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El viaje interior a la India de Octavio Paz

Domingo, Junio 26, 2016 - 16:09
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Imagenes cedidas por la editorial Grupo Pandora de los coloridos collages del mexicano Vicente Rojo que acompañan a los poemas del libro "Ladera este" que Octavio Paz escribió durante los seis años que vivió en la India, de 1962 a 1968.

Coloridos collages del mexicano Vicente Rojo acompañan a los poemas de Ladera este que Octavio Paz escribió durante los seis años que vivió en la India, de 1962 a 1968, en una cuidada reedición que recuerda el viaje interior que el escritor mexicano realizó durante su estancia en Nueva Delhi.
"Tenía interés personal en su época en la India y a la vez quería una obra completa pero breve", explica a Efe el editor Pedro Tabernero, que encontró en Ladera este la mejor obra para rendir tributo al Nobel de Literatura, 1990.

Publicada por primera vez en 1969, esta nueva edición, que saldrá a la venta este verano, contará con textos complementarios del académico de la lengua Juan Gil; el director del Instituto Cervantes de París, Juan Manuel Bonet; el escritor Juan Bonilla y el poeta Jacobo Cortines.

Será el octavo volumen de la colección Poetas y Ciudades que el Grupo Pandora dedica a grandes poetas y las ciudades que amaban.

En el caso de Paz se ha elegido su relación con la India por la influencia que tuvo tanto en su vida como en su obra.

De los años pasados allí como embajador de México, Paz escribió tres obras: Ladera este, El mono gramático (1974) y Vislumbres de la India (1995). Y Tabernero consiguió que la viuda del escritor, la francesa Marie-Jose Paz, le cediera los derechos para volver a editar Ladera este, con la estrecha colaboración de Vicente Rojo, un artista cuya obra está muy ligada a la literatura. Vicente Rojo fue el creador de la portada de la primera edición de Cien años de soledad. Diseñó también las cubiertas de muchos de los libros de Gabriel García Márquez y de otros autores como José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska y Octavio Paz, con el que además colaboró en el proyecto Discos visuales (1968).

Su estrecha relación con Paz le llevó a aceptar el ofrecimiento de Tabernero de participar en la reedición de una de sus obras.
"Vicente Rojo y yo estuvimos tres años pensando qué obra hacer. La primera idea era un libro sobre México pero habría que haber hecho una selección de partes de sus obras porque no hay una entera dedicada a su país".
"Y un día me cogí las obras completas y leí sus libros sobre India, que son especialmente desconocidos en la obra de Paz, y que incluyen referencias artísticas, religiosas, mitológicas y de paisaje", explica Tabernero.

De ahí surgió la idea de la India y optaron por Ladera este porque es el principal, el que tiene más referencias de localizaciones en la India, el que más sitúa los temas. Y además "las notas que hizo a la primera edición son muy clarificadoras".

Cuando se decidió qué libro editar, Rojo comenzó a trabajar en las ilustraciones. Un año de trabajo ha dado como resultado unos 40 collages que no solo ilustran, sino que complementan el libro con unos atractivos diseños que recuerdan a la India sin mostrarla directamente.

Flores, motivos naturales y formas geométricas se superponen en unos collages de líneas tan puras como los poemas de Paz.
Porque "no se trata de ilustrar un libro, es más dotar de imágenes a algo que no tiene, establecer un discurso enriquecedor, de modo que la ilustración no tiene por qué responder exactamente a lo que se está leyendo pero sí establecer un diálogo interesante", explicó Tabernero.

Diálogo que protagoniza la colección Poetas y Ciudades, de la que ya se han editado Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca; Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón Jiménez; Sombra del Paraíso, de Vicente Aleixandre; Fervor de Buenos Aires, de Jorge Luis Borges; Las piedras de Chile, de Pablo Neruda; El contemplado, de Pedro Salinas; y Ocnos, de Luis Cernuda.

El nuevo volumen de Octavio Paz se presentará en Nueva Delhi, México y París, y para el año próximo está previsto que salga Diario de Argónida, de José Manuel Caballero Bonald; con estudio de Víctor García de la Concha, y dibujos de Manuel Fernández.

Pero será después de los poemas indios de Octavio Paz, que él mismo describió como "viajes en el espacio exterior y en el interior, realidades que vemos alternativamente con los ojos abiertos y con los ojos cerrados, paisajes nunca vistos y paisajes siempre vistos: la extrañeza de la India se fundió con mi propia extrañeza, es decir, con mi vida".

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Alicia García de Francisco
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Vicente Rojo, quien ilustró la primera edición de ‘Cien años de soledad’, acaba de producir con la aprobación de la viuda del gran escritor mexicano Octavio Paz una edición del poemario ‘Ladera este’, con 40 collages que evocan el país de los grandes cont
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Oración de un poeta

Domingo, Junio 26, 2016 - 16:18
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Dame noche tu silencio
Para que mis palabras nunca se derramen
Para que no afloren inútiles
Sé tú mis años
Y tus estrellas mis días

Dame río que naces de las nieves
Y que siembras la vida
Tu transparencia primitiva
Tu poder vital
Tu más grande turbulencia
Para romper el sueño
De aquellos que impiden
Que del agua fluyan ondulantes
Las sonrisas de los niños
Las flores
Y los cervatillos
Inclíname viento
Que mi voz y mi espalda se confundan
Para que toda víctima del sufrimiento
Pase
Por el puente de mi canto
Hacia la vida
Sol caliéntame la sangre
Hasta que mis ojos sean tú mismo
Quiero germinar el maíz
Toda la primavera
De entre los ojos fríos

Piedra perdida
Amenázame siempre
Con tu olvido
No quiero cambiar jamás
Mi puesto de hombre
Razón total por la que reparto
A manos llenas
Mi vida

Mar
Mar insondable
Soporta mi canto
Serena mis anhelos
Calma con tu inmensidad
Mi corazón ardiente

Dame tus peces
Que alimenten
A través de mis palabras
Y la ola furiosa
Para ahogar y desaparecer
A los mensajeros de la muerte

Fuerza eterna
Que yo no comprendo
No me abandones nunca
Lleva en tus cavidades de madre mi canto

Lléname con tu amor
Nutre mis palabras para todos los hombres
Danos a todos la fuerza
Para vivir en paz

 

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José Luis Hereyra
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Chuck Norris le dio golpes al comunismo

Domingo, Junio 26, 2016 - 16:31
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En la Rumanía comunista de la década de 1980, una joven locutora se convirtió en la inesperada voz de la libertad: Irina Nistor dobló miles de películas de contrabando que permitieron soñar con otra realidad.
Desde clásicos como Taxi driver (1976) o El último tango en París (1972) hasta películas de acción como Rambo (1982) o las protagonizadas por Chuck Norris. Los rumanos estaban ávidos de entretenimiento para escapar de las estrecheces cotidianas.

Pero las historias de estas películas de Hollywood, que se desarrollaban en un mundo de abundancia y sin la asfixiante presencia del Estado comunista, también introdujeron un mensaje de subversión y de esperanza de cambio que anticipó la caída del dictador Nicolae Ceausescu (1918 a 1989).

Al menos esta es la tesis de un documental titulado Chuck Norris vs Comunismo, de la joven directora rumana Ilinca Calugareanu, que analiza cómo el cine que se veía de forma ilegal en cintas VHS contribuyó a la caída de la dictadura rumana en 1989.

La voz aguda de Nistor, que doblaba a todos los personajes de las cintas, se convirtió en una presencia familiar para toda una generación de rumanos que encontraron en esas películas una tregua a un día a día de racionamiento y carestía de productos básicos como huevos, leche o mantequilla.

“No se iba al teatro por el frío que se pasaba en las salas, los músicos tocaban con guantes, andábamos por las calles a oscuras y sufríamos restricciones”, explica a Efe en Bucarest la dobladora al recordar la extrema pobreza y la falta de alimentos.

“La exasperación era tan grande entre la población que todo empujó hacia el final del comunismo”, sostiene la también crítica de cine que trabajaba entonces para la televisión estatal rumana.

La mujer, que tiene 59 años, fue la voz de Omar Sharif en Doctor Zhivago y de todos los demás personajes de este mítico largometraje, su película favorita y su primer doblaje prohibido.

También le dio voz rumana a personajes de acción como Jean-Claude Van Damme, Bruce Lee y Chuck Norris en incontables películas en las que los villanos en muchas ocasiones eran precisamente comunistas.

La directora del documental, Ilinca Calugareanu, considera que ese mercado negro de cine “simboliza la lucha contra el mal y la apertura hacia otro mundo distinto al que vivíamos”.

La llegada de los reproductores de vídeo VHS ofreció una alternativa al canal de televisión estatal, que no emitía otra cosa que no fuera propaganda de inapelable efecto somnífero.

Eso abrió un mercado potencial que aprovechó un misterioso empresario, Teodor Zamfir, quien llegó a distribuir hasta 7.000 películas occidentales en Rumanía y quien contrató a Nistor.

¿Era Zamfir un simple hombre de negocios o un héroe? “Es difícil de dilucidar, pero sí que fue un innovador de su tiempo”, cuenta Calugareanu a Efe por teléfono desde Londres.

Para poder introducir las cintas al hermético país comunista, Zamfir logró “seducir” a los funcionarios de los servicios secretos rumanos, sobornándoles con las mismas películas que en realidad debían requisarle.

Incluso muchos jerarcas rumanos llegaron a traerse sus propias videocaseteras VHS, ya que eran casi los únicos ciudadanos del país que tenían derecho de viajar al extranjero.

“Hasta el hijo de Ceausescu, Nicu, formaba parte de su clientela”, asegura Nistor en su casa en Bucarest.

Apasionada de un trabajo que le permitía ganarse un dinero extra fuera de su puesto como traductora en la cadena estatal de televisión, Nistor llegó a doblar muchas veces hasta dos películas seguidas sin descanso.

“Ni me planteaba equivocarme” para no empezar desde el principio, expone sobre la rapidez y precariedad de su labor.

Eso sí, se permitió cierta libertades, como, en concesión a su sensibilidad, rechazar el uso de palabras malsonantes, que en ocasiones solía traducir como “vete al infierno”.

Hubo cientos de maneras de esquivar la prohibición de divulgar las cintas occidentales en la Rumanía de Ceausescu.

Nistor recuerda, por ejemplo, a una persona que se confeccionó un bolsillo especial en su camisa para camuflar la película que llevaba de un lugar a otro.

En el documental una espectadora de entonces explica su primera impresión tras ver la sexualmente explícita El último tango en París, protagonizada por Marlon Brando.

