En 1885 el columnista Erasmus Wilson lanzó críticas contra los movimientos feministas de la época. Les sugirió a las mujeres «convertir su hogar en un pequeño paraíso en el cual jugar al papel del ángel […] Su esfera es definida por una palabra: hogar». Más tarde afirmaría que «las mujeres alegan defender sus derechos, pero en realidad buscan arrebatarle al hombre prerrogativas otorgadas a él por Dios».
The Pittsburg Dispatch recibió decenas de cartas criticando la postura del periodista. Una de ellas llamó la atención del editor George Madden por su sinceridad: ‹huérfana solitaria› declaraba haber experimentado la frustración de una vida de penurias, imposibilitada a encontrar trabajo sólo por ser mujer. El periódico solicitó a ‹Huérfana› que enviara su nombre y dirección para responderle. Elizabeth Jane Cochran prefirió ir directamente a las oficinas del periódico. Aunque esperaba encontrarse con un ruin déspota, descubrió inesperadas personalidades en Wilson y en Madden.
Nace Nellie Bly
Para Madden, lo que a Cochran le faltaba en estilo, gramática y puntuación, le sobraba en espíritu. Le encargó su propia versión de ‹la esfera de la mujer›. Publicado bajo el nombre Huérfana Solitaria, Cochran reflexionó sobre la vida de las mujeres pobres, sin educación, trabajando por salarios que apenas cubren las necesidades mínimas de sus familias. Discutió el círculo vicioso de mujeres a las que se les niega trabajo por no tener las habilidades requeridas, pero a las que tampoco se les brinda la oportunidad de aprenderlas. A las líderes del movimiento feminista les pidió «más trabajo, menos charla».
Cochran nació en el segundo matrimonio de su padre, Michael. Cuando este murió sin testamento y con quince herederos –diez del primer matrimonio–, su familia vivió una situación precaria. Su madre no encontró otra solución que volver a casarse. Cochran tenía dieciséis años y experimentó las desgracias de un padrastro violento y alcohólico. En sus primeros dos encargos para el periódico, Cochran protestó los juicios morales contra el divorcio. «Si el pecado es un hombre sonriente que asegura ‹No temas, tus deudas serán pagadas›, la mujer, no dispuesta a que sus hijos mueran de frío o hambre, aceptará. ¿Quién puede culparla?»
El censo de Estados Unidos en 1880 listaba 12.308 periodistas, sólo 288 mujeres. A ninguna se le permitía publicar bajo su nombre. Madden decidió contratar a Cochran como periodista de planta y eligió como su seudónimo Nelly Bly, el título de una famosa canción de la ciudad. Durante diez meses reportó alrededor de figuras femeninas. E.H. Ober, una de las primeras mujeres en crear una compañía de ópera. Una entrevista con una anónima corista de espectáculos para hombres. Clara Oehmler, prodigio musical que tocaba el piano a oído. Pero también estaba encargada de temas ‹concernientes a las mujeres›, como jardinería, moda, sociedad y espectáculos.
Cochran convenció a Madden de que le permitiera una columna semanal. Su publicación más destacada criticaba la falta de instituciones que ayudaran a capacitar y promover actividades lúdicas para jóvenes mujeres, las cuales sí existían para hombres. A pesar de su éxito, Madden mantuvo a Cochran asignada a la sección de moda. Desilusionada, renunció.
Nueva York
Cuando Joseph Pulitzer adquirió el New York World en 1883, su circulación dominical no sobrepasaba los 20.000 ejemplares. Pulitzer propuso un enfoque sensacionalista, más tarde reconocido como ‹periodismo amarillista›. Cuatro años después la edición dominical llegó a los 200.000 ejemplares. Los demás periódicos de Estados Unidos lo imitaban y todo periodista anhelaba trabajar en él.
Cochran llegó a Nueva York en mayo de 1887. Durante su búsqueda de trabajo descubrió que The World planeaba enviar reporteros en un globo desde San Luis hacia el oeste del país. Se ofreció a ser uno de esos periodistas, pero fue rechazada con la insinuación de que era una tarea demasiado peligrosa para una mujer.
