María Concepción Balboa, Concha Buika, no solo es una de las cantantes más prestigiosas y celebradas de la actualidad; su voz, su canto, su espectáculo es ante todo un conjunto de experiencias que no dejan en paz a quien la ve actuando o a quien escucha su música. Este impacto lo origina una sumatoria de facetas que uno puede ir descubriendo y cotejando en los diversos momentos de su vida.
Por una parte, está su apariencia, su presencia escénica de mujer negra con rasgos muy particulares (como los de Carmen MacRae y Miles Davis), que creció entre gitanos y aprendió a entonar y a manejar todo el complejo melismático del cante jondo y la copla española y flamenca, reuniendo en esa condición un impacto indiscutible en el contexto de los grandes espectáculos musicales del mundo de hoy. Su voz, su presencia y su repertorio no le dejan a nadie el corazón en paz.
Un segundo aspecto es que Buika no solo puede cantar con toda naturalidad y propiedad con ese dejo gitano, sino que su voz negra, su timbre sucio, en un sentido jazzístico, como cuando hablamos de Armstrong, representa sin duda el ingrediente especial para la expresión de ese desgarramiento, de ese malestar existencial que esta artista lleva por dentro y sufre en sus canciones.
Un tercer aspecto en esta enciclopedia adolorida que es Buika es el amplio abanico que alcanza su sensibilidad cantora y compositora, y de intérprete instrumentista también, y que la hace una cantante con habilidades también muy diversas. La hemos visto asumir con un sello personal muy propio el gran repertorio latinoamericano del bolero; ha podido con las heridas del tango sin desangrarse; con la exigente tradición popular española de la copla; la sinuosa suavidad del soul le cae de maravilla; puede ‘jazzear’ con swing y con hondura en los terrenos del blues; y ha hecho de la canción flamenca, en la que tantos mitos han campeado, una zona de confort muy propia.
Esa reunión de habilidades interpretativas hacen que su música sea la más amplia demostración de lo que se ha forjado y vive en su condición mestiza, en el sentido antropológico y cultural más positivo del término.
Y una cuarta determinante es su personalidad llena de arrojo en la que influyen también, quién lo duda, la valentía gitana, la resolución para sentir, para hablar y para vivir; para asumir con realidad y con arte su pasado histórico y su historia negra, asistida desde ambas procedencias por la persecución de la pobreza y la vida dura, a pesar de que su padre era un exministro y escritor. ¿De dónde si no de allí nace su sentido de vivir, cantar y ser una ciudadana del mundo declarada en rebeldía permanente? ¿Y de qué otra manera podría entenderse cuando dice: «yo soy negra: la tristeza para mí es una diversión»?
Buika nació en la Isla de Mallorca en 1972, hija de un matrimonio de refugiados políticos de Guinea Ecuatorial. Desde pequeña se escapaba a un barrio llamado Son Gotleu donde había música y canto siempre, y así comenzó todo, ayudado por el gusto musical de una madre que se preocupaba porque en su casa hubiera música sonando a toda hora. Y cantaba y bailaba donde quiera que podía.
Y siempre fue muy consciente de esa condición mestiza que conecta su sangre desde sus venas hasta sus discos. Su primer disco publicado en 2000 se tituló precisamente Mestizüo, un término que explica mucho mejor y más seriamente lo que expresa la palabra fusión.
Además del compromiso interior del canto y de la música en sí mismos, Buika suma a su expediente de artista el hecho de ser también una autora que ha publicado dos libros de poemas que, más allá del hecho puramente editorial o literario, le comportan ante todo refuerzos espirituales y conceptuales que enriquecen sin duda su pensamiento de artista integral que escribe, canta, compone, actúa en películas y ejecuta instrumentos, y que pone a prueba sus ideas cuando en una entrevista al periodista Alberto Lladó en el periódico La Vanguardia, en 2014, a propósito de su segundo disco, Buika, de 2005, le dice:
«Mi condición, y no sé si celebrarlo o lamentarlo, es la de quien siente que es el hambre lo que me mantiene con vida. Siento que siempre me alimentó más que la comida... Soy soldado. Yo nunca deseo, eso es para príncipes, y jamás ordeno porque eso es de jefes y reyes, ellos no pueden hacer lo que hago yo, lo mío es exclusivo de los verdaderamente fuertes, de los que pueden unir lo dividido o conseguir lo casi imposible con la fuerza de la música, con un buen guion, con una coreografía, con un lienzo. Siempre siento vértigo, pero a la vez me alivia pensar que soy yo o uno de nosotros el que va a guiar a la tribu hacia el otro lado de la línea. Por lo menos durante el tiempo que dura el show».
