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Alejandra Pizarnik y la poesía como refugio

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Domingo, Octubre 1, 2017 - 00:00

Al leer la desgarradora poesía de Alejandra Pizarnik, poeta argentina nacida en 1936, filósofa y traductora o ‹niña densa de música ancestral›, como me gusta pensar que ella hubiera preferido ser recordada, se hace eco en mí una pregunta cuya respuesta he querido encontrar ahora con más insistencia que nunca y que regresa a mí cada vez que de manera accidental me sucede la poesía. Me animo a decir también, que con el paso del tiempo me he dado cuenta de que, realmente, no han sido tantas las preguntas que me han encontrado cuando me ha sucedido la poesía. A decir verdad, todas encierran una única pregunta. Como Alejandra, he descubierto también que todas, de alguna manera o de otra, encuentran su origen en ese tiempo profundo y precioso que es la infancia. Pero ‹infancia› es una palabra muy fea, o si no fea –y espero que se me pueda permitir el juicio estético–, al menos engañosa. Infancia viene del latín infans, que significa «el que no habla». Esto quiere decir que infancia equivale a la «incapacidad de hablar». Y en efecto, la infancia es el periodo en el que un niño o una niña permanecen en casa al cuidado de su familia, que será la responsable de protegerle y enseñarle, además de hábitos elementales, a valerse por sí mismo, a protegerse. Aún más importante, la infantia es el tiempo en el que aprendemos a hablar a partir de la imitación. ¿Es entonces la palabra un escudo para protegernos del mundo?

Sin embargo, de alguna forma u otra, el resultado en muchos casos, si no en todos, es que una vez aprendemos a valernos por nosotros mismos, una vez que aprendemos a hablar, una vez que nos vamos alejando de esa infantia, nos sentimos irremediablemente expuestos a una sensación de pérdida: ¿Qué es lo que hemos perdido entonces y volvemos a buscar en la infancia? ¿Cómo volver a aquello que ni las palabras mismas pueden devolvernos? ¿Pudo Pizarnik encontrar en las palabras ese lugar donde volver a ser?

Una de las imágenes que se reiteran con mucha insistencia en su poesía se corresponde con la de una niña que le canta todo el tiempo a la pérdida de ese paraíso de la niñez y que parece encontrar el camino de regreso a él en el ejercicio de la poesía. Otra es la figura de la muerte que, ya desde su más temprana juventud, también se convertiría en un rasgo de su escritura, y en cierta forma en el signo de su vida.

¿Sería la palabra ese lugar seguro para Pizarnik? ¿Vivir dentro de la poesía, en el encuentro con ella, le permitiría llegar a ser lo que se es? Me quedo con «Origen», ese poema de su libro Las aventuras perdidas, en donde, creo, Pizarnik nos habla de la palabra como fenómeno que en vez de integrar nos conduce al fragmento. Es desde esta dualidad del lenguaje, en la materialidad de la palabra como obstáculo poético, pero a su vez como puente para llegar a ser lo que se es, desde la que nos habla aquí:

Origen

La luz es demasiado grande
para mi infancia.
Pero ¿quién me dará la respuesta jamás usada?
Alguna palabra que me ampare del viento,
alguna verdad pequeña en que sentarme
y desde la cual vivirme,
alguna frase solamente mía
que yo abrace cada noche,
en la que me reconozca,
en la que me exista.
Pero no. Mi infancia
sólo comprende al viento feroz
que me aventó al frío
cuando campanas muertas
me anunciaron.
Sólo una melodía vieja,
algo con niños de oro, con alas de piel verde,
caliente, sabio como el mar,
que tirita desde mi sangre,
que renueva mi cansancio de otras edades.
Sólo la decisión de ser dios hasta en el llanto.

A pesar de que los primeros versos de este poema encierran la duda, podemos leer aquí a una Alejandra que todavía no ha perdido las esperanzas en un rescate a través de la poesía al decirnos «alguna frase solamente mía (…) en la que me reconozca, en la que me exista». ¿Qué motiva la búsqueda de un refugio en ella? El deseo de ocultarse en el lenguaje para encontrarse. Como su obra, su vida fue la de una lucha por mantener la integridad del refugio, por «comprender al viento feroz», ya que a merced de este está el poema.
Su poesía podrá ser entendida por muchos como una poesía muy trágica, una poesía de la destrucción. Yo creo que, como los niños cuando se dan al juego y al mundo, Pizarnik quiere volver a ese estado floreciente del ser en el que somos más capaces que nunca de crear significantes a partir de nuestro encuentro con las cosas, de ser ‹dios hasta en el llanto›, de afirmar la vida. No podría pensar de otra manera frente a la figura de una mujer que no hizo otra cosa que buscarse, incansablemente, en la melodía de un lenguaje poético autónomo.

Otros poemas de Alejandra Pizarnik

Tiempo

Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.

Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado.

El despertar

a León Ostrov
​Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos
Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.

Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada

Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue

¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde

Señor
Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo 

Estefanía Calderón
sumario: 
A 45 años de la muerte de la poeta argentina, se hace un análisis de la relación de su escritura y la infancia.
No

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