Trabajando de forma independiente desde New York para The Dispatch, una lectora le pidió consejos sobre su aspiración de convertirse en periodista. Cochran llevó la pregunta a pesos pesados de diferentes periódicos: ¿cuál es el panorama de las mujeres en el periodismo? Charles A. Dana, de The Sun, negó prejuicios en contra de las mujeres, pero aseguró que carecían de exactitud. George H. Hepworth, de The Herald, indicó que nunca enviaría a una mujer a cubrir crímenes. John A. Cockerill, de The World, manifestó con orgullo que tenían dos mujeres cubriendo noticias de sociedad. Otro éxito impreso que no representó avances en la carrera de Cochran: no recibió ninguna oferta de trabajo.
Sin dinero –había perdido su bolso y sus últimos dólares–, pero decidida a no abandonar Nueva York, probó un intento desesperado. Afirmó a los guardias de The World que tenía una propuesta sumamente importante y que la ofrecería a otro periódico si no le permitían reunirse con Cockerill. Entre otros, Cochran se ofreció a viajar a Europa y regresar en un barco de inmigrantes para escribir una crónica. Cockerill le pidió tiempo para hablar con Pulitzer y le hizo un adelanto de veinte dólares.
Detrás de las barras de un asilo
«The World me pidió intentar ser admitida en uno de los asilos para locos y escribir sobre el tratamiento dado a los pacientes». Así describió Cochran la oferta de Cockerill que la convertiría en una revolucionaria del periodismo investigativo.
Frente al espejo, Cochran practicó su papel de loca: ojos ampliamente abiertos, mirada perturbadoramente fija. Vistiendo ropas viejas y asumiendo una postura errática, incoherente y distante convenció a policías, a un juez y a cuatro doctores de su inestabilidad mental. Uno de los médicos, luego de unas cuantas preguntas y pruebas superficiales, declaró: «sin lugar a dudas es una demente, un caso incurable». Fue enviada al asilo de la isla Blackwell.
Durante diez días Cochran experimentó las crueldades de un sistema supuestamente diseñado para proteger a los más desvalidos. La calefacción del asilo sólo se encendía en casos extremos, las habitaciones se cerraban con llave y no había forma de abrirlas con prontitud (en caso de incendio, por ejemplo), la insípida comida no cumplía con normas de higiene. Las enfermeras abusaban verbal y físicamente de las pacientes y los doctores apenas se interesaban por examinar la evolución de sus casos. Las pacientes eran bañadas, una vez a la semana, en una tina con agua helada, cambiando el agua sucia sólo cuando se espesaba demasiado por la mugre; compartían toallas, aun cuando algunas mujeres presentaban infecciones y sarpullidos en sus cuerpos. No había entretenimientos y el único ejercicio era una breve caminata en las mañanas. El resto del día, eran obligadas a permanecer rígidamente sentadas, en silencio. A quienes osaban quejarse se les recordaba que estaban en una institución de caridad y debían agradecer lo que recibían.
Cochran conoció a varias mujeres que, en su criterio, no mostraban ningún síntoma de locura y parecían estar más allí por error o por complicidad de terceros, como una mujer alemana abandonada por su hijo. Tillie Mayard y Louise Schanz son sólo algunas de ellas.
Alrededor del mundo
Entendiendo que no puede haber alteración del orden sólo a partir de la reflexión y consciente del privilegio de ser leída por decenas de miles de personas, Cochran también estaba dispuesta a servir de ejemplo. Su entusiasmo por demostrar que no hay nada que los hombres puedan lograr que las mujeres no, la llevó a otra aventura. En 1888, replicó el viaje de Phileas Fogg en Alrededor del mundo en 80 días de Julio Verne. Lo finalizó en setenta y dos días.
Elizabeth Jane Cochran fue una referente en la lucha del activismo feminista en una época en la que las mujeres ni siquiera podían votar. Murió hace noventa y cinco años y su nombre, tanto el real como el que le fue forzado, puede que sea desconocido para muchos. Pero no por ello el legado de sus palabras y el valor de sus acciones carece de resonancia en nuestro desigual presente.
Efraín Villanueva (@Efra_Villanueva). Escritor colombiano radicado en Alemania. Es MFA en Escritura Creativa de la Universidad de Iowa y tiene un título en Creación Narrativa de la Universidad Central de Bogotá.