Concha Buika entró a la vida artística para hacerlo todo sin parar. Después de su segundo disco se junta con un gran músico, compositor y productor español llamado Javier Limón, y con él saca a la luz tres discos importantes: Mi niña Lola, 2006, Niña de fuego, 2008, y El último trago, 2009. Tres producciones que, teniendo cada una su propia experiencia de impacto individual, juntas significan la ratificación absoluta de lo que los dos primeros discos habían anunciado al mundo como una gran noticia para la música popular contemporánea; es decir, la consolidación de una propuesta estilística que no recuerda a nadie más en ningún campo de esta música, y que con toda razón permite que pueda ser comparada con lo que los entendidos llaman las voces históricas del canto: Billie Holiday, Edith Piaf, Nina Simone y Amy Winehouse.
Y recogiendo premios y reconocimientos a lo largo de un camino de éxitos por parte no solo del público de distintos países sino de otros cantantes y artistas y productores, Buika, después de la recepción de su disco en homenaje a Chabela Vargas, al lado del pianista Chucho Valdés, en 2009, hace su primer disco compilatorio titulado En mi piel (2011), y recorre múltiples escenarios internacionales compartiendo experiencias con cantantes como Rachelle Ferrell, Chic Corea, Pat Metheny, entre otros, y participa en una película de Pedro Almodóvar y llega a su séptimo disco, La noche más larga (2011).
Pero cuando las giras y los múltiples compromisos se vuelven pan de cada día es probable que la frescura del artista se vaya marchitando noche a noche bajo las luces de los escenarios. Solo que en este caso, la pasión de Buika, el «hambre» que aún la sostiene sin importar que ahora vive en el Miami de las grandes estrellas, es el principal incentivo para seguir alimentando su espectáculo con una manera muy personal de relacionarse con sus músicos en escena a través de la improvisación y la interlocución permanente. Y, muy especialmente, en la manera que tiene de refundar con su estilo los temas tradicionales que canta. Ella, que es una artista cabal, sabe que así tiene que ser. Quizá por eso considera que a sus 43 años todavía es una joven promesa y que hasta este momento de su vida puede decirse que ha estado jugando; que es a partir de aquí cuando podemos esperar cosas mucho más grandes de Buika, como le dijo el año pasado a Juanp Holguera, periodista de El País, de España.
Y así parece ser, su octavo álbum Vivir sin miedo (2015), cantado en inglés y un poco de español, ha contado con la colaboración de su propio hijo de 15 años en la producción y las voces. La nota de prensa de este disco dice que «contiene una combinación todoterreno de R&B, Afro, Góspel, Soul, Dubstep, Nuevo Flamenco, Reggae y hasta Reggaeton». ¿Un compilado de world music?, se pregunta el periodista de ABC de Madrid Nacho Serrano, y se responde: «La etiqueta parecía obsoleta pero ahí está la flamante sorpresa para negar la mayor: el dueto con la celebrity pop Jason Mraz al estilo de los hits noventeros».
Pero la definición más lúcida se la da la propia Buika cuando le dice: «Antes era poco valiente a la hora de publicar mis propias canciones, pero en los últimos dos años he dado rienda suelta a toda la música que tenía en mi cabeza. En aquel momento la sociedad estaba demasiado sitiada por las diferencias estilísticas, pero ahora, con internet, todo está mucho más diversificado. Sentí que era el momento perfecto para explotar».
Y con la mecha encendida, Concha Buika, la diva negra más inclasificable del panorama de la música actual, se prepara para participar en los 20 años de Barranquijazz, mientras prepara un nuevo libro de poemas y cuentos y trabaja en la producción de una película basada en una de sus obras, De la soledad al infierno, mientras piensa que nunca tiene clara la música que suena en su cabeza; que le gusta estar perdida en el sonido. Que es poco a poco como la canción, el tono, la atmósfera, los arreglos, los músicos y la puesta en escena se redondean en el espectáculo.
*Poeta. Miembro de la Fundación Nueva Música.