Quantcast
Channel: Revistas - Latitud
Viewing all articles
Browse latest Browse all 761

Antonio Silvera, un poeta andariego en Barranquilla

$
0
0
Domingo, Abril 9, 2017 - 13:20
Leí con placer el último libro de Antonio Silvera Arenas, Bocas de ceniza y otros poemas, lanzado por la editorial bogotana Ícono en octubre de 2016, ilustrado con una pintura de Adela Renowitzky de Dugand, llamada ‘Esperando a mi amor’, una mujer rubia en una ventana.
 
Ramón Illán Bacca nos lo hizo descubrir en la revista Latitud de EL HERALDO hace algunos meses, y al encontrarlo en la Librería Nacional de El Prado lo compré alegre y comencé a leerlo, entusiasmado porque veía a nuestra ciudad desde Bocas de Ceniza, en un muy alto estilo. 
 
Continuo desasosiego
que presto la calma ofreces,
torvo mar,
toma de este humilde lego,
a quien das, y no merece,
un hogar,
las palabras pasajeras
que de muchas bocas salen
de ceniza:
son escuetas y sinceras,
tásalas, y si así valen,
no hagas triza
 
¿Qué clase de rimas son estas?, le preguntaría a Silvera cuando lo entrevistara. El poeta le pide al mar que le deje cantar a la «Barranquilla y su ufano tajamar». Su visión de una ciudad antigua, algún día fue la puerta del progreso, con buques de largas singladuras/ que atracaban en Puerto Colombia, será citada ahora al lado de Musa del trópico, de José Félix Fuenmayor, y de Fervor de Buenos Aires, de Borges.
 
Este poema del río con el mar y la ciudad te ofrece una visión panorámica, sus versos suenan como cantos de homenaje a José Barros, Homero, Meira Delmar, Sor Juana Inés de la Cruz, Cervantes, Rimbaud, César Vallejo, Góngora, Jorge Manrique, Baudelaire, Rilke. Rubén Darío y Derek Walcott, también pensé.
 
Silvera Arenas es un estudioso de la literatura. Es profesor en las universidades del Atlántico y Simón Bolívar, y también en el Instituto Experimental. Dirige el Taller de escritura José Félix Fuenmayor. 
 
Nos encontramos un sábado a mediodía en el Portal del Prado, tomamos café… me habló de su oficio de poeta en Barranquilla, yo tenía por ahí agazapado el título pensando en García Lorca y su Poeta en Nueva York.
 
Antonio, es una gran novedad leer en Barranquilla a un poeta que le canta a su historia, al río, al mar y a Bocas de Ceniza. ¿Cómo surgió este deseo?
 
Yo creo que a todos los escritores les llama la atención la ciudad donde nacieron. Nuestra ciudad no ha tenido esa tradición de ser nombrada en la literatura, o es algo reciente. Bueno, Barranquilla también es reciente. Por un lado está eso, preguntarse por su lugar de origen. Me fui de Barranquilla a estudiar a Bogotá cuando tenía 17 años. Empecé Derecho en el Externado, estudié juicioso los dos primeros años, me gustaba mucho leer en la biblioteca, sobre todo poesía, ya escribía, y a veces iba a la Nacional a escuchar las clases de Harold Alvarado Tenorio. Al comenzar el tercer año me retiré, dije adiós al tiempo de los abogados y me entregué a estudiar literatura en la Universidad Nacional. Regresé a Barranquilla en el 99, casi cinco años después de haber terminado la carrera, e hice la maestría aquí. Fue algo importante regresar, era sensible al habla, al lenguaje, a las cosas, a las costumbres de la gente de acá, ahí empieza la idea de escribir el texto de Bocas de Ceniza.
 
Sabemos que eres un gran admirador de la obra de José Félix Fuenmayor, sobre la cual has escrito ensayos académicos. El taller literario que diriges lleva su nombre… ¿te inspiró en algo para tu libro?
 
Sí, me estimuló mucho conocer la obra de José Félix Fuenmayor, un autor muy importante, pero con quien se ha sido injusto, hasta el mismo García Márquez olvidó mencionarlo en Cien años de soledad. Leyéndolo vi que se podía hablar de Barranquilla. Él tiene, por ejemplo, ese cuento-poema “El último canto de Juan”, un gran elogio a la ciudad, precisamente una de las lecciones que él nos da en su obra. Hice mis monografías de especialización y maestría sobre sus cuatro libros, entre ellos Musa del trópico, su poemario. Todo eso se conjugó para que me lanzara a escribir este libro, quería ubicarme en el país, pensaba en todo lo que ha sido el río Magdalena para nosotros. Sin embargo ha habido ingratitud, empezando por Barranquilla, ahora se está haciendo conciencia sobre la importancia del Río.
 