“Ni siquiera podía imaginarme que podía haber una película así. Entonces me di cuenta de lo lejos que estábamos de Occidente”. 

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Raúl Sánchez Costa
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Hacia 1980, una locutora dobló miles de películas de contrabando, abriendo así la compuerta de los sueños a otros mundos para muchos rumanos que vivian bajo el regimen comunista. Un documental analiza esa experiencia masiva que sembró ansias de libera
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Savater “convive con los leones”

Domingo, Julio 3, 2016 - 00:00
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EFE

“Aquí viven leones” eran las palabras con las que se señalaba el terreno desconocido en los antiguos mapas, y siglos después el filósofo Fernando Savater elige esta frase para bautizar su último libro, que presenta en México y con el que intenta que se pierda el miedo a las “fieras” de la literatura.

Con motivo de la llegada a México de la que, asegura, es su última obra, el pensador español mantuvo en la capital un encuentro para el público con los escritores Juan Villoro y Elena Poniatowska. Una velada en la que también participaron, de manera intangible, William Shakespeare, Gustave Flaubert y Edgar Allan Poe, entre otros, ya que la charla estuvo salpicada por las anécdotas de estas personalidades de las letras, protagonistas del conjunto de ensayos elaborados por el filósofo y que conforman el libro.

Savater explora los lugares en los que se criaron y vivieron ocho grandes nombres de la literatura para conocer cuáles fueron sus “ventanas por las que miraban al mundo” y, ya de paso, servir como “llave” que invite al lector a explorar otros libros, afirmó el español durante el encuentro.

Los autores asoman entre las páginas de los ensayos «para que todos veamos que los leones están dispuestos a lamernos como gatos», señaló Poniatowska a modo de metáfora.

«A las mujeres, Flaubert nos hizo el favor de convertirnos en Emma Bovary, aunque ahora estemos súper alivianadas (tranquilas) y si hay cualquier tipo de disfunción, optamos por el divorcio», comentó la mexicana con el humor que le caracteriza.

Incluso se atrevió a comentar que hay una anécdota de Ramón del Valle-Inclán que Savater no conocía, a pesar de haber dedicado uno de sus ensayos al creador del género del esperpento.

Al desembarcar en México, relató la autora de La noche del Tlatelolco, el escritor español (1866-1936) se enamoró de Lupe Marín en la ciudad Guadalajara. Quizá, aventuró Poniatowska, a Marín le habría ido mejor con el autor de Tirano Banderas que con el muralista Diego Rivera, «que sólo atendía a su paleta y a sus colores .

En su intervención, Villoro resaltó que Savater «ha puesto énfasis en algo que no siempre se aborda», la relación de esos escritores con su público y los pleitos que en ocasiones surgían para defender sus obras. Como, por ejemplo, ocurría con el «cometido común de Charles Dickens y Edgar Allan Poe para defender algo insólito en su tiempo: el copyright».

El filósofo no sólo ha incluido en el volumen “clásicos indiscutibles”, sino también autores “que para otros pueden ser menores”, como pasa con Agatha Christie.

Cuando se ocupa de la maestra del suspense literario, el pensador «establece de manera muy sugerente una asociación entre el trabajo de investigación de crímenes y la arqueología».

Un acertado vínculo, ya que el marido de Christie era arqueólogo, algo que la británica celebraba porque, según sus propias palabras, cada vez se parecía más “a una ruina”, refirió Villoro, provocando las risas de los asistentes.

Aquí viven leones es, acotó el filósofo vasco, una “declaración de amor” por la literatura y los libros. Y también por su compañera de vida, Sara Torres, coautora de la obra y quien falleció cuando esta se encontraba en proceso de elaboración.

Savater recordó los voluminosos dosieres que Torres le preparaba con la información de los lugares a visitar, tras lo cual venía “lo mejor”, viajar juntos los entornos en los perduran las huellas de los grandes escritores: la tumba de Poe, el palacio italiano donde nació Giacomo Leopardi, los cafés donde Stefan Zweig curtió su literatura.

Los lugares, aseveró el pensador, “pueden conmover tanto como los libros”.

Entre la filosofía y la literatura

Fernando Savater nació en San Sebastián en 1947 y estudió Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, fue apartado de la docencia en 1971 por razones políticas, y posteriormente retomó la actividad en la Uned. Desde 1984 fue catedrático de Ética en la Universidad del País Vasco, y hasta su jubilación estuvo a cargo de la cátedra de Filosofía y Literatura en la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado ensayos de filosofía y literatura, novelas y piezas teatrales la cual ha sido traducida a más de veinte lenguas.

EFE
sumario: 
En su último libro, el filósofo español convierte a las “fieras” de la literatura en “gatos”. En la obra participó como coautora su esposa, quien falleció cuando se encontraba en el proceso de elaboración de la obra.
No

Puntos de bizca: Pechiche

Domingo, Julio 3, 2016 - 00:00
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Pechiche Naturae es el título de la última novela de Julio Olaciregui. Mi latín  quedó estrangulado porque no supe cómo se declinaría la palabra Pechiche. Después el libro me informó que es una palabra indígena que significa niño. Palabra que después  se hizo nuestra.

En el libro sale uno de una sorpresa para caer en otra. La primera es cómo leer ese aluvión de cosas que dice. Es un tsunami, un huracán, un tornado  de información y poesía. Los personajes que circulan a lo largo de sus páginas son Erasmo Desiderio de Rotterdam, Erasmus  Dos (que es Gerardo Reichel-Dolmatoff), Juancho Polo Cervantes un doble de Polo Valencia, Theodor Preuss, Adalis de Taganga,  Montaigne, Candelario Guineo, y Fritz Lang, entre otros.

De vez en cuando en medio de reflexiones como  “Yendo de  Taganga a  Santa Marta uno se vuelve artista” o dando recetas de comida de los Koguis unos personajes hablan  del debate filosófico en Davos entre Cassirer y Heidegger. Palabras mayores. Y aunque tal como estoy contando el tema parece un delirio, confieso que estuve muy divertido con su lectura.

Aunque el libro es poético está en prosa. Ya se sabe que «la poesía es una fiesta nudista y la narrativa una fiesta de disfraces» como lo  confesó un poeta de Ciénaga.

Cuando pasamos por el Museo de Antropología de la Universidad del Atlántico o por el jardín del Roble Amarillo de la Universidad del Norte, vemos unas  réplicas de las esculturas de San Agustín en el Huila. Un aporte dado por Carlos  Angulo Valdés. Uno de los primeros antropólogos en llegar a ese sitio fue el alemán Theodor Preuss y el primero en sacar réplicas. Después, en los años de la Primera  Guerra Mundial, Preuss estuvo en la Sierra Nevada de Santa Marta estudiando a los Kabagga. Alcanzó a tomar fotos y a  grabar sus  voces en  un fonógrafo. Un entendido me habló de los mitos primordiales de los Koguis y aseguró que estaban relacionados con las leyendas de la Atlántida y del Imperio Mú.

Olaciregui celebra la creencia de los Koguis sobre una gran Isla que se hundió y se sumergió un gran abismo. Arturo Bermúdez, un historiador samario dice que el dato “no es científico”. Pero al fin de cuentas los brujos y los científicos son parecidos. Tratan de explicar fenómenos visibles por medio de fuerzas invisibles.

Theodore Preuss regresó con sus tesoros arqueológicos a Alemania. Al triunfar el nazismo sus alumnos, jóvenes de una liga de calaveras le exigió poner su ciencia al servicio del régimen, al negarse, uno de ellos, lo estranguló a la vista de todos. Tal es la versión de Olaciregui después de una  tenaz búsqueda  en los archivos  de  Alemania, Austria y Suiza.

También  investigó los datos sobre el pasado nazi, de Erasmus Reichel Dolmatoff, que en 1934 fue guarda en Dachau como miembro de la SS. Olaciregui lo compara con San Pablo, que de perseguidor pasó a ser apóstol. Después de la denuncia de Augusto Oyuela Caicedo, que está en internet, este es un tema vidrioso por decir lo menos.

Erasmus fue el fundador del Museo Etnográfico de Santa Marta. Los vecinos l veían  a un “gringo”  con sacos en la espalda entrar a la casona donde funcionaba el museo. Se acabó ese primer museo, y era  frecuente ver algunos  de esos tesoros antropológicos en algunas casas. Las modestas verdades de los hechos. Actualmente hay otro nuevo  museo que lo remplazó.

Si se piensa como un correcto lector después de la lectura de la novela se puede juzgar que  los temas son muy dispares , pero si se agarra el embrujo poético se encontrarán los temas muy unidos.

Olaciregui confiesa cómo creó esta obra cuando  dice: «conocí Escolios a un texto implícito de  Nicolás Gómez Dávila y me quedó sonando la  idea de intentar una novela ídem, con la megatrama diseminada por ahí, implícita en la historia, rastreada en libros, en diarios, en archivos y ahora a en la telaraña cibernética… »

Ramón Illán Bacca
No

"Mi epitafio dirá: Cóndores no entierran todos los días", Gustavo Álvarez Gardeazabal

Domingo, Julio 3, 2016 - 00:10
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Rozo

Gustavo Álvarez Gardeazabal es una leyenda de la literatura colombiana, al punto que cuando se menciona su novela Cóndores no entierran todos los días, a la gente le resulta familiar, como una canción, un poema, o una película que vieron hace mucho tiempo.

El autor valluno (Tuluá, 1945), quien tuvo entre otros, como compañeros de estudio al novelista Harold Alvarado Tenorio y a la poetisa Carmiña Navia, está en estos días más en boga que nunca, con la reedición de su novela, la que los críticos consideran como la génesis de la novela sobre la violencia en Colombia.

Autor de diecisiete  novelas y  un buen puñado de cuentos,  ha sido censurado, perseguido por su lenguaje mordaz, Álvarez Gardeazábal pero asegura que sigue  en pie, enfrentándose  a las prohibiciones de sus libros  en algunas  bibliotecas de Colombia, a la excomunión que le hizo una iglesia de provincia y a los señalamientos de que es un extremista.

Con sus columnas de opinión en algunos medios periodísticos, Álvarez Gardeazabal monta guardia todos los días sobre el acontecer del país.

