«Hombres necios que culpáis a la mujer sin razón…». Así empieza uno de los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz, la monja mejicana del siglo XVII, y que en el actual debate sobre el trato a la mujer ha sido citado varias veces.
El 7 de noviembre de este año varias escritoras en carta abierta, protestaron ante el Ministerio de Cultura por la delegación que representaría al país en las actividades del año Colombia – Francia, y que solo estaba conformada por hombres. En el reclamo firmado por nombres femeninos muy conocidos en nuestra literatura, –entre ellas encabezada por la barranquillera Adriana Rosas– se pedían explicaciones de cómo había sido la convocatoria y cuáles criterios de calidad literaria se habían tomado en cuenta. En el debate –que entre nosotros no hizo el eco que debería haberse dado– hubo la frase ácida de un escritor de renombre que dijo que, si los lectores decidían que era mejor leer a los hombres, ¿entonces qué?
En los eventos anteriores la mayoría de estas delegaciones han privilegiado a los escritores de novela, aunque también han ido algunos periodistas, historiadores, algunos poetas y, en ocasiones anteriores estuvieron las escritoras Laura Restrepo y Piedad Bonnet.
En las respuestas, dadas en varias conversaciones, por algunas mujeres de nuestro mundo cultural y académico, el tema desbordó los límites literarios. Para la bogotana Leonor Villaveces, filósofa y psicóloga, autora del libro Pensamiento crítico y filosofía, las mujeres han sido siempre invisibilizadas. Pero además añadió: «Las mujeres y algunos escritores han sido ignorados para darle paso a hombres blancos que viven en Bogotá y Medellín. No es simplemente cuestión de machismo, hay una tendencia en la literatura colombiana de invisibilizar la diversidad».
Para María Matilde Rodríguez, abogada y autora del libro de poesía Los hijos del paisaje, el machismo es innegable y este es un país de exclusiones, pero hablar de exclusión de las mujeres en la literatura a partir de la asignación de una cuota burocrática, no debe ser una medida de la exclusión de la literatura femenina.
Minutos después y mientras despachábamos una pizza excelente, me confesó:
«García Márquez pudo decirle a su mujer que resolviera los problemas básicos de la casa mientras el se encerraba a escribir seis meses, pero ¿te imaginas aquí a una mujer casada pretender los mismo? Cada dos minutos le estarían tocando la puerta porque le falta azúcar al café. Todo eso ya lo había planteado Virginia Woolf en su libro Una habitación propia.
Al finalizar la pizza María Matilde recordó el consejo de la gran escritora de San Andrés, Haizel Robinson, que le decía un «No te rindas, escribe».
Viridiana Molinares Hassan, abogada, autora de tratados como La zona gris, imposibilidad de juicios y una nueva zona ética, escritora de ficción con Queridas, un viaje por la memoria y Tedio y otros cuentos, me menciona en el fugaz encuentro en la cafetería de la universidad, que la exclusión es tan generalizada que, hasta las mujeres firmantes de la protesta ante el Ministerio de Cultura, no hicieron un pliego más amplio donde hubieran firmado otras escritoras.
La joven escritora Erika Bermúdez, autora de Erótica causa, un ensayo sobre la filosofía de la razón erótica, me menciona las autoras que lee y las que le disgustan. No pude saber un poco más sobre Temistio un filósofo de la antigüedad, muy desconocido por nosotros, pero muy estudiado por ella.
Mi conclusión es que cualquiera de estas escritoras costeñas hubiera adornado la delegación a Francia,