
Este año se conmemora el centenario de uno de los sucesos más representativos del siglo XX, la revolución rusa, que marcó no solamente una ruptura con un estado de cosas en la Rusia zarista de principios del siglo XX, sino que se proyectó como una poderosa influencia en la configuración de la dinámica política internacional de las siguientes décadas. Si bien es cierto que en los primeros momentos de la revolución los acontecimientos se limitaron al territorio gobernado por el zar Nicolás II, no lo es menos el hecho de que rápidamente el mundo empezó a mirar con atención y a percibir los ecos del curso de los eventos que se estaban desarrollando, precisamente porque constituían una radical transformación de un orden social, político y económico que se había mantenido más o menos inalterado durante siglos. Barranquilla no permaneció al margen de la difusión de esas noticias, y hasta las páginas de sus diarios llegaron en esos días de octubre y siguientes de 1917 contenidos que daban cuenta de la dinámica de los eventos de Rusia.
Las causas de la revolución han sido ampliamente explicadas en múltiples tratados sobre el tema, donde se mencionan, entre otras, las dificultades económicas de Rusia en esos primeros años del siglo XX, la impopularidad de sus gobernantes, el dinamismo de ciertos grupos políticos y las enormes afectaciones que la participación del país en la Primera Guerra Mundial estaba generando para la mayor parte de la población. Por lo anterior, no es menester entrar en explicaciones sobre la revolución, sino sobre la manera como fue representado dicho evento a través de la prensa barranquillera.
Durante buena parte de la guerra, específicamente antes de 1917, varios de los medios impresos que circulaban en Barranquilla registraban las noticias sobre los ejércitos rusos con cierto beneplácito. Esta situación puede explicarse en buena medida porque Rusia era aliado de Francia y enemigo de Alemania, la primera considerada defensora de la libertad, en tanto que la segunda, vista como potencia agresora. Esto último, a su vez, debe mucho al monopolio que los países de la Entente (Francia y sus aliados) ejercieron sobre el flujo de noticias que llegaba hasta Barranquilla, donde la versión de la guerra que se contaba estaba fuertemente determinada por los contenidos generados en Londres o París.
En lo que respecta a la situación interna de Rusia antes del estallido revolucionario definitivo de finales de octubre, las referencias aportadas por algunos medios en Barranquilla oscilaban entre la inquietud por los efectos del alzamiento contra el régimen del zar en febrero de ese mismo año, y el optimismo de que los ejércitos rusos continuarían en campaña contra Alemania y sus aliados como contrapeso en el frente oriental. De esta manera, por ejemplo, el diario La Nación titulaba a una de sus notas de prensa de 24 de octubre de 1917 «La mala situación de Rusia», en clara alusión a las dificultades políticas de ese país, al tiempo que, en esa misma edición, otra noticia daba cuenta de la importancia de los rusos para vencer a Alemania y sus aliados y alcanzar la paz.
Dos días después, el 26, el mismo diario La Nación informaba del deterioro de la situación en Rusia, al punto de que una de sus notas titulada «Los soldados se niegan a ir al frente de batalla» exponía las dificultades que tenía el mando ruso para sostener el frente en medio del descontento social y la inestabilidad política en la cual naufragaba ya para ese momento el gobierno provisional surgido del derrocamiento del zar en febrero.
El desencadenamiento de los sucesos que terminaron con la revolución de octubre (noviembre en el calendario gregoriano), donde los bolcheviques asumieron el poder, no pasó desapercibido para la sección de noticias internacionales de La Nación, tal y como había venido sucediendo con los sucesos previos en Rusia. Y de la misma manera que pasaba con el cubrimiento de la guerra, las fuentes a partir de las cuales se informaba el público lector en Barranquilla eran los contenidos generados en las capitales aliadas de Europa, es decir, París y Londres, razón por la cual la visión que se construyó acerca de los sucesos, principalmente de Petrogrado y Moscú, era bastante pesimista, sobre todo por el hecho de que la llegada de los bolcheviques al poder representaba el riesgo de salida de Rusia de la guerra, o peor aún, que los bolcheviques se aliaran con los alemanes.
Así las cosas, los eventos que se desarrollaron en la Rusia ahora gobernada por los bolcheviques se representaban en Barranquilla como de desorden y caos. Sin embargo, en medio del cuadro de pesimismo que trazaban las notas de prensa originadas en Europa con respecto a la situación en Rusia, salta a la vista la expectativa de que el proceso liderado por los bolcheviques fracasara. Así se percibe a través de noticias publicadas en las que se habla de que, por ejemplo, «Lenin solo es sostenido por una pequeña parte de la población de Petrogrado», o «Los cosacos destruyeron la Guardia Roja, cuyos regimientos constituían el sostén principal de los leninistas».
De esta manera, el cuadro que el lector barranquillero construía sobre la situación en Rusia oscilaba entre la idea del absoluto desorden generado por las acciones de los bolcheviques y la expectativa de que era cuestión de tiempo que todo volviera a la normalidad, con lo que los aliados podían seguir contando con su aliado en el Este en la guerra contra Alemania y Austria-Hungría.
Pero en la medida en que avanzaba el proceso revolucionario en sus iniciales y siguientes fases se hizo en extremo difícil mantener la idea de que la revolución bolchevique iba rumbo al fracaso, y muy pronto el público lector en Barranquilla empezó a enterarse, también a partir de los contenidos originados en ciudades como Londres o París, que importantes cambios se estaban gestando en territorio ruso. Un nuevo imaginario desplazó a la idea de Rusia como aliada en contra del expansionismo alemán, ahora era el motivo de nuevas preocupaciones, la fuente del peligro comunista que amenazaba con extenderse.
Se evidencia en este caso dos tendencias que marcarían fuertemente el siglo XX: por una parte, el nivel de integración de los escenarios mundiales en un todo global, que daba lugar a que los procesos y acontecimientos generados en un punto específico del sistema se sintieran o cuando menos se percibieran, con variable intensidad, en lugares distantes; y por otro lado, la fortaleza de los medios de comunicación, capaces de construir realidades en función de los intereses que los controlaban, como sucedió con las imágenes construidas sobre la guerra y específicamente sobre la situación en Rusia antes, durante y después de la revolución.
*Julián Andrés Lázaro: Ph. D. en Historia. Director del Archivo Histórico del Atlántico