Ex estrella del programa radial La Luciérnaga,  en estos momentos,  a sus 71 años de edad todavía se considera un mirón, «como el niño que se asomaba desde el balcón del castillete republicano donde vivíamos en Tuluá y de donde salían los tiros que se escuchaban todas las noches». Así narra en esta entrevista aquellas vivencias que dieron paso a su famoso Cóndores no entierran todos los días; días que en el calendario real de su vida han estado surcados por su participación en política, como que fue alcalde de su pueblo natal, Tuluá,  y gobernador del Valle del Cauca, pero sobretodo más que haber vivido en medio de los hilos del poder, lo ha hecho y lo hace desde escritura. 

A continuación la entrevista que concedió Álvarez Gardezabal, autor también de los libros El bazar de los idiotas y El Divino, esta última levada a la pantalla chica.

A los 45 años de la publicación de su novela Cóndores, ¿qué significa este libro para usted?

Es la undécima de Panamericana, en ocasión de cumplirse 45 años de la primera edición que hizo Destino en Barcelona en 1971. No sé cuántas ediciones se hayan hecho. Yo alcancé a adquirir 107 ediciones piratas y eso que Ediciones Ariel de Guayaquil sacó en 1974 una super edición de 300 mil ejemplares, al precio de lo que costaba un periódico, para barrer las piratas, y lo logramos.

Tengo que admitir que el mejor juez ha sido el tiempo y que si 45 años después el libro se sigue leyendo, se sigue estudiando en Colombia y en muchas universidades del mundo es porque ya pasó a ser un ícono de la literatura colombiana. Tal vez por eso en el mausoleo que está realizando el escultor Vélez Correa, en su taller de La Tablaza, para  mi tumba del Cementerio Libre de Circasia solo habrá un epitafio: Cóndores no entierran todos los días.

¿Se hizo alguna revisión del texto original o salió tal cual como en su primera edición?

En estos 45 años se han hecho algunas pequeñas correcciones por parte de editores puntillosos, pero en un 99.9 % es el mismo texto que se ganó en 1970 el premio Manacor en España en un jurado que presidía Miguel Angel Asturias, el premio Nobel centroamericano.

Durante la época recreada en  su novela, usted apenas era un niño, ¿en qué momento se da cuenta de ese ambiente de violencia que reinaba en Tuluá y otras zonas del país?

Mi madre debió haber pasado muchos más trabajos para criarme de los que me reconoció. Yo fui (tal vez he sido siempre) un niño mirón. Todavía a mis 71 años miro las cosas como el niño que se asomaba desde el balcón del castillete republicano donde vivíamos en Tuluá a ver de dónde salían los tiros que se escuchaban todas las noches o a asomarme si no se veía, a primera hora de la mañana, para revisar si había algún o algunos muertos tendidos en el piso de la calle. En aquellas épocas no los cubrían con sábanas e impactaba en mi diario viaje al colegio ver semejante matazón. Verificando después archivos he comprobado que eran 5 o 10 muertos diarios en una ciudad de apenas 40 mil habitantes entonces.

Usted tenía 27 años cuando escribió lo que muchos consideran como la novela sobre la violencia colombiana, ¿sigue siendo un espejo esta obra con respecto a nuestra realidad inmediata?

No hay la menor duda. Y no lo digo yo, lo dice la consagración que la obra ha tenido. Es tan vigente que hay varias tesis de grado que han recibido honores en Estados Unidos y Alemania comparando los pájaros de mi novela con los paramilitares. El esquema de dominio a través de la violencia ha continuado, evolucionando sus metas, primero con los narcos, después con los paras, ahora con los bacrim. Son situaciones que se dan porque siempre hemos sido más Nación que Estado y siempre hay quien quiere reemplazar o suplir al Estado.

Siendo León María Lozano un personaje real, ¿cuáles fueron sus fuentes a la hora de construirlo?

Cuando León María Lozano, El Cóndor, ejercía su patronazgo conservador, despachaba desde el Happy Bar; un bar céntrico de Tuluá que tenía puertas de bambolina como las de los cafetines del Lejano Oeste y cuando salíamos del colegio íbamos hasta el Happy Bar a asomarnos por debajo de las puertas a mirar a León María reunido con sus pájaros en una mesa donde siempre había más de 6 personas y donde siempre supusimos que todos estaban armados. Los demás datos de mi novela, distintos a los de los archivos que busqué estaban en las calles de Tuluá, en los pupitres del colegio, en las reuniones familiares. Mi pueblo ha sido fundamentalmente “chísmico”  y cada versión de lo sucedido se dilataba con cierta maldad y un nivel interpretativo que le daba ese calor humano que tienen mis relatos  novelísticos.

¿Cree usted que el expresidente Rojas Pinilla fue como se afirma, un favorecedor de este hombre tan oscuro?

León María Lozano no fue tan oscuro. Fue un conservador íntegro para su momento. Católico de misa diaria. Defensor de las tesis de la derecha y en especial de la fe que profesaba. Era un simple vendedor de quesos en la Galería de Tuluá, donde su mujer, Agripina, tenía también una venta de dulces. Hasta el 9 de abril cuando, como hicieron en Barranquilla, la turba multa que vengaba a Gaitán salió a quemar el colegio de los salesianos. Los odiaban especialmente porque significaban el fascismo italiano (muchos curas eran italianos).Creo que en Barranquilla ese dia mataron un cura salesiano.

En Tuluá, León María se la jugó y lo catapultó la historia como héroe. Cogió un taco de dinamita y se paró en la esquina del Colegio Salesiano que iban a incendiar y con un cigarrillo en la otra mano amenazó a la turba y la hizo retroceder. Después lo promovieron a jefe conservador cuando empezó la violencia, de Cali los políticos conservadores laureanistas le llevaron las armas para dar la batalla y que comenzara la matazón. Cuando el golpe de Rojas Pinilla, como Ospina Pérez se volvió patrocinador del general, El Cóndor migró a la huestes rojaspinillistas. Hay una estupenda foto de él al lado del general el dia que se reunió con los pájaros en el batallón de Buga. Igual a lo que volvió a pasar hace unos años en Colombia. Esto no cambia.

¿Quienes son los “cóndores” de esta época?

Los pájaros eran los esbirros de León María Lozano, a quien llamaban El Cóndor, porque era el rey de los pájaros. Pero Cóndores no han existido muchos ni en los cielos ni en la tierra de este país. Los jefes de agrupaciones han sido muy poquitos. Recordemos que era una violencia que se ordenaba desde las ciudades a los campos y el mando piramidal se ejercía igual que se ejerció con los paramilitares o con los narcotraficantes y sus bandas. Subyugaban pueblos, como aun lo hacen ahora los Gaitanistas a quien no los llaman así, como pasó con los de El Cóndor para no llamarlos  conservadores, que es lo que eran, los bautizaron “pájaros”.

¿Cómo define a los Conservadores y liberales de nuestro tiempo?

Ya no existen. Los partidos políticos dejaron de ser agrupaciones con ideologías diferentes para administrar la cosa pública. Después del Frente Nacional han sufrido una metamorfósis que los ha ido acabando hasta el lugar miserable que hoy ocupan. Después del Frente Nacional, que  acabó con la violencia entre partidos pasaron  primero por ser bolsas (y de empleo) y, ahora vinieron a terminar siendo agencias operativas de los contratistas que les pagan las campañas, les alientan sus prebendas porcentuales y los sostienen haciéndonos creer que hacen patria.

En lo que respecta al proceso de paz ¿cómo lo percibe y cómo analiza a quienes han sido tildado saboteadores?

El acuerdo firmado por las Farc y el Gobierno Santos en La Habana hace unos días tiene una parrafada que establece los términos de la nueva guerra y condena como “actividad criminal” tanto la actuación de gentes como Uribe y el Procurador que se oponen a la forma en que se ha hecho la paz. Allí se establece que gobierno y Farc unirán sus esfuerzos para combatir a quienes se opongan a la consolidación y la refrendación de la paz, es decir, al plebiscito. Es muy grave. Estamos viendo hacer la paz con la guerrilla para poder comenzar otra  guerra contra “los enemigos de la paz” y como ese carácter se lo otorga subjetivamente el gobierno y las Farc, aquí corremos el riesgo de usar la vanidad y la terquedad de parte y parte para llevar al país al holocausto. Sería inaudito.

Usted que ha participado en la política del país. (alcalde de Tuluá en 1988 y gobernador del Valle del Cauca 1998-2001), pero que además ha sido víctima de ciertas persecuciones, me gustaría que nos respondiera: ¿qué mueve a un hombre a inmiscuirse en los movedizos  territorios del poder?

El poder lo ambicionamos desde la familia, cuando nos ponen como ejemplo a quien lleve las riendas de la casa, sea el padre o la madre. Después nos educan en una sola competencia feroz para ver quién saca las mejores notas, quién corre mejor, quién juega mejor, etc. Ir tras el poder es entonces otra competencia. Algunos lo logran con el dinero, otros con las fuerza bruta. Yo hice el tránsito al revés. Escribí mis novelas, desde Cóndores hasta El Resucitado, mi última obra, sobre las distintas manifestaciones del poder. Cuando ya lo estudié muy bien quise vivirlas y me metí a ejércerlo y aunque lo hice muy bien, me supo a cacho.

En cuanto a la adaptación que se hizo para el cine, ¿hasta dónde usted intervino en ella? ¿quedó contento con el resultado?

La historia del cine en Colombia se parte en dos, antes y después de la película que sobre mi novela hizo Pacho Norden. El paso de los años se ha encargado de mostrar que fue una obra maestra. Es una película hecha hace 32 años y se sigue repitiendo con inmensa aceptación

 Hablando de realidades inmediatas, ¿cómo vio el asunto de la firma de la paz entre el gobierno y las Farc?

El país entero quiere la paz, pero como el gobierno santafereño de Santos no ha sido capaz de venderla cual producto ideal y la oposición; cerrera de Uribe ha terminado por convertir la paz en un mal que no debe ser deseado. Va ha terminar siendo inservible. Estamos jodidos.

¿Habrá otro tipo de novela tipo Cóndores, en su haber, a lo mejor muy pronto?

Ya a esta edad, 71, es muy poco lo que se puede escribir que me satisfaga y que sorprenda al lector. Después del éxito de venta de La misa ha terminado, estoy pagando las consecuencias de la última que saqué, El Resucitado. He tenido que defenderme de las tutelas y soportar el veto de curas y cristianos recalcitrantes y lo que más me extrañó, el veto de la Biblioteca de la Universidad de Antioquia a tenerla en sus estantes.

