Día de mudanza. Sabeth y yo pasamos de Wenkerstraße, una calle de menos de cien metros y vecinos mayoritariamente alemanes, a Adlerstraße, una fiesta de locales, inmigrantes y universitarios.
Entre otras tareas, estoy encargado de la organización de los ciento ochenta y un libros que conforman nuestra biblioteca. Mi plan inicial: ordenarlos por idiomas (español, inglés, alemán) y alfabéticamente por el apellido del autor –la considero la mejor estrategia dado que Sabeth no lee español y yo no leo alemán. La propuesta de ella: géneros (libros de textos, ficción, no ficción, poesía, diccionarios) ordenados por título –su justificación: siempre se busca un libro específico, no autores. Mi prioridad: emplear el menor tiempo posible.
(Primera ponderación de opciones = quince minutos).
***
En el siglo I, a.C., se usaban estantes para almacenar, sin ningún orden en particular, rollos de papiros. En el siglo I, d.C., los romanos decidieron que los rollos (estos podían llegar a tener hasta treinta metros de largo) no eran un formato práctico. Crearon los códices (volúmenes rectangulares, planos y cosidos) que apilaban horizontalmente en estantes, con el lomo hacia afuera o hacia adentro o hacia arriba. Tratándose de objetos pesados, con cubiertas de cuero y, a veces, adornados con joyas, el arreglo horizontal dificultaba su uso. Esta situación llevó a la organización vertical. Aunque, a diferencia de nuestros días, eran ubicados con sus lomos hacia dentro, dejando el canto visible –tal vez de aquí viene la decoración dorada de los bordes de las hojas de algunas biblias.
Así, se adjuntaban etiquetas a los bordes de los libros para poder identificarlos. Odorico Pillone, abogado de Viena, prefirió una solución más llamativa y le encargó a Cesare Vecellio, sobrino de Tiziano, pintar el canto de sus libros con dibujos alusivos a su contenido. Solo hasta la primera mitad de los años 1500 aparecieron los primeros libros con fechas y títulos en sus lomos –probablemente gracias al impulso comercial provocado por la imprenta de Gutenberg– y empezaron a ser ubicados en los estantes tal como hoy lo hacemos.
En Estados Unidos, durante la Gran Depresión de los años 1920, un grupo de editoriales contrató a Edward Bernays para llevar los libros de forma masiva a los hogares. Bernays ya era famoso por abrir para las tabacaleras el mercado femenino, vendiéndoles la idea de que fumar en público (un acto tabú para las mujeres en aquel entonces) era una forma de empoderamiento y emancipación de género. Bernays acuñó la idea de que donde hay estantes habrá libros y logró convencer a diseñadores, arquitectos y constructores de construir casas con estantes empotrados en las paredes. A Bernays le debemos el valor que los libros tienen como objetos de culto y decoración.
(Primera ponderación de opciones + adquisición de conocimientos históricos = cuarenta y siete minutos).
***
Sin haber tomado una decisión y curioso por otras alternativas, pregunto a amigos por sus preferencias. Uno de ellos organiza sus libros por tamaño, desde el más alto al más pequeño. Una colega de Sabeth no solo tiene en cuenta la altura sino también el grosor. La mayoría de respuestas son más o menos genéricas: por género, por fecha de publicación, por editorial.
Otras, no tanto. El padre de Sabeth no compra libros individuales, solo colecciones especiales, como Surkamp Classics o Brockhaus Enzyklopädia, y les asigna hileras individuales. Un amigo abogado prefiere un arreglo cronológico: en la sección de la Antigua Grecia, por ejemplo, incluye no solo tomos de Aristófanes u Homero, sino también libros modernos dedicados a este periodo. Una amiga de Sabeth organiza los suyos según la fecha en la que los compró: pregrado, primer trabajo, el año de organización de su boda, y así. El más pragmático es uno de mis amigos de bachillerato: no compra libros para no tener que lidiar con organizarlos. Otra amiga continúa la tradición geográfica de su abuela: literatura anglosajona, latinoamericana, británica, europea, asiática, alemana. El que más me sorprende: un amigo poeta que ordena sus libros de forma horizontal, creando versos con los títulos de los lomos.
(Primera ponderación de opciones + adquisición de conocimientos históricos + tiempo de la encuesta: sesenta y cuatro minutos).
