennys Orellano, la montan, animadas por su suegra en común, doña Natividad Altamar, ya fallecida. Natividad fue una de esas chicas del barrio Boston y animó a sus nueras a una especie de proceso de liberación de la comparsa tradicional de la familia de sus maridos, los Altamar del Barrio Abajo, portadores de la tradición del Gran Cañonazo. Ella les trasmitió la forma del disfraz que se ha ido alterando, hasta ser lo que reconocemos hoy, pero eso es otra historia que nos ha dado también grandes frutos al ser analizada.

Por lo pronto queremos dejar sentado que así como la perspectiva de género y el análisis social crítico nos ha permitido rastrear el fantasma del racismo en este disfraz de mujeres orgullosas que lo han mantenido y transformado con mucho esfuerzo, hasta convertirlo en algo que podría ser llamado un «ícono» del carnaval, así hemos podido detectar que varias partes de su historia nos muestran un desafío libertario femenino: una de sus primeras intenciones era la de disfrazarse de un modo parecido al de los hombres encubiertos, para entrar a bailes a donde no era bien visto que fueran mujeres solas. Mucha de su alegría estaba en que se pensara que eran hombres disfrazados de mujeres y así poder chismosear lo que pasaba en esas fiestas de hace décadas.

Las Negritas Puloy, como las conocemos hoy en día, surgen del barrio Montecristo, de donde es Isabel, quien con su hermana Marta, siguen la tradición con mucho esfuerzo y sin realmente sacarle el provecho y la ganancia que hoy debería darles el ser Las Negritas que tanto queremos. En 2016 tuvieron que hacer un bazar para recoger fondos para mejorar sus vestidos, esos que reciclan cada año, cosa que tampoco les sirvió de mucho. Por ello, cuando gocemos con ellas, pensemos en la historia que está detrás, y todo lo que ellas nos han dado culturalmente.

* Mónica Gontovnik, PhD en estudios interdisciplinarios en artes. Es columnista de opinión de EL HERALDO y profesora en el Departamento de Humanidades y Filosofía de la Universidad del Norte. Reconocida coreógrafa y poeta de la ciudad de Barranquilla.
 

Mónica Gontovnik*
sumario: 
El viernes 19, la autora realizará una charla en el marco de ‹Caribe Negro› sobre este emblemático personaje del Carnaval de Barranquilla.
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