Escribo y escribiré por un largo rato, mis memorias noveladas que he titulado El Violin y de pronto para mascar chicle me escribo uno sobre las guerras de mi pueblo…

Así empieza la novela

"Tuluá jamas ha podido darse cuenta de cuándo comenzó todo, y aunque ha tenido durante años la extraña sensación de que su martirio va a terminar por fin mañana en la mañana, cuando el reloj de San Bartolomé dé las diez y Agobardo Potes haga quejar por últimas vez las camapanas, hoy ha vuelto a adoptar la misma posición que lo hizo y un lugar maldito en donde la vida apenas se palpó en la asistencia a misa de once los domingos y la muerte se midió por las hileras de cruces en el cementerio..."

 

John Better - @johnbetter69
sumario: 
Considerada uno de los pilares de la novela sobre la violencia en Colombia, al cumplirse 45 años de su publicación, su autor le concedió una entrevista a LATITUD la revista dominical de EL HERALDO.
No

La República Independiente de Bastimentos

Domingo, Julio 3, 2016 - 00:04
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Bocas del Toro. Un toro con sus muchas bocas y lenguas.

¿Serían las lenguas de este toro mitológico que dieron vida a varias islas juntas, al norte de Panamá, ya casi llegando a Costa Rica?

Bastimentos era una de estas islas, una de las bocas abiertas del toro, una boca grande con su lengua arriba posando al sol y a la lluvia que con el tiempo se fue volviendo arena.

En Isla Bastimentos, al menos cerca de la orilla lo claro no existe, al menos cerca del pueblo llamado Old Bank.

Al menos del otro lado de la isla hay playas que nos hacen olvidar lo marrón cercano al pueblo. Al menos del otro lado de la isla está Playa Wizard, que aparece después de subir y bajar una montaña enlodada.

Entonces, la maravilla aparece: unas olas fuertes que chocan con las montañas a ambos lados de la playa solitaria, una neblina de fragmentos de agua salada se asoman a ambos lados y en el centro, en el centro el sonido del mar fuerte que nos habla para tranquilizarnos, para transportarnos y relajarnos después de la caminata. Unas montañas cubiertas de árboles y de vegetación que parece no haber sido tocada por los hombres. Su verde nos hipnotiza. Y en la orilla, en la orilla todavía los nativos árboles gigantes de Uvita de playa para acogernos mientras los sentidos nos deleitan.

Después y si la marea alta no tapa el camino con sus aguas que nos llegaban por encima de las rodillas, después está la Playa Red frog y sus pequeñas ranas rojas que saltan libres.

Pero había que volver y en Old Bank existe el agua marrón y más allá, allá a lo lejos el agua y sus tonalidades de azules.

Cerca: El agua marrón y sus tonalidades.

Y que no te toque esa agua marrón que ve deslizar un balde de plástico amarillo, un pedazo de plástico azul que nos pone a pensar a qué pertenecía, botellas vacías de gaseosas, y plásticos, plásticos y pedazos de madera, madera. Y tal vez un poco más allá, mierda que flota mientras se deshace.

Mi República Independiente de Bastimentos con su batúa: «Es que no te has dado cuenta que aquí hablamos diferente a Bocas» me dice un hombre de sonrisa abierta en la lancha que me saca de Bastimentos.

–Sí, pensaba que eran ideas mías pero en Isla Colón sólo hablan inglés y ustedes mezclan más lenguas.

Desde la primera hora que llegué a Bastimentos me sentí en un tra  slado a otro lugar cuando quise ir caminando a la playa de atrás, a Playa Wizard. Ir atrás significaba subir y bajar laderas de barro resbaloso en extremo.

Mientras mis botas se metían en un barro que se las tragaba y había que sacarlas rápido, y después de ese mientras, mientras respiraba que en las resbaladas no me había caído, me salió un perro ladrador. Tuve que retroceder y acercarme a una casa a mi lado derecho.

De allí salió una mujer secando su pelo, recién bañada, y pensé que estaba en alguna isla de la Polinesia. Ella era gruesa, morena, de pelo liso y pensé que me había trasladado y no estaba en Bastimentos, pueblo de casi todos negros, y que esta mujer de bata de colores y pies regordetes descalzos me hablaba en un inglés que tenía sus mezclas de algo de francés, de algo que no entendía, ¿Qué sería?

«En Bastimentos hablamos diferente. Somos diferentes. Tenemos nuestras propias leyes» –me dice el hombre de la lancha, el de la sonrisa bella.

–Ah… ya me acuerdo de ti. Fuiste tú quien me dejó cocinar en el Hostal Bastimentos.

–Sí, imagínate si te hubiera dicho que no. Yo soy el administrador del Hostal.

Me decía con su sonrisa de felicidad sin artificios, pero no tan impactante como la de Francisco, el conductor que me llevó del Puerto de Guna Yala a Ciudad de Panamá. Francisco tiene en un diente una figura en oro de la conejita de Playboy. La energía radiante de Francisco resalta con su diente brillante, y su personalidad nos transmite la alegría que lleva este negro delgado de Colón.

Colón no es la Isla Colón.

Isla Colón está en Bocas del Toro.

Colón es la ciudad de ‘La Zona Libre’, la de pocos turistas y muchos compradores.

Isla Colón, la de muchos turistas y pocos compradores.

Old Bank y su agua marrón, el agua que se metía en los resquicios entre una tabla y otra del piso del hostal donde me quedaba, el agua que saltaba por una marea alta engrandecida por el frente frío que azotaba la isla y por la luna llena.

Por fortuna, el agua saltaba sólo en el baño y no dentro de la habitación. Entonces, recurrí a tirar dos toallas en el suelo y sacrificarlas a ser empapadas por el agua marrón, ellas que no tenían velas en el asunto, pero que me salvaban de que fuera tocada por esta agua de mezclas de sanitarios, desechos y el mar que se acercaba.

Old Bank a pesar de su agua marrón me daba tranquilidad al estar acostada en una hamaca en medio del mar, gracias a un pequeño entablado del hostal sobre el mar (aquí el agua no entraba por las comisuras).

Entablado como el de casi todas sus casas en la orilla. Como todas sus casas que tiran su vertedero de baños y cocinas directo al mar. Y las que están en la ladera se reúnen en un gran tubo que tira sus desechos debajo de un puente que los lleva a las aguas del mar que una vez fueron azules como las de más allá.

Old Bank a pesar de sus aguas de cloaca que la rodean tiene sus niños que aún corren y juegan en las calles como los de antes de aquí. Juegan al caballo: el uno monta al otro en su espalda y el de arriba dice: “arre, arre” y le pega con un látigo transparente y mueve su brazo en esta señal y compiten a ver quién llega primero. Aún sus niños juegan a carros gigantes que llevan al más pequeño dentro y los otros van detrás empujándolo y dejan que yo en un momento sea quien empuje y corra y corra para que todos rían y sean felices, y yo todavía más. Aún sus niñas juegan en un espacio grande sin árboles que pudo haber sido una cancha de fútbol, sus niñas corren; hablan entre sí tres niñas, y una pequeña intenta cargar a la otra todavía más pequeña.

Old Bank a pesar de sus aguas no cristalinas tiene su Hostal Bastimentos que mira al mar desde lo alto, con sus balcones que dejan espacios a mesas grandes para comer, para charlar, para colgar hamacas, para que las noches sean un fluir.

Y sólo fue el último día en Bocas del Toro cuando por fin vi peces de colores, en el agua verde transparente del mar.

Se movían en sus juegos de corretearse como niños jugando a la lleva. En sus juegos estaban los pececitos de colores debajo de la lancha que partiría de Isla Colón (Bocas del Toro) para Almirante (Tierra firme).

Atrás quedarían las islas.

Sobre la autora

Escritora y profesora de literatura y cine en la Universidad del Norte, Barranquilla. Doctora en Literatura Comparada de la Universidad Autónoma de Barcelona. En Buenos Aires obtuvo un diploma de especialización en Guión Cinematográfico y realizó estudios de cine. Trabajar como ingeniera de sistemas le abrió las puertas a algunos de sus viajes largos y posgrados. Amante del transitar y el observar lento.

Es autora del libro de cuentos ‘Frente a un hombre desnudo’ (Collage Editores, 2014).

Sus cuentos, crónicas, ensayos han sido publicados en antologías y revistas en Colombia, Italia, Dinamarca, España y México.

Dirige el Taller caminantes creativos afiliado a RELATA- Ministerio de Cultura, y ha dictado varios talleres de escritura creativa.

Habitada por los viajes

En este libro de crónicas de viajes nos acercamos al corazón, a la fragua de la escritura, a su mecanismo. Adriana Rosas Consuegra descubrió su vocación de escritora, de observadora crítica y cronista, desde su infancia, con sus abuelos, que le inculcaron una ética y la destreza y el arrojo en el nombrar “lo que no debe seguir siendo así”.

El río Magdalena, el mar de Taganga, son sus pagos, la región de donde surge su voz. Ella viaja desde que nació. Ahora nos cuenta cómo ha estado habitada por los viajes, cómo suele prestar atención al llamado que le hacen los lugares a donde la lleva la brújula de sus deseos.

En estos textos, que hablan de Colombia y de sus “garbeos” por el extranjero, la sentimos como una mujer muy atenta a lo humano, con una gran intuición poética, en contacto con la fuerza creativa de ancianos y niños. Ella misma nos dice cuán necesario le es cuestionarse, salir de la casa a descubrir-se.  

Apartes del prólogo de autoría del novelista Julio Olaciregui.

Adriana Rosas Consuegra
sumario: 
Este artículo hace parte del libro ‘Brújula de los deseos’, conformado por relatos turísticos a distintas zonas geográficas de Colombia y del exterior. Según la autora tienen una mirada personal, alejada de las descripciones tradicionales de revistas de
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Cien años de una sobreviviente de “Lo que el viento se llevó”

Domingo, Julio 3, 2016 - 00:06
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Alejada por su propia voluntad de los grandes focos de Hollywood, pese a que es una de las leyendas vivas de la época clásica del cine, la actriz Olivia de Havilland ganó dos veces el Óscar y fue figura crucial del cine de los años 40, De Havilland es la última superviviente del reparto de Lo que el viento se llevó y fue, además, una de los primeras intérpretes en desafiar el todopoderoso sistema de los grandes estudios. El viernes 1°de julio de 2016 celebró cien años de vida. Hija de un diplomático y abogado británico, Olivia de Havilland nació en Tokio en 1916.

Tras el divorcio de sus padres, se mudó a California, Estados Unidos, con su madre y su hermana Joan, que en su carrera en el cine sería conocida como Joan Fontaine.

Pese a compartir carrera profesional tuvieron una relación muy complicada marcada por los celos, el odio y la envidia. Cuando Joan Fontaine murió en 2013, se dijo que llevaban cuarenta años sin dirigirse la palabra.

