Domingo, Septiembre 25, 2016 - 00:09
Desde la última década del siglo XX es lugar común en sectores intelectuales, académicos y políticos de Barranquilla –una de las pocas veces en que coinciden sobre un mismo tema– el señalamiento, en tono de absoluto reproche histórico, que la ciudad le dio la espalda al río Magdalena. La sustentación de tan benemérita teoría, con luces de parecer cierta, la ofrecen algunos elementos urbanos tales como una larga pared industrial y de bodegas erigidas sobre la Vía 40 que impiden la vista de la corriente fluvial; la imposibilidad física, por ende, de su acceso y la carencia de cualquier proyecto de ciudad que involucrase al río. Casi nada.
Pero para darle la espalda al río Magdalena, Barranquilla en algún momento ha debido estar de frente, encarándolo, máxime si con su navegación la ciudad tuvo las etapas más importantes de su desarrollo económico, asunto pendiente sobre el que se llega una y otra vez a través de las luchas por Bocas de Cenizas, de canales de acceso, de dragados para tratar de recomponer el horizonte histórico perdido, devolviéndonos al paraíso perdido.
Todo se reducía a unos procesos vinculados con el auge comercial en donde el río actuaba de vehículo conductor de un nodo de transportes nacional e internacional, pero nunca fue, en el fondo, el verdadero protagonista para la ciudad. Es menester, entonces, retrotraer la historia para percibir si efectivamente estábamos comprometidos con el río y sus afluentes, en este caso los caños, y si la ciudad tuvo una “edad dorada” en donde estuvimos en perfecta comunión con el río.
AL LADO O CERCA DEL RÍO
Otra vez es necesario mencionar el largo pasado indígena de Barranquilla. Si alguien conoce de lo inoportuno de construir poblaciones a orillas de un río tan impredecible como el Magdalena, son ellos. Ninguna de las poblaciones en el departamento del Atlántico bajo la égida de su origen, se inunda. De hecho, se encuentran convenientemente resguardadas de los vaivenes de las periódicas crecientes, asentadas sobre lomas, barrancas o colinas. Así que los vestigios de la presencia indígena en el actual territorio de Barranquilla reposan cerca de los caños, en las barrancas y lomas de la ciudad, y no sobre el río Magdalena.
Igual ocurrió con la presencia de la hacienda San Nicolás, embrión de la ciudad, ubicada sobre una barranca, cerca de una ciénaga, pero alejada del Magdalena. El cura Pedro María Revollo lo indica en sus memorias: “(…) Barranquilla no fue fundada sobre barrancos, sino sobre barranquetas o barranquillas (…) A orillas, el río es pantanoso”. Antes, en el libro de Diego de Peredo Noticia historial de la provincia de Cartagena de Indias año de 1772, se expresa que la Barranquilla de San Nicolás es un sitio de libres ubicado a la orilla de un caño o ciénaga del río Magdalena. No dice a su lado.
Las ciénagas mencionadas en el libro de Peredo fueron, con el transcurso del tiempo, cercadas, delimitadas y desecadas. Entre ellas la que llegaba hasta la plaza de San Nicolás, la ubicada en las cercanías del edificio Fedecafé y de la Caimanera. Todas alimentadas por el río Magdalena, es cierto, pero lejos de su cauce natural. A manera de acotación relevante, podemos decir que más bien Barranquilla se preservaba del contacto ominoso con estas aguas –caños y ciénagas– para las cuales fueron estableciendo precisos límites con el levante de terraplenes que evitaran el golpetazo de inundaciones.
En 1893 se encontraba establecida una Junta de Canalización de la Ciénaga presidida por el Prefecto Provincial Juan Gerlein, con el acompañamiento del Alcalde del Distrito Rafael Cajar, Demetrio Dávila y Pachito Palacio. Uno de sus actos administrativos urbanos fue terraplenar toda la zona adyacente al caño de La Ahuyama con el propósito de brindar protección al mercado público y cerrar la alimentación de las ciénagas al interior de Barranquilla. El proceso fue aprobado por el Concejo Municipal a través del Acuerdo No 23 del 30 de junio de 1893, el cual declaró vía pública el terraplén levantado sobre el antiguo cauce de las aguas, dándole el nombre de Paseo Rodrigo de Bastidas, el cual iba desde el edificio de la actual Intendencia Fluvial hasta la actual carrera de 20 de julio.
Se puede observar entonces que las relaciones de Barranquilla con el río Magdalena fueron a través de los caños y ciénagas y, cuando pudieron ser intervenidos y eliminados, se hizo la operación con toda la asepsia posible y sin ningún aparente resquemor ciudadano sobre la suerte de estas corrientes de agua.
