En franca oposición al célebre título con que Kubrick cerró los noventa, todos han dilatado sus pupilas al máximo en la Cinemateca del Caribe. Electra y Murphy son los responsables desde el primer fotograma, muy a pesar del sugestivo tráiler que premeditaba el evento. Espectadores de edades diversas carecen del pudor supuesto en otros escenarios con material combustible semejante. Porque así percibimos lo cotidiano. La sexualidad delimita el círculo de lo íntimo al que no suele ingresar más de una(o) a la vez, salvo por invitaciones que son materia del debate moral y del creciente abanico de exploración en la actual cosmopolis. La contemplación del sexo es otro de los límites. Algo también rayano en el ‘qué dirán’. Pero los arriba mencionados continúan viendo Love (Gaspar Noé, 2015) con los ojos bien abiertos. Los he visto en Cartagena y Barranquilla con la misma expresión en el rostro. Y no es de perplejidad.
El cuarto filme del argentino, radicado en Francia, Gaspar Noé, quien nos presenta la natural extravagancia como norma desde Tintarella di luna (1985), su primer cortometraje, y Solo contra todos (1998), su ópera prima en largo, nos avienta hacia las fronteras de lo divino y lo profano.
Camino similar, manteniendo las proporciones, recorrió la pareja de Alice y Bill Harford, interpretados por Nicole Kidman y Tom Cruise en Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut, 1999), testamento cinematográfico de Stanley Kubrick. En ellos la tentación hace escala previa en la confrontación de sus deseos aún no materializados, escarbando entre lo utópico, lo soñado en silencio y, sin embargo, no menos doloroso al momento de recrearlo en palabras. Siendo su mayor fortaleza y peor debilidad a la vez, los Harford pagarán el precio de su sinceridad, tal cual Electra (Aomi Muyock) y Murphy (Karl Glusman), quienes buscando un trío con Omi (Klara Kristin) engendrarán al cuarto, e inesperado, miembro de su intríngulis erótico en Love; razón, a la postre, de su distanciamiento.
De modo que, parafraseando a Hitchcock, un Gaspar (como llaman al bebé) será el MacGuffin que moverá la trama en Love, como una hermandad orgiástica lo hará en Ojos bien cerrados. Las consecuencias devienen en estímulos que no compensan la franqueza de unos personajes cuya constante búsqueda del amor los conduce a su vasto árbol de manifestaciones. Y las físicas, tendenciosas y equívocas, pero equiparables al summum del placer y a la comprobación sólida de lo que es etéreo hasta concretar, al menos, un beso, los pondrán a prueba.
Cuatro almas perseguidas en delineados planos secuencias con la fotografía de Benoît Debie y Larry Smith (al servicio de Noé y de Kubrick) divagan en conversaciones, a veces triviales, a veces profundas, por París y Nueva York. Al final, la Gnossienne n° 3, de Erik Satie, y el Vals n° 2, de Dmitri Shostakóvich, pesan con insoportable levedad en nuestro juicio cuando todo está dicho entre estos Tomás y Sabina posmodernos. No hay Kundera que valga.
El imperio de los sentidos (1976), Calígula (1979), Los idiotas (1998), Romance X (1999), 9 orgasmos (2004), Miente conmigo (2005), Shortbus (2006) y Ninfomaníaca Vol. 1 y 2 (2013) también pueden jactarse de bordear los límites de lo permisible en pantallas, pero solo Love empleó el 3D para dimensionar la explosividad de un orgasmo. Y si bien esto podría catalogarse de mero asunto cosmético, lo que empezó con una clase magistral de Gaspar Noé y una función de medianoche en el 56° Ficci, aún no termina.
No hay censura para el inconsciente. Donde habita el arte también pernocta el deseo. Lo dijo Bill en boca de Cruise: «Ningún sueño jamás es solo un sueño». Pero es Alice, en labios de Kidman, quien resuena en mi libido: «Hay algo muy importante que necesitamos hacer cuanto antes». Tajante respuesta recibió su esposo al preguntar: «¿Qué?».
*Crítico – Formador de públicos.