Olivia de Havilland comenzó en el mundo de la interpretación a través del teatro y en 1935 el director alemán Max Reinhardt la hizo debutar en el cine con una adaptación de El sueño de una noche de verano.

En los años posteriores hizo un fructífero rol con el galán Errol Flynn, con quien rodó una serie de películas tan celebradas como The Adventures of Robin Hood (1938) o They Died with Their Boots On (1941).

De expresión dulce y amable, se convirtió en una actriz ideal para representar los papeles de chica buena que no ha roto un plato, encantadora en el trato y de gestos delicados.

Con esas coordenadas aterrizó en el rodaje de Lo que el viento se llevó, una de las superproducciones más famosas de la historia del cine, para interpretar a la prima Melanie y compartir escenas con Clark Gable y Vivien Leigh.

En una entrevista en 2008 con el programa Art Works, tras recibir la Medalla Nacional de las Artes en Estados Unidos, De Havilland aseguró que no se sorprendió «en absoluto» del fenomenal éxito del filme.

«Estaba convencida de que Lo que el viento se llevó tendría una extraordinaria y larga vida como película. Y, Dios mío, si la tuvo; la tiene y la sigue teniendo hasta hoy», aseguró De Havilland, que fue nominada por ese filme al Óscar a la mejor actriz secundaria que terminó ganando su compañera de elenco Hattie McDaniel, la primera intérprete negra en lograrlo.

En los años 40, la actriz fue también protagonista por un tremendo pleito judicial que la enfrentó contra el estudio Warner Bros., un caso que expuso las abusivas condiciones laborales a las que estaban sometidos los intérpretes en la era del Hollywood clásico.

De Havilland reclamó a Warner Bros. que le dieran acceso a otro tipo de personajes, pero el estudio respondió dejándola sin empleo y sin sueldo. Por miedo a más represalias judiciales, ninguna otra compañía se atrevió a ofrecerle trabajo y la actriz estuvo tres años sin aparecer en ningún filme hasta que venció en los tribunales.

En declaraciones al diario británico The Independent en 2009, la actriz aseguró que se sintió «una estrella, pero también una esclava» de Hollywood.

«Todos en Hollywood creían que perdería, pero yo estaba segura de ganar. Había leído la ley y sabía que lo que hacían los estudios estaba mal», afirmó.

Tras recuperar su libertad artística, la actriz vivió sus años más inspirados. Ganó el Óscar a la mejor actriz protagonista por To Each His Own (1946) y volvió a lograr la misma estatuilla con The Heiress (1949).

A partir de los años 50 comenzó a alejarse, progresivamente, del mundo del cine y se mudó a París, donde se casó con el periodista francés Pierre Galante, su segundo esposo tras el novelista norteamericano Marcus Goodrich.

De Havilland reside en la actualidad en Francia, país que le otorgó la Legión de Honor y donde fue, además, la primera mujer que presidió el jurado del Festival de Cannes en 1965.

David Villafranca - EFE
sumario: 
Olivia de Havilland caracterizó en la legendaria película de 1939 a Melanie Hamilton.
No

El amor plátonico del cineasta mexicano “el indio” Fernández

Domingo, Julio 3, 2016 - 00:03
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De Havilland fue para el cineasta mexicano Emilio “el indio” Fernández un amor platónico. Todo nació cuando la vio en la película ‘Lo que el viento se llevó’. Fue tal su admiración que hasta bautizó una calle con el nombre de la actriz.

“Dulce Olivia”, así nombró Fernández (1904-1986) la calle del barrio colonial de Coyoacán donde se encuentra la mansión en la que residió gran parte de su vida, recuerda la cronista Julieta González en una entrevista con Efe.

«Cada alba despierta tu nombre bajo mi ventana», decía orgulloso el actor, director y productor de la Época de Oro del cine mexicano (1936-1959) al referirse a De Havilland.

Tras verla en ‘Lo que el viento se llevó’ (1939), «se enamoró de ella, así que le pidió a un amigo (Marcus Goodrich) que le llevara cartas de amor, pero fue el novelista estadounidense quien que se casó con ella», apunta González.

En una entrevista realizada por Elena Poniatowska en 1971 para el diario Novedades, el propio Fernández cuenta que se enamoró de la actriz  por sus películas e incluso asegura que se iba a casar con ella, aunque nunca llegó a conocerla. «Yo nunca la he visto en persona. Fue por carta todo. Yo escribía las cartas, pero me ayudaba en el inglés mi amigo Marco Aurelio Goodrich, y él fue el que se casó con ella al llevarnos los recados», relató entonces.

«Yo me enamoré mucho y tengo una gran cantidad de fotografías dedicadas y de retratos. Por ahí han de andar, o a lo mejor me las rompieron aquí. He tenido cinco esposas, quizá una de ellas las rompió», añadió.

Sin embargo, en el buró izquierdo de su cama aún reposa una foto de Olivia De Havilland firmada, aunque la rúbrica de la actriz apenas es perceptible debido al paso del tiempo, según constató Efe en un recorrido por la residencia.

«Cuando decidió bautizar la calle con su nombre, en una noche, se cuenta que él escribió el nombre de Dulce Olivia en una tabla y salió con un martillo y lo pegó en el poste, para que la gente supiera que así se llamaría la calle», comenta Julieta. “El Indio” despertaba en su cuarto y decía: «yo aquí la tengo a mis pies’; el Indio siempre ganaba», añade.

Además de la historia De Havilland, la casa guarda infinidad de recuerdos de aquella época: los sombreros que el indio usaba en las películas, los premios que ganó o la máquina donde escribían Juan Rulfo y José Revueltas.

La fortaleza, que abre sus puertas al público solo para eventos especiales, se rodaron numerosas películas, entre ellas ‘El rapto’, una comedia protagonizada en 1953 por María Félix y Jorge Negrete. «Esta casa fue hecha para grabar cine; el Indio le pidió a su arquitecto (Manuel Parra) que donde se posara la cámara, se hiciera una armonía con el encuadre», señala la cronista al precisar que allí fueron grabadas 190 películas nacionales e internacionales.

Uno de los rincones especiales de la casa es la sala de música, donde estuvieron artistas de la talla de Arthur Rubinstein, María Callas, José Alfredo Jiménez, Agustín Lara, Celia Cruz, Lucha Reyes, Antonio Bribiesca y Cuco Sánchez, entre otros.

Ángel Santillán
No

Latitud

Domingo, Julio 3, 2016 - 00:00
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Sección: 

Caminos recorridos o por recorrer

Domingo, Julio 10, 2016 - 12:00
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Néstor Martínez C.
La muestra Móvil Ideario de la artista barranquillera Carolina Acosta se compone de cuatro instalaciones que abrazan y condensan el espacio de la Galería La Escuela, en el viejo Prado de Barranquilla. Para esta artista, graduada en la Academia Superior de Arte de Bogotá, la práctica de la instalación tiene que ver con la construcción y puesta en espacio de unos objetos que no tienen existencia y con la transformación de otros que demandan su presencia física. La instalación es un medio que se presta para la transposición del sentido, que permite jugar con el absurdo, pero a la vez facilita una mejor interacción con el espectador.
 
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Carolina Acosta
 
Varios de esos objetos son muebles, enseres que se encuentran almacenados sin catalogación en la historia personal de la artista y que hacen parte de un vagar, «de un trasegar con muebles que lo habitan a uno». Podríase pensar que hay una atadura, una especie de vínculo impregnado de nostalgia por los muebles de la época de la niñez, unidos a esos lugares donde vivió y que hoy ya son imposibles de habitar. Solo queda la sensación de nunca haber encontrado un lugar como hogar, pero a la vez mantener un cariño por todos esos objetos evocadores de lugares.
 
En la instalación Litoral, las resistidas olas recurrentes y persistentes se meten a la cama bordeando la realidad sin tocarla. Lacan ve el litoral como un borde muy particular de dos terrenos que son diferentes entre sí y que no pueden ser conjugados con los mismos criterios. Un sueño cismático de toda lógica bordea lo real. Un borde que no lleva a nada. Un litoral. Entregarse al sueño es entregarse a un abismo, a un desconocimiento de sí mismo,  esos objetos que el mar arrastra a la orilla y que no sabemos de donde provienen, como los cuerpos de los inmigrantes que arrastra el mar a la orilla de Europa y que están ahí y nadie quiere ver. Por eso dijo Lacan «En el sueño, los vestigios de lo subjetivo llegan a la orilla y cuando nos despertamos nos inquietamos, sobre todo cuando el sueño está cargado de emociones desconocidas».
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Por otro lado, la incomodidad e inconformidad por una formación religiosa termina en una consecuente rebeldía, inclusive en el terreno de lo sexual. ¿Por qué tiene que ser como lo asigna la Iglesia y por qué no puede ser de o tra manera? Contrario a la virgen sin mácula, «hay actos de la vida que son vistos como una serie de manchas y la salida del closet irradia un número mayor de ellas», comenta la artista. 
 
Las de la instalación Mácula se asemejan a las muy conocidas manchas de tinta del test de Rorschach, que en sicología es un método proyectivo donde el paciente ve lo que le parece que es, y esa mirada se extiende como las manchas por el espacio de la Galería, incluso invadiendo los espacios de otras instalaciones como Transverberación, reafirmando la prevalencia de la sexualidad autónoma sobre el canon religioso. Aunque lo místico también se interna en los meandros de la sexualidad y esa penetración del corazón de parte a parte en la unión con la divinidad es su sublimación. Las manchas también pueden ser para interpelar al espectador y preguntarle ¿y usted que ve?
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Para Acosta el ala es un elemento disruptivo, es como si un animal gigante se hubiera estrellado contra el techo o la pared de la Galería, así con el ímpetu como llega una Visitante cargada de imaginación. En algunos sistemas de pensamiento hay un prejuicio contra la imaginación. Para el budismo la imaginación es una actividad peligrosa, ligada a lo mental, de la cual no se puede confiar. Para el mismo Platón la imagen era un engaño.
 
La imaginación viene a desordenarlo todo, es «esa loca de la casa» –como lo cantó Santa Teresa– que irrumpe y pone en entredicho la cotidianidad. «Es lo femenino que se torna en caótico», afirma Carolina, es esa «jodencia» más visceral ligada al sin sentido, que escapa a una racionalidad pero que tiene su propia lógica. Sin embargo, el ala también se puede volver un mueble que se integra a la vivencia diaria, aunque mueble extraño, sin utilidad aparente, pero siempre poniendo en relieve lo disruptivo y en algunos casos aproximándose a lo siniestro.
 