***
Rodeado de cajas y libros dispersos por el piso de la sala, me inclino por una solución intermedia entre la opción de Sabeth y la mía: por idioma y alfabéticamente por título. Le pido ayuda a Google y este sugiere un video TED (¿What’s the fastest way to aphabetize your bookshelf? – ¿Cuál es la forma más rápida de alfabetizar tu estante de libros?) que analiza diferentes formas de ordenar hileras desordenadas de libros:
Ordenamiento burbuja: se compara el libro 1 con el 2 y se intercambian sus posiciones si no están ordenados. Igual para los libros 2 y 3, 3 y el 4, etc., en un efecto burbuja que empuja el libro Z hasta el final de la hilera. Se repite el proceso hasta empujar todos los libros al final. Nuestros 181 libros requerirían 16.290 comparaciones que, si cada una tomara un segundo, tomaría un poco más de 4 horas y media.
Ordenamiento por inserción: se compara el primer par como en Ordenamiento burbuja, pero esta vez el libro 3 se compara primero con el libro 2 y luego con el libro 1, intercambiando posiciones cuando sea necesario, empujando los primeros libros hacia el inicio. Cada libro, en promedio, solo sería comparado con la mitad de los libros. Nuestras 8.145 comparaciones tomarían 2 horas y 15 minutos.
Ordenamiento por partición: se toma un libro aleatorio («la partición»), a su izquierda se mueven los libros anteriores a él y a su derecha los posteriores. El procedimiento se repite, a derecha e izquierda, hasta lograr subconjuntos ordenables con ordenamiento por inserción. Asumiendo particiones balanceadas y unas matemáticas que no estoy seguro de entender, nuestro ordenamiento tomaría media hora.
(Primera ponderación de opciones + adquisición de conocimientos históricos + tiempo de la encuesta + video + análisis/repetición/aplicar matemáticas del video a nuestro caso = una hora y veintiocho minutos).
***
Voces que gritan. Me asomo por la ventana: los griegos del edificio de al frente se carcajean en su balcón mientras un trío de alemanes (dos de ellos visten camisetas del Borussia Dortmund) habla, cerveza en mano, en la tienda de la esquina –aquí las llaman Kiosk. En Wenkerstraße, en cambio, nunca pasaba nada.
Frustrado por el tiempo malgastado, con los cuatro estantes todavía vacíos, recuerdo un capítulo de Seinfeld: «¿Qué es esta obsesión que la gente tiene con los libros? Los ponen en sus casas como si fuesen trofeos. ¿Para qué los necesitas después de leerlos?» Lo cierto es que existe una alta probabilidad de que los libros permanecerán en su lugar en el estante hasta la siguiente mudanza. Contadas excepciones: la relectura de los favoritos, un préstamo a un amigo, una consulta temporal o la mera necesidad de reorganizar que resulta de nuevas adquisiciones.
Con esta idea en mente, cambio de decisión. Aceptaré llevar a cabo, a ciegas, la primera sugerencia de Google a Mejores formas de organizar libros en estantes. Resulta ser una que no está relacionada con necesidades de búsquedas o preferencias literarias o estados de ánimos y que probablemente Bernays habría apoyado con fervor porque aduce a la necesidad, inducida, de tener cosas bonitas: organización por el color de los lomos.
Entusiasmado, y en un tiempo que no mido, pero que se siente cortísimo, resulto con pilas azules, rojas, blancas, negras, grises, verdes, amarillas. Me apresuro a llevarlas a los estantes mientras ignoro la voz interior que me advierte que no todos los azules son iguales, ni tampoco los rojos o los grises o los verdes o los amarillos, que el violeta podría ubicarse en la pila de los azules, pero también en la de los rojos, y que me convendría consultar opciones de escalas cromáticas en Google antes de continuar.
* Efraín Villanueva (@Efra_Villanueva). Escritor barranquillero radicado en Alemania. Tiene un título en Creación Narrativa de la Universidad Central de Bogotá (2013) y es MFA en Escritura Creativa de la Universidad de Iowa (2016). Sus trabajos han aparecido, en español y en inglés, en publicaciones como Granta en Español, revista Arcadia, EL HERALDO, Vice Colombia, Literal Magazine, Roads and Kingdoms y Little Village Magazine, entre otros.