Debo confesar que es la primera vez que leo un libro de Laura Restrepo. Se trata de Pecado, un texto prosaico constituido por varios relatos en torno a dos elementos: el primero de ellos ‹El jardín de las delicias›, de Hieronymus Bosch; el segundo, la idea del pecado como sinónimo del mal. Ante tan universales fenómenos se podría decir que una creación surgida de este cáliz exuberante de posibilidades tiene que ser implacable ante la mirada inocente del lector, pero vaya sopor desagradable comienza a exhalar el libro mientras recorremos sus caminos empantanados. Comencemos entonces, como es natural, en orden.
Para comprender la iniciativa de la escritora al elegir un tríptico tan afamado en la historia de la cultura —y parece ser que estamos en el momento de los trípticos en nuestra literatura colombiana—, debemos dirigir la mirada a Felipe II de España, rey católico apodado ‹el Prudente›, que en un monasterio de Madrid llamado ‹El Escorial› yace postrado en su lecho observando ‹El Jardín›. Es el fin de las riquezas renacentistas y el comienzo turbulento del Barroco, sin embargo Felipe se halla inmutable en otro tiempo, en uno original que anticipa al Surrealismo y al Simbolismo, en uno donde todos los estilos se derriten y solidifican en cada detalle. Este punto cero de la creación es el trasegar dantesco, la dimensión flamenca del Bosco. Pero, un momento, toda esta evocación no es real, está en la mente de un espectador convencido de que observa el cuadro en un museo y dice, absurdamente, sentirse como en Games of Thrones. De inmediato, y sin posibilidad de acondicionamiento, somos arrojados a un plano temporal contemporáneo, donde el viejo Monasterio construido por Felipe se hace apenas un espejismo. La estrategia narrativa de Laura Restrepo busca desdoblar la confusión de la pintura en dilemas morales padecidos por hombres y mujeres de nuestro siglo. El concepto que justifica dicha hazaña, aparece pronunciado por la voz de un narrador-dios que es capaz de lanzar un juicio atinado ante el misterio: «Quien violó será violado, quien torturó será torturado, quien ignoró será ignorado, quien mató será mil veces asesinado. […] El castigo es la otra cara del pecado; su reproducción exacta pero invertida».
El libro contiene ocho relatos y uno de ellos está divido en dos, dando apertura y cierre al libro. Quisiera referir dos de ellos para dar un panorama al lector sobre lo que puede encontrar en dicha obra. El primero cuenta la historia de tres mujeres del interior que viajan a vacacionar con su madre a un paraíso tropical en el Pacífico. El ambiente rodeado por guerrillas, paramilitarismo y narcotráfico acoge a las Susanas en un pueblo llamado San Tarsicio, donde la mayoría de sus habitantes son negros pescadores y bailadores de champeta. La mirada de la costa que aparece aquí hace recordar la relación amo-esclavo con el lugar común de la dueña rica enamorada del empleado pobre. Las voces que por momentos nos van narrando la historia son de las señoras que antaño cocinaban y hacían el servicio cada vez que las Susanas llegaban a descansar. El pecado de la lujuria aquí se concreta para luego ser juzgado por el chismorreo del pueblo. En este punto ‹El jardín de las delicias› es nombrado como objeto de investigación de Irina, una de las tres hermanas.
El segundo en la dimensión de Purgatorio, trata sobre Angelito, un pequeño hampón de barrio en una de las Comunas de la ciudad, se dedica al asesinato remunerado y —detalle un poco cómico— lo acompaña una perrita llamada Luna. Es gracioso hacerse a la imagen de un sicario que luego de la acción llega a divisar el horizonte y a mimar a su mascota. En este caso el pecado aparece mediado por la relación con su madre y sus hermanos en un contexto social donde todos pueden ser conducidos al Infierno. El elemento del Bosco en este relato aparece como detalle un poco forzado: el nombre de los dos barrios donde se mueve la historia es El Jardín y Las Delicias, mención esta que puede dejar un poco incómodo al lector al encontrarse con semejante sagacidad.
Así como en estos relatos, en los otros usted podrá encontrar especímenes mórbidos, desde la adolescente incestuosa hasta el clásico empresario exitoso pero infiel. Aun así tenga cuidado, a pesar de la variedad, los personajes de Pecado son apenas monicongos de madera siendo manejados por un titiritero manco. Si el Bosco viviera para ver el pecado de esta copia preferiría guardar silencio en el enloquecido Infierno de su tríptico. Restrepo no logra con mucho convencimiento la imparcialidad moral propia de los naturalistas franceses y mucho menos la compleja exploración humana de los rusos. Por último, y en cuanto a la forma, tal vez haya hecho falta demorarse un poco más en los trazos, escoger con cuidado los colores y no olvidar que el pecado real es una mentira mal contada.