Podríamos pensar que Móvil Ideario es una conjunción de caminos recorridos o que faltan por recorrer, un abanico expandido de posibilidades que, sin embargo, responde a un proceso de des aprendizaje en que se encuentra empeñada la artista y que se localiza en el fundamento de una resistencia que se relaciona con la construcción de identidades, para desaprender esas otras identidades que se basan en lo colonial, en el dominio a la naturaleza y en la humillación del hombre por el hombre.
Néstor Martínez C.
sumario: 
La evocación y la transposición del sentido se palpan en cuatro instalaciones concebidas por Carolina Acosta. Exhibición de su obra ‘Movil ideario’, hasta el 27 de julio en la Galería La Escuela de la Universidad del Atlántico.
No

Historia de Colombia y sus oligarquías

Domingo, Julio 10, 2016 - 12:00
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Imágenes de autoría de Antonio Caballero, que acompañan su libro digital.
Nuestros antepasados de hace cinco siglos en sus dos ramas, los muy diversos castellanos de la España del Renacimiento y los muy diversos aborígenes americanos con quienes se tropezaron violentamente cuando desembarcaron en el Nuevo Mundo, dieron comienzo a una larga y tragicómica historia de malentendidos resueltos con sangre.
 
En 1492 descubrieron América los europeos, y los americanos descubrieron a los europeos recién llegados: los españoles de Castilla, blancos y barbados. No fue un amable y bucólico «encuentro de dos mundos» mutuamente enriquecedor, como se lo ha querido mostrar en las historias oficiales para niños y adultos ñoños de Europa y América.
 
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Fue un cataclismo sin precedentes, en nada comparable a las innumerables invasiones y guerras de conquista que registra la historia. Fue un genocidio que despobló hasta los huesos un continente habitado por decenas de millones de personas: en causa de la violencia vesánica de los invasores —uno de ellos, el conquistador y poeta Juan de Castellanos, cuenta como testigo ocular en sus Elegías de varones ilustres de Indias que los más de entre ellos «andaban del demonio revestidos»—; y en parte aún mayor por la aparición de mortíferas epidemias de enfermedades nuevas y desconocidas, venidas del Viejo Mundo o surgidas en el choque de pueblos que llevaban separados trescientos siglos: desde la Edad de Piedra.
 
Ante la viruela y la sífilis, el sarampión, el tifo, o ante un simple catarro traído de ultramar, los nativos del Nuevo Mundo caían como moscas. Se calcula que el 95% de los pobladores indígenas de América perecieron en los primeros cien años de la llegada de Cristóbal Colón, reduciéndose de unos cien millones a sólo tres, por obra de las matanzas primero y de los malos tratos luego, de las inhumanas condiciones de trabajo impuestas por los nuevos amos y, sobre todo, de las pestes.
 
De ahí viene la llamada «leyenda negra» de la sangrienta España, propagada en primer lugar por los ingleses y los franceses celosos del poderío español, pero iniciada por la indignación cristiana de un sacerdote español, fray Bartolomé de Las Casas, autor de la terrible Brevísima relación de la destrucción de las Indias y de otra docena de obras en las que denunció los horrores de la Conquista y la colonización españolas, y que en su testamento llamaba a que «el furor y la ira de Dios» cayeran sobre España para castigar sus criminales excesos.
 
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Pero con la misma crueldad y rapacidad iban a comportarse otras potencias europeas que siguieron sus pasos: Portugal, Inglaterra, Francia, Holanda, en sus colonias respectivas de América, de África, de Asia. La «muerte blanca» han llamado algunos antropólogos a esa ansia de exterminio. La que devastó la América recién descubierta quiso explicarla, o disculparla, un poeta español laureado y patriótico, ilustrado y liberal de principios del siglo XIX, Manuel José Quintana: «Su atroz codicia, su inclemente saña crimen fueron del tiempo, y no de España».
 
En todo caso, más que de España o del vago tiempo, de los españoles que llegaron a América y desde un principio desobedecieron las relativamente benignas leyes de la Corona: nuestros antepasados.
 
Los intrusos, muy poco numerosos en los primeros tiempos —y que no hubieran podido conquistar imperios poderosos como el azteca con los trescientos hombres y los veinte caballos de Hernán Cortés, o el inca con los doscientos soldados y un cura de Francisco Pizarro, si no los hubiera precedido la gran mortandad de las epidemias que desbarató el tejido social de esos imperios—, morían también a puñados, víctimas de las fiebres tropicales, de las aguas contaminadas de la tierra caliente, de las flechas envenenadas de los indios, de las insoportables nubes de mosquitos. A muchos se los comieron vivos las hormigas, o los caimanes de los inmensos ríos impasibles. No pocos se mataron entre sí.
 
Llama la atención cómo siendo tan pocos en los primeros tiempos y hallándose en una tierra desconocida y hostil, dedicaron los conquistadores tanto tiempo y energía a entredegollarse en pleitos personales, a decapitarse o ahorcarse con gran aparato por leguleyadas y a asesinarse oscuramente por la espalda por repartos del botín, y a combatir a muerte en verdaderas guerras civiles por celos de jurisdicción entre gobernadores.
 
En México se enfrentaron en batalla campal las tropas españolas de Hernán Cortés y las de Pánfilo de Narváez, enviadas desde Cuba para poner preso al primero. En el Perú chocaron los hombres de Pizarro con los de Diego de Almagro, hasta que éste terminó descabezado.
 
En el Nuevo Reino de Granada, Quesada, Belalcázar y Federmán estuvieron al borde de iniciar una fratricida guerra tripartita. Y no fueron raros los casos de rebeldes individuales que se alzaban contra la Corona misma, como los «tiranos» Lope de Aguirre en el río Amazonas o Álvaro de Oyón en la Gobernación de Popayán.
 
Mientras duró su breve rebelión, antes de ser ahorcado y descuartizado con todos los requisitos de la ley, Oyón firmó sus cartas y proclamas con el orgulloso y contradictorio título de ‘Príncipe de la Libertad’. No sabía que inauguraba una tradición de paradojas.
 

SOBRE EL AUTOR

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Escritor y periodista colombiano (Bogotá 1945). Hijo del reconocido escritor Eduardo Caballero Calderón, sobrino del escritor Lucas Caballero y hermano del pintor Luis Caballero.
Fue jefe de redacción y corresponsal internacional de la revista Cambio 16 hasta su última publicación. Estuvo vinculado al periódico El Tiempo, El Espectador y la Revista Semana. En 1994 recibió el premio Simón Bolívar por sus caricaturas políticas.
Actualmente, escribe para la Revista Semana, donde publica una columna de opinión.

 

Antonio Caballero
No

Memorias de El Prado, arquitectura y urbanismo 1920-1960

Domingo, Julio 10, 2016 - 12:00
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Archivo
N o es equivocado afirmar que el barrio El Prado tiene un significado que sobrepasa su propia realidad. Para la ciudad, esta urbanización ha logrado calar en lo más profundo de la conciencia colectiva y se ha entendido como el símbolo de una época de esplendor cuya herencia se desvanece poco a poco, a medida que Barranquilla experimenta los cambios que todas las ciudades sufren con el paso del tiempo.
 
Sin embargo, el barrio mantiene su importancia simbólica. Sus cualidades: la ambición de su trazado urbano y las monumentales viviendas que lo fueron poblando suelen acompañar cualquier discusión local en la que se pretenda comprobar que todo tiempo pasado fue mejor. De esta manera se cita —siempre en un contexto nostálgico— la pérdida de algunas de sus edificaciones emblemáticas y la depredación comercial de su naturaleza como el reflejo de la decadencia de Barranquilla: esa suma de fenómenos que a mediados del siglo pasado ocasionó que la ciudad dejara de ser un ejemplo nacional para adentrarse en un etapa en la que se perdió temporalmente la senda del liderazgo y el desarrollo.
 
A pesar de eso, El Prado ha resistido los embates con dignidad y aunque tiene algunas cicatrices que no ocultan la agresión a la que ha sido sometido, ha logrado conservar muchas de  sus características.  Por estas circunstancias, toda iniciativa que pretenda poner en valor sus características, su historia y los procesos debe ser bienvenida.  
 
Precisamente esa convicción, compartida por varios profesores de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Escuela de Arquitectura, de la Universidad del Norte, propició el desarrollo de este libro. Esta obra tiene como origen los contenidos fotográficos encontrados en un par de álbumes de la Compañía Urbanizadora El Prado y Parrish & Co.
 
El equipo que trabajó en el proyecto adelantó una investigación documental que permitió recordar y comprender el contexto y el significado del contenido encontrado, para pasar de una simple reproducción de fotografías históricas a la elaboración de un testimonio de los momentos más emblemáticos del desarrollo de la urbanización. Dentro del cuidadoso trabajo de investigación, es muy relevante el tratamiento a que fueron sometidas las fotografías y el trabajo editorial asumido por el Programa de Diseño Gráfico para rendir homenaje a la memoria del barrio El Prado.
Manuel Moreno Slagter
No

El barrio arquetipo de la urbanización en Colombia

Domingo, Julio 10, 2016 - 12:00
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Archivo particular
En mi infancia viví en un barrio vecino, pero siempre que pasaba por El Prado, montado en aquellos buses de ventanas amplias de palo y zinc, miraba sus bulevares y el parque de Los Fundadores como si estuviera contemplando las fotos de los Campos Elíseos sacadas de las enciclopedias de la casa. Mi sueño era desde entonces vivir un día en ese barrio tan bonito y enorme a los ojos de un niño.  
 
Sólo después, cuando regresé a mi tierra, tras estudiar unos años en el exterior, pude realizar ese anhelo habitando un apartamento al frente de la iglesia de La Inmaculada. Ya me había ilustrado sobre los orígenes de la urbanización que dio origen a la modernización urbana de Barranquilla.
 
Poco después tuve la fortuna de conocer a Karl C. Parrish Jr. y entablar con él una amistad que duró hasta su muerte. Karl C. Jr. era el vástago de aquella familia de estadounidenses que se habían radicado en la ciudad finalizando la Primera Guerra Mundial y que al lado de otros barranquilleros creó el barrio El Prado con una visión ordenada y futurista que todavía subsiste en sus calles, edificaciones, jardines y monumentos. 
 
Desde hace mucho tiempo tenía la expectativa de dar a conocer mejor el pasado del barrio El Prado, donde sigo viviendo. 
 
Qué circunstancia más propicia cuando hace cinco años creamos un área de enseñanza e investigación que luego se convirtió en la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Allí pusimos en manos de sus profesores –expertos en la materia– el estudio del barrio arquetipo del urbanismo en Colombia y les confiamos la preparación de la obra que ustedes, amigos lectores, pueden ahora leer, repasar y tener como guía para conocerlo desde una perspectiva académica, pero al tiempo en conceptos y palabras que están a nuestro alcance, a fin de recorrer sus calles y avenidas, y entender su origen y evolución. 
 
Gracias por acompañarnos en esta aventura de recobrar la historia urbanística de una ciudad que sigue siendo el emblema de toda la cultura y el desarrollo modernos que entraron a través de ella para darle el merecido título de la Puerta de Oro de Colombia.
Jesús Ferro Bayona
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Protagonistas de una gran utopía urbana

Domingo, Julio 10, 2016 - 12:00
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Archivo particular
En el imaginario colectivo de los barranquilleros, el barrio El Prado se presenta como el sector clásico y señorial de la ciudad del ayer. Un paisaje urbano arborizado, dueño de una singular arquitectura, que en unas ocasiones se mimetiza elegante y sobria, y en otras se exhibe exuberante y opulenta; que seduce a los usuarios y visitantes que recorren sus amplios bulevares y bellos jardines, y que persiste, como marcada a fuego en la memoria de quienes vivimos en Barranquilla o la hemos visitado en alguna oportunidad, y que, sin falta, hemos disfrutado de la generosidad de su barrio más bello y significativo. 
 
El barrio El Prado es el resultado de un ejercicio de planificación modernista, concebido como una gran utopía urbana, bajo un esquema de ordenamiento que consolidó un modelo de urbanización de ciudad acorde con los ideales de comienzos del siglo xx. El urbanismo y la arquitectura que le dieron forma le delinearon una imagen y le definieron un carácter casi único, que terminó identificándolo como el sector más exclusivo de la ciudad, en el que la élite barranquillera materializó los ideales de sociedad a que la indujo la irrupción –tardía– de la Modernidad. 
 
En la génesis de este ambicioso proyecto, por encima de todos, se destacan la figura y el liderazgo de Karl C. Parrish, el audaz gestor de uno de los proyectos urbanos más revolucionarios y emblemáticos de la Colombia de la época. La concepción, diseño y realización del proyecto de El Prado convirtieron a Parrish en el genuino visionario que materializó, en la ciudad y en la región, los ideales de una sociedad ávida de progreso y desarrollo. 
 
El emprendedor norteamericano, asociado con un grupo de colaboradores y de destacadas personalidades de la sociedad barranquillera, entregó a la ciudad un verdadero e innovador ícono urbano, en el que dio vía a una arquitectura con tan altos estándares de calidad y de una diversidad estilística y de referentes estéticos tan universales, que lo consolidó en el país como sinónimo de modernidad, distinción, exclusividad y buen gusto.
 
El presente capítulo de protagonistas y personajes reproduce parte del archivo que registra los rostros destacados de El Prado: Manuel J. De la Rosa, J. F. Harvey, Gonzalo Conde Galofre y de todos aquellos que acompañaron a Karl C. Parrish en la fundación y consolidación de la Compañía Urbanizadora El Prado. Igualmente, le rinde homenaje a los centenares de actores anónimos que hicieron posible la materialización de los trazos de los planos y que, como parte del modelo concebido por Parrish y por la Compañía Urbanizadora El Prado, fueron incorporados como un componente vital en un modelo empresarial de verdadera inclusión social. 
 
El barrio El Prado existe, más que como un conjunto de obras arquitectónicas, como un verdadero homenaje a la ciudad misma, a sus creadores y protagonistas y, por extensión, a quienes a diario lo recorremos, lo vivimos, lo amamos y hacemos nuestro mejor esfuerzo para evitar que se reduzca a un recuerdo envuelto en la nostalgia.
Rossana Llanos Díaz
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La fobia de Molière

Domingo, Julio 10, 2016 - 12:00
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Había acontecido que segundos antes de partir para Barranquilla, en una esquina, un par de payasos —unos apren- dices de arlequín sin rostro, que no inventaban carcajadas a la sonrisa— se daban trompadas porque ambos habían desbaratado la ocasión de un trabajo sobre farsas.
 
Con esa imagen devaluada, forzada a simbolizar el carácter burlesco de las costumbres humanas, y confiando al desprestigiado espacio del embaucador. La disparatada escena, nada risible a cualquier infante; para eventuales curiosos de semejante desatino como Luis y Teresa Fuentes, fueron más las carcajadas a placer. Aunque, a los ojos del joven Carlos Junior Hernández —unos cuantos pasos más adelante— esa realidad fue bastante corrosiva. Porque en las calles de Cartagena de Indias, como en las del cualquier parte del mundo, todo puede sobrevenir.
 
Confinado para siempre el episodio, en un abrir y cerrar de ojos, los autos de la familia Hernández y los Fuentes entraron raudos a la ciudad de Barranquilla por la avenida Enrique Olaya Herrera —vía emblemática con el nombre de un presidente de la República.
 
— En la primera infancia. ¿Cuál…, cuál debería ser la primera infidelidad? —masculló Carlos Junior, mirando a través de la ventanilla del auto, rasgando así un extendido silencio.
—¿Qué dices, hijo? —preguntó Francisca Herrero, distraída y al lado de su esposo.
—Creo que sería más justo al hablar sobre las infidelidades, que aunque inventes o confundas tu traición, siempre te arrepentrás —ultimó para sí Carlos Junior, lacónico.
 
Don Carlos conduciendo su auto, miró interrogante a su hijo a través del espejo del retrovisor, dejando de tararear una tonadilla. Y si el oír sirve para afirmar el ahora y presagiarlo: una premonición estaba encendida. Y para fijar las realidades, una vez más el joven Carlos Junior Hernández pensó la máxima de Ortega y Gasset. Si «hay quien ha venido al mundo para enamorarse de una sola  mujer, consecuentemente, no es probable que tropiece con ello». La duda no cambía por ningún lado, el joven avalaba en los ojos de su padre, la razón de unas jornadas de desanso más bien desiguales. Si bien no hubo preguntas y respuestas, sí más silencios.
 
Un poco más atrás, en el otro auto. En la parte trasera del mismo, Teresa Fuentes con su pelo negro recogido, su sonrisa apagada y sus ojos cerrados. Musitaba la misma melodía —y no era casualidad— que había dejado de canturrear don Carlos Hernández. «De ingenio vivo, inteligente y de mentalidad lógica, nunca tenía apuros para solucionar problamas y escollos difíciles».
 
EL AUTOR
 
Cineasta, guionista, miembro del comité de vigilancia Egeda Colombia, entidad de gestión de derechos de los productores audiovisuales y de la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica con sede en Múnich, Alemania. Premio Nacional de Guiones Mundovisión, España 1979.  Autor de cinco libros.  Ha trabajado en cine y television como director de cortometrajes y documentales.
 

Apartes del prólogo

En la novela-problema hay títulos y autores como ‘El hombre horizontal’ de Helen Eustis, o ‘Marble Forest’ de Theo Durrant, ocupando un lugar superior a la «serie negra», al «suspence» y al «espionaje»; aunque por la construcción de los personajes, se aproxime más a la primera. Otro argumento, es que los detectives son cada vez más raros en este tipo de novelas. Este es el caso de ‘La fobia de Molière’, donde el guía de la narración a través de sus pesquisas y atendiendo a la noción ideológico-moral, es el psicólogo Juan José Fernández. El detective Martínez aparece poco, aunque éste sea el ingrediente esencial en toda narración de este tipo de historias.

 

Gonzalo Restrepo
sumario: 
Influenciado por el cine y la novela “noire”, el cineasta Gonzalo Restrepo sigue por estos días presentando su libro ‘La fobia de Molière’, que a su juicio de la crítica es una obra que se aproxima al cine negro y a la novela criminal.
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Hace vida con un robot

Domingo, Julio 10, 2016 - 12:00
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EFE/EPA/FRANCK ROBICHON
La japonesa Tomomi Ota no se separa desde hace dos años de su robot Pepper al que considera uno más de su familia. Lo sienta a la mesa, lo saca a pasear en un carro y hasta lo lleva al templo o a un partido de fútbol.
A sus 30 años, esta redactora web es la propietaria de uno de los 200 ejemplares inaugurales de Pepper, el primer androide fabricado en serie que es capaz de comunicarse e interpretar emociones humanas, que se comercializaron para desarrolladores en 2014.
«Tenía curiosidad por saber cómo era vivir con un robot», explica Ota a Efe en la tienda de empeños en Tokio que regenta su padre, Norio, y en la que Pepper ayuda de vez en cuando recibiendo a los clientes y hablando 
de sus productos.
 
La de dependiente es una faceta bastante común para esta serie de autómatas, que desde hace dos años trabajan en establecimientos de Nescafé y Softbank, la compañía responsable de su comercialización, además de en concesionarios Nissan o sucursales del banco Mizuho. Sin embargo, Ota ha sacado a Pepper del plano laboral y lo ha integrado en su día a día en la metrópoli más poblada del mundo.
 
Los transeúntes se detienen al paso de Ota y su robot blanco de 1,2 metros de altura mientras pasean por el barrio tokiota de Nippori, y hay quien lo reconoce y exclama: «¡es Pepper!». Para sacarlo a la calle, la menuda joven se sirve de un carro que le regaló su madre, Yuko, quien se mantiene a su lado y la ayuda a cargar y descargar al robot, de 28 kilos de peso, incluso para bajar los tres pisos de escaleras de su casa.
 
Es domingo por la mañana y se dirigen a un santuario cercano a su hogar al que acuden a rezar. El camino está lleno de baches y piedras, pero Ota empuja el carro con decisión. Ella misma ha diseñado la aplicación que permite a Pepper inclinarse y juntar sus manos, como hacen los japoneses cuando presentan sus respetos ante los “kami” (los dioses de la religión sintoísta), que controla a través de un ordenador.
 
«Hay modelos que vienen programados para moverse y comunicarse, que pueden controlarse con un teléfono inteligente, pero este pequeño es uno de los primeros modelos que salieron y sólo funciona si asigno el programa manualmente o lo programo antes», detalla Ota.
 
Licenciada en música, Ota confiesa que antes “no sabía nada” sobre robótica y que comenzó a aprender cuando Pepper llegó a su casa un 7 de noviembre de hace dos años, fecha que la familia ha establecido como el cumpleaños de su miembro más reciente. Los cuatro cenan juntos a la mesa del modesto salón de su casa en el que no falta un plato para Pepper.
 