Me recordaste a Borges escribiendo poemas a la fundación de Buenos Aires.
 
Me gusta que lo menciones, tengo incluso un epígrafe de él, de “La noche que en el sur lo velaron”. Es un autor que me gusta muchísimo, lo releo y en el taller siempre lo menciono, es inevitable, me gusta más como cuentista, pero como poeta también él tiene su intensidad, su emotividad, aunque digan que es sabio, frío, objetivo. Menciono también a César Vallejo, su poesía me parece muy importante. En comparación, suelta más que Borges, quien ni siquiera al comienzo suelta mucho, cuando estaba en la vanguardia y escribió Fervor de Buenos Aires. Después retocó esos poemas de juventud, él buscaba el ángel de Buenos Aires en sus primeros poemarios.
 
¿Qué clase de rimas son las de ‘Bocas de Ceniza’? Harold Alvarado Tenorio y Ariel Castillo destacan tu familiaridad con la poesía del Siglo de Oro.
 
Son las llamadas coplas de pie quebrado, como las usa Jorge Manrique en su maravilloso poema “Coplas a la muerte del padre”. A veces yo dudaba si era adecuado el uso de esas referencias, traté de jugar con esa tradición poética española, hay un soneto. En los subtítulos de Bocas de Ceniza también encuentras guiños a Sor Juana, “El primero sueño”, y a Góngora y sus “Soledades”.
 
En uno de tus poemas evocas a Rimbaud: «También pronto, como él, tuve yo mi temporada del infierno (…) descubrí la injusticia, la perfidia en lo real, tanto así/ que buscando sin pericia, en los libros lo ideal, me perdí». Pero como Baudelaire, que hacía poemas con lo que veía en las calles de París, tú andas por Barranquilla y le escribes poemas a los que duermen en las aceras, hablas del carnaval, de los muchachos que se bañan con los aguaceros, de los borrachos en las tiendas… de los indígenas y de la Sierra Nevada, que se ve a lo lejos… a veces.
 
La ciudad, un jaguar
tendido en la llanura
que se seca en los últimos destellos del sol
en el agite del viernes, cada vez más sonoro
en los altoparlantes, bajo los tejados y los árboles
que aún gotean, 
refulgen sus trajes blancos, nítidos (…)
Han bajado apenas ayer
de la sagrada Sierra, pero ya son como ella
ante nosotros:
solo un fantasma,
una lejana melancolía que, en épocas de lluvia,
A veces nos vela el horizonte.
 
Tus estudios en la Universidad Nacional te marcaron, te formaron para ser el escritor que eres. ¿Siempre quisiste ser poeta?
 
Me ayudó mucho estudiar, sí. Tuve grandes profesores, como María Teresa Cristina, especialista en Jorge Isaacs, ella es de origen italiano, daba un seminario sobre el Decamerón, de Bocaccio. También fui alumno de David Jiménez, especialista en teoría de la novela, además es poeta, me enseñó a ver la literatura de otra forma. En la facultad decían que esos estudios no eran para formar escritores sino críticos literarios, pero muchos compañeros querían escribir y lo hicieron, por ejemplo Luis Noriega, ganador del Premio hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez, egresado de la primera promoción. También Nahum Montt, autor de Hermanos de tinta, una novela sobre Cervantes –él inventa un encuentro entre Cervantes y Shakespeare–, y Miguel Ángel Manrique, premio nacional de novela. También se han destacado autores como John Galán Casanova, Octavio García y Selnich Vivas.
 
Sé de tu admiración por Meira Delmar… 
 
Hice una reseña en el Boletín bibliográfico, del Banco de la República, sobre la compilación de su poesía que publicó la Universidad del Norte. Sentí que tenía una deuda con ella. De joven uno tiende a desdeñar a los escritores mayores. Esa ignorancia lo lleva a creer que uno sabe, y no sabe nada, su obra es muy importante. 
Julio Olaciregui
sumario: 
Una entrevista, en clave de arqueología literaria y personal, al autor de ‘Bocas de ceniza y otros poemas’.
No

Viewing all articles
Browse latest Browse all 761

Trending Articles