De izquierda a derecha, descarga de barcos de vapor en el Muelle Nacional, en la Intendencia Fluvial. Aspecto del mercado de granos y el Puerto Real. Mercado público construido sobre un terraplen.
LAS ORILLAS DEL RÍO
La Vía 40, que corre paralela al río, se construyó sobre el trazado de la línea férrea que pasaba por Veranillo, la hacienda Las Flores (actual barrio del mismo nombre), Guaimaral, hasta desembocar en Sabanilla, según la sucinta descripción que hizo Domingo Malabet de los territorios en donde se encontraba asentada Barranquilla en un informe suyo al Concejo Municipal en 1876.
Lo curioso es que excepto el área de Siape (antiguo corregimiento) y Las Flores, no hubo otros proyectos de habitabilidad al lado del río. Lo que sí montaron en esa vía fueron fábricas, bodegas y astilleros que encontraban en esa ubicación una vía de acceso expedito al puerto. Es la famosa “pared” que mencionan como fundamento para indicar el extrañamiento del río con la ciudad.
Más allá de los caños, las islas colindantes con el Magdalena tuvieron el mismo destino comercial, acentuado con la construcción del puerto marítimo en 1936 tras la apertura de Bocas de Cenizas, con algunas fincas que sobrevivían en los terrenos anegadizos pero sin una proyección urbana de Barranquilla hacía el río. Por el contrario, la tendencia era alejarse prudentemente de los avatares de su corriente, de los mosquitos, dejándolo para actividades relacionadas con el tráfico comercial a través de los puertos: Muelle Nacional –actual barrio Barlovento–, en el caño de las Compañías; Puerto Real, de embarcaciones menores en el caño de La Ahuyama, y el terminal marítimo para grandes embarcaciones internacionales.
Todos los intentos de construcción de barrios y urbanizaciones se plantearon en dirección a las lomas, no al río. Así empezó a finales del siglo XIX el barrio Las Quintas. Una propaganda del barrio Las Delicias en 1910 era explícita en tal sentido, pues decía tener una temperatura 5 grados menor que el resto de la ciudad y que, en días despejados, podría observarse desde allí la imponente Sierra Nevada de Santa Marta. Igual sucedió con el barrio El Prado con sus mansiones señoriales que representaban un nuevo concepto de hábitat para la élite de la ciudad, alejada totalmente del río. Algunos barrios se acercaron al Magdalena, como el Paraíso, donde se encontraba el famoso Castillo de Rondón con sus hortalizas, San Francisco, Modelo y La Concepción, pero manteniendo prudente distancia a través del corredor de la Vía 40.
Intento de barrio a orillas del río fue el descrito por Emma Blanco, propietaria del cabaret La Gardenia Azul. En una entrevista concedida en el año 2002, recordaba su niñez en una humilde barriada ubicada cerca de la desembocadura de Caño Arriba, justo donde quedaba la estación de tanques de la Tropical Oil Company.
MIRANDO AL RÍO
Si bien no hubo tal actitud barranquillera de vivir de espaldas al río Magdalena, por lo menos la promoción de la dichosa formula sacramental sirvió para sustentar, eso sí, una nueva visión histórica sobre sus relaciones, replanteando esquemas urbanos obsoletos tales como el privilegio industrial sobre el usufructo de la ribera del río – problema ampliamente planteado en ensayos y análisis sobre su perdido dinamismo–; el desmonte de astilleros; el cierre de plantas como la de Peldar, en donde se construyó el centro de convenciones Puerta de Oro y en general, desmantelar la absurda pretensión que esas eran las únicas funciones que le podía otorgar Barranquilla al Magdalena y el territorio de su ribera.
Se combina lo anterior con la entronización de modelos de actuación urbanística basados en el uso turístico y recreativo, siguiendo el exitoso ejemplo de otras ciudades, combinándolo con un agresivo plan constructivo de edificios para viviendas, oficinas e instituciones, parques, malecones, centros comerciales, avenidas y espacio público bajo un nuevo componente: el encuentro de la ciudad con el río Magdalena sin la intermediación de lagunas, ciénagas y caños.
Una propuesta que es, en el fondo, una reformulación territorial de Barranquilla. El asumir, esta vez sin subterfugios, la condición de ribereños viviendo sin temores al lado del Magdalena por primera vez en su historia.
Adlai Stevenson Samper
sumario:
El transito hacia nuevos enfoques públicos en la forma en que Barranquilla se apropia y convive con el río Magdalena, motivan esta revisión histórica del pasado de la relación de la ciudad con la principal arteria fluvial de Colombia.
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