Martes, Enero 10, 2017 - 13:15
Entre los pitos y cohetes que anunciaban el año nuevo y mientras comía las doce uvas rituales y trataba en vano de componer las gafas dañadas, supe que la lectura de los libros que aparté de nuestros escritores caribes sería más lenta. Algo que me parece terrible es que nadie se ocupe de comentarlos. Lo digo con propiedad, pues yo lo he sufrido en algunas de mis obras.
Las novelas El umbral de fuego, de Márceles Daconte; Brújula de los deseos, de Adriana Rosas; Armero, un luto permanente, de Luz García y Grotescas criaturas dentro de ti, de Amaury Díaz, son buenas obras que aguardan un buen estudio sobre ellas. A la caza del chico espantapájaros, de John Better, está siendo muy comentada, y La muerte del obrero, de Paul Brito, es una de las obras candidatizadas a mejor libro del año anterior.
Cuando supe la noticia que Lluvia y otros cuentos, del autor inglés Somerset Maugham había sido reeditado, mi corazón saltó de gozo. Tengo la edición de 1944 con el sello de la librería Mundo y le pedí a un poeta amigo me leyera el cuento del título de nuevo. Una obra maestra.
Este autor, muy famoso en algún momento, había caído en el olvido. “Soy un escritor de primera entre los de segunda”, fue una frase que él mismo dijo para definirse. En sus años gloriosos las editoriales vendieron muy bien sus novelas y muchas de ellas fueron llevadas al cine.
¿Y por qué hablo de él? Porque en algún momento de la vida, la lectura de un libro puede ser decisiva. En mi juventud me leí Servidumbre Humana. Las aventuras y desventuras del protagonista y su salida al final me animaron en un momento negro. No pienso releérmela, pues ya “no somos los mismos”. Después he visto varias películas basadas en esa novela, la mejor, me pareció, fue Cautivo del deseo (1934) con Bette Davis, un film de ayer no más.
La nostalgia del coronel, de Rafael Darío Jiménez, leída y oída a ratos en estos últimos días antes de la llegada de los Reyes magos, es una novela biográfica sobre el coronel Márquez, el abuelo de Gabriel García Márquez. Proporciona buenos datos, y no tantos sobre el nieto sino sobre el entorno del coronel. Leyéndola, con atención y como un viejo samario, me pareció estar oyendo de nuevo algunas conversaciones de viejos en el camellón, o en la sobremesa de algunas casas, o en corrillos de esquina en Santa Marta. Algunos capítulos nos cuentan hechos ciertos de la historia menuda y picaresca. Cuando el autor imita a García Marquez no es tan bueno. El coronel era un zorro político y se acercó al poder local con frecuencia. Por eso en el libro se encuentran muchas historias que corrían por la ciudad de esos años, la mayoría de las veces agrandándolas o deformándolas. Siempre me he preguntado sobre los billetes que se quemaban bailando en las parrandas, ¿de qué denominación serían? Aunque un peso en esa época era
bastante. Recuerdo haber oído a un nieto del coronel, de apellido Valdeblanquez, tocar el serrucho en la casa de una vecina y profesora de piano. También un tenor de apellido Messié (o algo así) cantaba “Amapola” con una profusión de gallos. Los nietos del general circulan a lo largo del libro. El contrabando de billetes falsos hecho por algunos de los prohombres de entonces, fue una de las historias que oí multitud de veces y con muchas variaciones. El dato de que el coronel usaba liqui - liqui para las grandes ocasiones, que el amigo con que jugaba ajedrez se suicidó y no quisieron darle sepultura religiosa, o que al abuelo le gustaban los caramelos con figuritas –de ahí su inmenso abdomen– nos dan pistas sobre la influencia infantil en los escritos de nuestro Nobel en literatura. Un libro de grata lectura, de la colección Zenócrate editores, y que hay que esperar tenga una mejor distribución.
Ramón Illán Bacca
Imagen: