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El asombro ante lo cotidiano

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Domingo, Abril 24, 2016 - 00:00

Siguiendo la tradición desde Grecia, la filosofía es asombro. Asombro ante lo que es tal y como es, expresaba Aristóteles. Por su lado, Platón consideraba que no hay otro comienzo para la filosofía que el asombro.

No obstante, el asombro, modernamente hablando, no se limita al sentido metafísico de la contemplación del ser en cuanto ser y a la búsqueda de las causas más allá de lo físico, en un apartado lugar, llámese Olimpo o Cielo de las Ideas. El pensamiento actual se orienta, de preferencia, al mundo de aquí abajo, a la realidad observable. El asombro se da ante los bosques, los ríos, los océanos que aún nos muestran su magnificencia a pesar de que la técnica sin control ha ido destruyendo la naturaleza. Maravillarse de la bondad de hombres y mujeres anónimos es posible incluso en tiempos de penuria moral. Asombrarse, por tanto, de lo humano, de los seres comunes,
de la multitud que deambula por las ciudades es también la tarea del filósofo en busca de la verdad.

Verdad que está en este mundo y no en un más allá. Recuérdese la crítica de Nietzsche a la idea del «mundo verdadero» de la metafísica occidental que, según él, es la historia de un error porque acaba volviéndose una fábula y deja de ser verdad.

Siguiendo el dramatismo que le imprime Nietzsche, el mundo verdadero es una idea antigua, simple y convincente, que pasa luego a ser dogma de fe, indemostrable, termina siendo una idea inútil, que tampoco obliga a creer en ella porque se ha convertido, para nuestro tiempo, en una fabulación.

El asombro ante lo individual y lo comunitario
Asumir el asombro, es decir, adoptar una actitud filosófica ante algo tan cotidiano como lo es la muchedumbre en la que estamos inmersos, no sería otra cosa que volver la mirada reflexiva al hombre común, apartándose de los superhéroes construidos por los medios masivos de comunicación y las revistas del espectáculo. Es volver la mirada al héroe de la vida diaria, a los hombres y mujeres ordinarios, ordinary people, que deambulan por las rutas de la vida democrática —en caso de haberla— o por el desierto de los derechos conculcados; esos habitantes que carecen de derechos porque se los han recortado en las multifacéticas dictaduras modernas.

Preguntarse por los seres humanos concretos es hacer filosofía política o filosofía de la comunidad. Para llegar a esa filosofía, la reflexión filosófica, según Hannah Arendt, tendría que hacer de la pluralidad humana, con sus grandezas y sus miserias, con sus victorias y sufrimientos, el objeto de su asombro. Incluso la pregunta nos lleva a hacer filosofía que educa para ver el mundo de manera distinta al fin utilitario que ha ido adquiriendo la educación, partiendo del mismo asombro socrático como bien lo expresa Martha Nussbaum con respecto a la educación de los niños: «Mientras el juego va avanzando, el niño va desarrollando también la capacidad de asombro e imaginación».

Habría que ir más lejos, si se quiere, aceptando que el hombre se encuentra en comunidad, que el individuo aislado no es nada sino es hombre con la mujer, hombre con otro, es decir, que la sentencia bíblica, a saber: «No es bueno que el hombre esté solo», no es otra cosa que la proclamación de la necesaria instauración del ser humano como existente en la comunidad. Hombre con el otro, individuo en la alteridad, ser humano en el seno de una comunidad, son tantas otras formas de decir que la filosofía tiene la gran tarea de abordar y preguntarse por la condición humana.

Las prácticas cotidianas
Michel de Certeau nos propone mirar con detenimiento la invención de lo cotidiano, que se basa en redescubrir la vida diaria, centrada «en el hombre ordinario». Para los pensadores franceses de Mayo del 68, la propuesta filosófica se refería a la figura anónima y múltiple, encontrada al azar en tantas ciudades de Europa y de América: «Hombre ordinario. Héroe común. Personaje diseminado».

Para nosotros, en América, particularmente en el Caribe, esa propuesta filosófica debería referirse a lo que el ‘hombre ordinario’ representa: sobre todo, mas no exclusivamente, a los humildes, a los que no tienen nada, a los campesinos echados de sus tierras, a la mujer maltratada, al niño desnutrido, al adolescente pobre que no recibe educación ni tiene oportunidades.

En los escritos citados de Michel de Certeau encontramos un riquísimo material y una guía para la investigación de lo cotidiano, que busca expresar la experiencia de la cultura multiforme de la calle que se resiste al poder monolítico, a la razón única, a la imposición del discurso monódico sobre la singularidad y sobre el cuerpo.

