El lector común, lego en literatura, al observar la palabra jitanjáfora fuera de contexto quizá piense que es un término propio del lenguaje de la bacanería. O acaso estime que se trata de un nuevo baile, sensual, erótico, con ascendencia antillana.
¿Qué es entonces la jitanjáfora? Es una composición poética que apunta hacia las emociones, la fantasía, jamás a la razón. Se fundamenta en la sonoridad de las palabras, en el libre juego de los vocablos sin otorgarle mayor trascendencia a la forma y mucho menos al contenido. Algunos analistas la denominan «la simple acrobacia de palabras y sonidos».
La jitanjáfora no es creación de nuevo cuño, ella surge en la poesía popular del siglo XV. Después, ya en la segunda mitad del siglo XVI, fulge engalanada por aedas clásicos de la talla de Félix Lope de Vega, el ‘Fénix de los ingenios’, según el afortunado criterio de Miguel de Cervantes; también en los versos de Sor Juana Inés de la Cruz y del genial Francisco de Quevedo.
En la segunda mitad del siglo XVII se halla en la obra de Luis de Góngora y Argote, el célebre autor de Soledades, y la Fábula de Polifemo y Galatea. Bardo precursor del gongorismo o culteranismo, corriente poética que se inserta en la denominada literatura barroca, caracterizada por los excesos en el empleo de los adjetivos. Como igual sucedía con otras expresiones culturales, tal la arquitectura, vestimenta, escultura y pintura. Se afirma que el barroco llegó a ser un estilo de vida durante los siglos XVII y XVIII.
En aquel contexto recargado de adornos también llega la jitanjáfora a las letras hispanoamericanas, para recibir un nuevo aliento, especialmente en Cuba. Aquí, en la primera mitad del siglo XX, se destaca la creación poética de Nicolás Guillén y Mariano Brull. Aunque estas composiciones existían desde el siglo XV, es de subrayar que la palabra jitanjáfora solo aparece en 1929 acuñada por Alfonso Reyes, el gran bardo, narrador y ensayista mexicano, llamado ‘el regiomontano universal’, quien la toma del poema “Leyenda”, de Mariano Brull. Observemos el primer cuarteto:
Filiflama alabe cundre
ala alaúnea alífera
alveolea jitanjáfora
liris salumba salífera.
Anota Reyes que las hijas de Brull solían declamar poemas ante los invitados de su progenitor. Para sorprender al grupo, donde se encontraba Reyes, el vate cubano escribió el precitado poema e invitó a sus hijas para que lo declamaran. En su obra La experiencia literaria, el ensayista mexicano anota: «Escogiendo la palabra más fragante de aquel racimo, di en llamar las jitanjáforas a las niñas de Mariano Brull. Y ahora se me ocurre extender el término a todo este género de poemas o fórmula verbal».
Mariano Brull figura entre los líricos más representativos de Cuba, durante la primera mitad del siglo XX. Entonces predominaban los poetas que recreaban la problemática social de la Isla, o las manifestaciones espirituales y materiales de su cultura popular, marcada por una vigorosa influencia afrodescendiente. Brull es autor de cinco poemarios, entre otros: La casa del silencio, Poemas en menguante, Canto redondo y Solo de rosa.
En Colombia, el escritor y político José Manuel Marroquín cultivó la jitanjáfora con acierto y gracia. En su rol de escritor, produjo un Tratado de ortología y ortografía de la lengua castellana, muy reconocido en Hispanoamérica; valiosos estudios filosóficos, biográficos y numerosas poesías de carácter festivo, entre ellas “La perrilla”. Pero fue en el campo de la narrativa donde gesta su obra cumbre, la novela El Moro, de indudable valor literario. Mientras en el poema “Serenata”, en el género de la jitanjáfora, presenta una clara muestra de genialidad y gracia. Apreciemos los versos de culminación:
Tus estrellas son dos ojas,
tus rosas son como labias,
tus perlas son como dientas,
tu palme como una talla,
tu cisne como el de un cuello,
un garganto tu alabastra,
tus tornos hechos a brazo,
tu reinar como el de un anda.
En el Caribe colombiano, Gregorio Castañeda Aragón, natural de Santa Marta, es padre de una obra fecunda que dio generosos frutos en los más variados campos del saber. En la narrativa publicó Zamora, y Náufrago de la tierra, novelas que solo trascendieron en el ámbito regional. En Papeles de la huelga y en García de Toledo o el hidalgo de la revolución transita con relativo éxito por los terrenos de la historia
En extensos trabajos como Geografía tunéstica del Magdalena, Pueblos de allá y El Magdalena hoy revela amplios conocimientos en el área de la geografía, aunque las estrategias metodológicas y los recursos investigativos no son los mejores. En Recortes de vida, Nuevos recortes de vida y Lápices de café recoge buena parte de su copiosa producción periodística, que antes vio luz en periódicos y revistas del país y el exterior.
Pero fue en el ámbito de la poesía, sin lugar a dudas, donde su musa alcanza signos y contenidos superiores. Son en total ocho poemarios engalanados con las fibras más sensibles del idioma: Máscaras de bronce, Campanas de gloria, Rincones de mar, Faro, Orquesta negra, Canciones del litoral, Islas flotantes y Mástiles al sol. Allí el bardo, en permanente éxtasis creativo, derrama todo su lirismo por veredas poco trilladas, donde el mar es el elemento sustancial.
En Islas flotantes, Castañeda Aragón esparce todo el ergon y la inspiración del viajero infatigable. Aquí despunta, entre otros, el “Poema afro-vocal”. Rítmico, sonoro, sensual, pleno de sugerencias ambientales y connotaciones afectivas. Creación que se posiciona en el género de la jitanjáfora, donde la esencia del poema despunta en la propia consonancia de las palabras. Observemos las dos primeras quintillas.
Por islas de Sotavento
un avión zumba en el viento.
Marino viento que zumba
en el tambor de la rumba
por islas de Sotavento.
La palmera afromarina
negra, verde, seca, fina,
como se retuerce y comba
en un aire de zambomba
la palmera afromarina.
Por su parte, Rafael Alberti, el universal escritor gaditano, miembro de la relevante Generación del 27, también incursionó en el campo de la poesía, incluida la jitanjáfora. Valoremos sus versos en el poema “Renoir”:
Vibra, zumba la vida
y es un abejorreo de cigarras
en tu agreste pupila estremecida.
El céfiro cobalto clarinea,
el cabello azulea,
nacarea la piel y se platea
de un polvo nítido el paisaje.
Se amorata el follaje
y en la sombra verdea fresco el lila.
Pero es la rosa quien mejor titila
al desnudarse evaporando en rosa.
En nuestros días la jitanjáfora despunta entre las figuras retóricas. Allí la fulge una renovada estética y el contenido del poema pierde significación, dado que la mayoría de las palabras son inventadas o reinventadas, y el bardo suele jugar con la sintaxis. Esta creación exalta los valores fónicos, la armonía de las palabras y el libre albedrío de los vates para crear y recrear situaciones al ritmo de sus impulsos más íntimos.
Tomás Rodríguez Rojas: Miembro Correspondiente de la Academia Hispanoamericana de Letras y Ciencias