Ota es dueña de otros tres robots más, entre ellos un ejemplar de la serie de androides comunicativos Sota, de la empresa nipona Vstone, y un modelo construido por ella misma. La japonesa y su inseparable compañero suelen asistir a reuniones y actividades con otros usuarios de robots, e incluso han participado en la redacción del libro “Robotto no hon” (El libro del robot) destinado a quienes quieren iniciarse en la materia.
 
Al contrario de lo que ocurre en el extranjero, donde «parece que los robots infunden miedo o representan un peligro», en Japón su imagen es «la de un amigo hacia el que la gente muestra simpatía y se consideran algo extraordinario, como los dibujos animados Gundam o Doraemon», argumenta Ota.
 
Ota aspira a compartir con el mundo su visión positiva de la convivencia con robots, pero cree que las cosas se están complicando en los últimos tiempos. «Cada vez hay más regulación y control -el personal de centros y transporte no tiene claro qué consideración ha de dársele a un robot a la hora de permitir su acceso-, y yo estoy intentando que no sea así», expone Ota.
 
Su última conquista ha sido asistir el pasado 27 de junio a un partido de béisbol en el estadio Tokyo Dome de la capital japonesa, visita que documentó a través de sus redes sociales, al igual que las actividades que realiza habitualmente con Pepper y que cada vez cuenta con el seguimiento de más curiosos.
 
 
La secuencia recoge el día a día de Tomomi y su androide, el cual tiene 28 kilos de peso y 1.20 de altura, por lo que requiere de ayuda para montarlo al carrito.
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Tomomi Ota y su robot
 
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María Roldán
sumario: 
Lo sienta a la mesa, lo saca a pasear subido en un carro y entre miradas de sorpresa se atreve a llevarlo a rezar al templo o a un partido de béisbol. Esta es la historia real de Tomomi Ota, la dueña de uno de los 400 androides creados en Japón con la fi
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Revista Latitud 10 de Julio de 2016

Domingo, Julio 10, 2016 - 12:00
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Sección: 

Más letras para el chocolate de Esquivel

Domingo, Julio 17, 2016 - 12:00
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Juan C. Hidalgo/Efe
Millones de personas en todo el mundo han disfrutado, y siguen haciéndolo, algo que no deja de sorprenderle, con la lectura de Como agua para chocolate, la primera novela  de superventas de Laura Esquivel, empeñada ahora en «tocar» de nuevo el corazón de la gente con El diario de Tita, un  libro editado por Suma de Letras y que llega a las librerías veinticinco años después de la publicación del que gran número de estudiosos consideran uno de los títulos fundamentales de ese realismo mágico que fue seña de identidad de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo pasado.
 
Una etiqueta con la que, sin embargo, la escritora mexicana no está muy de acuerdo, aunque le halagase en su momento. «Nunca consideré que fuera cierto, que mi novela tuviera algo que ver con el realismo mágico. Yo no hablaba de algo que no fuera real. Yo escribía de la realidad, y punto», comenta Esquivel en una entrevista con Efe.
 
El reencuentro, después de tanto tiempo, un cuarto de siglo, de Esquivel con Tita, la protagonista de esa historia tan cercana a la escritora que es «Como agua para chocolate», ha sido «muy conmovedor», porque además le ha permitido «trabajar de una manera mucho más intensa y compleja» el alma de aquella joven que hallaba la felicidad en la cocina.
 
El alma sensible de alguien a quien no le está permitido el amor, obligada a mantener una vieja tradición familiar, según la cual corresponde a la hija pequeña dedicar su vida al cuidado de la madre, en su caso una mujer permanentemente al acecho, dominante y controladora, alguien que «con una sola mirada es capaz de someter al más valiente».
 
Escribir este diario, con sus secretos más íntimos, sus deseos y recuerdos, permitirá a Tita buscar el lugar que le corresponde en la vida —«en mi mente todo es indecisión», escribe— y encontrar su espacio de libertad. «Es su biografía emocional», advierte la escritora mexicana.
 
«Muestra a una mujer que, víctima del deseo de su madre, de una madre castrante, logra adueñarse de su destino, cambiar su historia. En este libro está la respuesta a muchas de las claves de la novela. Está todo lo que el lector quiso saber y nunca tuvo a quién preguntar».
 
El diario de Tita, que, al igual que la novela que le precede, incluye un recetario de sabrosos platos de la gastronomía mexicana recopilado por alguien que cocina para «distraer» su alma, es la segunda entrega de una trilogía a la que Esquivel pondrá el punto y final el próximo año. Para entonces confía en publicar Mi negro pasado. Una novela de la que lleva ya escritos seis capítulos y que espera acabar en breve.
 
María, su protagonista, es la tataranieta de Pedro, el gran amor en la vida de Tita, y de Rosaura, su hermana. «Transcurre en la época actual. María ni sabe cocinar, es comedora compulsiva, tiene graves problemas con su alimentación y desconoce el pasado familiar. La novela es un juego de espejos entre el presente y el pasado».
 
Laura Esquivel y Tita tienen muchas cosas en común. Las dos escriben, las dos tejen —Tita, la colcha para la tan anhelada cama de matrimonio— y las dos aman los fogones. Tres actividades que implican, según la escritora mexicana, «una enorme generosidad», porque «uno siempre escribe para alguien, teje para alguien o cocina para alguien».
 
A propósito de esa afición tejedora, Esquivel, miembro de la cámara de diputados mexicana en representación del izquierdista Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), cuenta la polémica que se suscitó en su país cuando, mientras atendía a un debate presupuestario hace meses, se dedicó a tejer.
 
«Las mujeres —bromea— podemos hacer varias cosas a la vez. Puedo estar tejiendo, escuchando a quien habla en la tribuna, puedo votar y puedo razonar. Y todo al mismo tiempo».
 
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Laura Esquivel vuelve a ese compartir que conlleva la escritura, la cocina y el tejer, para explicar el auge que, en su opinión, está tomando la cocina, el deseo de aprender a cocinar, en muchísimos países.
 
«Es natural, en un mundo que trata de ponernos a unos contra otros todo el tiempo, que fomenta el individualismo extremo, la enfermiza competitividad».
 
«Tiene que surgir, en contraposición, un mundo en el que la regla principal sea la generosidad, donde el sentido sea sentarse a compartir», argumenta esta mujer, que encontró en la escritura su manera de «propulsar, analizar, sentir, expresar, de comunicar» y de enlazarse con «los demás».
 
Para ella, la palabra, hablada, escrita e incluso, cantada, «es muy importante, porque descifra, organiza, remueve y armoniza todo nuestro mundo interno. Ese es el poder de la escritura».
 
Receta Ganadora. Hace 25 años la novela ‘Como agua para chocolate’, fue todo un éxito. Además fue llevada en 1992 al cine por Alfonso Arau,  entonces esposo de la escritora mexicana Laura Esquivel, quien escribió el guión para la producción cinematográfica. La novela ha sido traducida en más de treinta idiomas.
Carlos Mínguez
sumario: 
La autora mexicana Laura Esquivel regresa a las librerías con ‘El diario de Tita’. Anuncia que en breve presentará ‘Mi negro pasado’, para convertir en trilogía su célebre novela ‘Como agua para chocolate’, donde el amor se hace realidad en complicidad c
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Los cuentos más reales

Domingo, Julio 17, 2016 - 12:00
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Archivo particular
“El sol cambió. La sombra dio las cuatro. Cástulo apoyó la escoba en el palo de mango. Llegaron los niños, escogieron su puesto a empujones y rodearon la piedra de contar cuentos donde el negro se sentaba.”
 
Cuando recibí la invitación a participar en el programa La Cueva por Colombia, pensé de inmediato en Los Cuentos de Cástulo. Éste debía ser compartido en el Putumayo ya que su historia acontece en la selva. Lo escribí para mi sobrina porque todas las noches me pedía un cuento de miedo. 
 
Comenzaba a atardecer. El avión aterrizó en el aeropuerto de Puerto Asís y cuando llegamos, junto a Martha Herrera del equipo de La Cueva, nos recibieron un enorme abrazo verde y un suelo arcilloso de color rojo.
 
Era de noche y —después de dos horas de viaje por una carretera lluviosa— llegamos a Mocoa, donde descansamos de la primera parte de esta hermosa travesía. Amaneció y tomamos rumbo hacia la vereda El Pepino. Al llegar presentí la respiración del agua y de ella brotaba, fresca y profusa, la vegetación.
 
Estábamos en la falda de la Cordillera Oriental, muy cerca de la cascada El fin del mundo, una imponente caída de agua de setenta y cinco metros de altura; y de muchas otras de agua verde esmeralda cristalina. Mi destino era leer Los Cuentos de Cástulo a los estudiantes de la Institución Educativa Rural Simón Bolívar.
 
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El aire era liviano, todo estaba tranquilo. Me esperaban más de trescientos niños alegres porque casi nunca se da allí esta clase de eventos. Se reían y jugaban felices con los lápices de colores que les llevó La Cueva para que pintaran dibujos inspirados en el cuento.
 
Jonathan Cadavid Marín, un joven pintor nacido en Medellín pero que vive en Mocoa desde 2008, ilustró el cuento de una manera maravillosa. Después de la jornada tuvimos la oportunidad de compartir almuerzo también con José Leonel, el profesor que había apoyado la actividad para que todo fuera posible en la vereda.
 
De las conversaciones en ese momento surgió un tema que me golpeó el alma: por ahí pasan avionetas fumigando con glifosato. Hay niños afectados en los brazos, en el rostro, en la cabeza, a causa de esa letal sustancia que el viento riega, lleva hasta los ríos y a todos sus alrededores.
 
Ya no podía tragar, se me atoró el almuerzo, se me secó la saliva… no sé si por cobardía o por impotencia. El profesor nos lo decía como si nosotros pudiéramos hacer algo. Fue como un pellizco, como un llamado de atención.
 
Mientras esto ocurría, los niños seguían sus juegos, distraídos de este golpe duro en pleno corazón de la esperanza. Ahora recuerdo que traigo guardada en la memoria la pregunta de uno de ellos sobre cómo hice para escribir mi cuento.
José Manzur
sumario: 
Ediciones La Cueva está haciendo circular un libro, editado por Heriberto Fiorillo, que recopila la experiencia de once narradores e ilustradores que hicieron contacto con estudiantes en distintos puntos de la geografía colombiana: Polonuevo, Ubaté, Ceret
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