Hacer historia y filosofía, pero también hacer el habla, dejar hablar: tomar la palabra y dar la palabra a quienes no la han tenido. Como anota de Certeau en L’Écriture de l’histoire, dar la palabra a los olvidados: el salvaje, el pasado, el pueblo, el loco, el niño, el Tercer Mundo…

Maravillarse de lo cotidiano
Esta convicción ética y política sobre el individuo se nutre de una sensibilidad, incluso estética, que se expresa mediante la capacidad para maravillarse ante lo cotidiano y frente a la vida cotidiana de los individuos: la cotidianidad está sembrada de maravillas, espuma tan deslumbrante como los libros de los escritores o los cuadros de los pintores.

Poco interesa que este orden se refiera, hoy, a productos de consumo ofrecidos por una distribución masiva que desea dar forma a la multitud, conforme a modelos de consumo impuestos, mientras que ayer se trataba del orden de verdades dogmáticas en las cuales había que creer y en sus ritos de celebración  que se debían cumplir.

Lo que importa en nuestro tiempo es que los individuos están sometidos por otros dogmas, esta vez producidos por el mercado y la especulación financiera. Lo dramático es que las mayorías están compuestas de individuos que no cuentan, que no tienen mucho que ofrecer, porque no tienen educación ni competencias. Son encarnaciones de El hombre sin atributos (1940) de Robert Musil, que prefiguraba esta erosión e irrisión modernas de lo singular, de lo individual. No se trata ya, como en el reciente pasado, de una denuncia burguesa sino del asombro moral ante las inequidades.

La mayoría de los habitantes del Caribe está conformada por ‘hombres sin atributos’. ¿No es acaso el Caribe colombiano la región donde la pobreza disminuye menos que en el resto del país, si se comparan los resultados socio-económicos hasta fechas más recientes, por ejemplo? Para no hablar de la pobreza extrema o de la miseria que, en nuestra región Caribe, muestran los peores índices.

El experto y el filósofo
El camino filosófico, que está aún por hacerse, consiste, en una primera aproximación, en llevar las prácticas y las lenguas científicas hacia su país de origen, a la everyday life, que es la vida cotidiana.

Si Ludwig Wittgenstein se propone «llevar el lenguaje de su uso filosófico a su uso ordinario, al everyday use, proyecto que ha desarrollado, sobre todo, durante el último periodo de su obra», es porque está invitando al filósofo a impedirse el desbordamiento metafísico para acercarse al lenguaje que mejor capture los lenguajes cotidianos, el hablar y el pensar de los individuos. Podríamos decir, entre nosotros del Caribe, que es capturar el lenguaje de los que no tienen voz ni siquiera voto autónomo en las urnas.

Por otro lado, los filósofos, en general, nos hemos fijado como una de las tareas más apremiantes ser los científicos de la actividad significante en el lenguaje común. No se trata de criticar esa tarea, tampoco de caer en la trampa de convertirnos en expertos que se alejan de los individuos y sus preocupaciones cotidianas. El lenguaje ordinario, la cultura de cada día, están ahí para recordarnos que necesitan voceros.

La ciencia es una tarea que la filosofía debe abordar, pero habría que evitar convertirse en el experto o el intérprete, situado en otro campo lingüístico que se superpone a la ciencia; mucho menos hablar en otra parte ‘en su nombre’. La excesiva especialización ha creado una cultura de la llamada expertise que ha distorsionado la educación superior y ha generado un impacto negativo en muchos profesores y en in- numerables estudiantes.

Por otro lado, la movilidad global, las comunicaciones y las tecnologías de la información han creado interconexiones, los campos y disciplinas académicas se han vuelto paradójicamente más fragmentarios y aislados entre sí. Las universidades hacen alarde de su expansión y visión globales, pero son mayormente instituciones que funcionan como silos de almacenamiento, mal adaptadas al mundo interconectado.

Asombro y crítica
La filosofía es asombro, es maravillarse. Pero, también tiene una historia desarrollada desde Sócrates y enlazada con el pensamiento crítico: el de cuestionar y preguntar. En esta perspectiva, con el auge de la globalización y el afán de competir por el dinero, valen las preocupaciones de Martha Nussbaum: «Se están produciendo máquinas enteras utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos».

*Rector de la Universidad del Norte por más de 30 años. Con estudios doctorales en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de la Sorbona.

Jesús Ferro Bayona
sumario: 
Ensayos inéditos y otros publicados contiene el libro ‘El mito de la filosofía’, que será presentado en la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2016. Llegar a los universitarios e interesados en el pensamiento filosófico es el propósito del autor.
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