Clik here to view.

Hay algo en los árboles, en los pájaros, en la gente. Hay algo indeterminado en ciertos sitios oscuros e inhóspitos. Hay algo en las áreas abiertas, sin que día u hora importen. «¡Hay algo en la niebla!… ¡algo en la niebla se llevó a John Lee!», clama Dan Miller, huyendo de lo inexplicable al inicio de La Niebla (The Mist, 2007) de Frank Darabont, inspirada en la novela corta del célebre Stephen King. Y Melanie Daniels también escapa, pero de Los pájaros (The Birds, 1963) de Hitchcock, consumados en pantalla tras alzar vuelo en las páginas de la no menos gloriosa Daphne Du Maurier; y MacReady hace lo propio en La cosa (The Thing, 1982) de John Carpenter, como Ben Hanscom y su cofradía infantil deben lograrlo en Eso (It, 1990 y 2017). Todos esperan sobrevivir; ese es el único propósito ante la ruptura de su orden vital. Deben pagar el precio de la irrupción de lo ‹imaginario› en los relatos que habitan. En el género Fantástico, la aventura comienza donde la tranquilidad termina, y como espectadores somos cómplices de la tortura. Ello aplica en la literatura para Poe y para Stevenson, como en el cine para Cronenberg y para Scott. El gato negro (1843), El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde (1887), eXistenZ (1999) y Alien (1979) son ejemplos en papel y fotogramas.
No obstante, si acaso los personajes salen bien librados, es el público quien carece de escapatoria porque asistir al cine demanda una actitud fantástica de contemplación. El movimiento es solo una ilusión óptica y la sala oscura contribuye a estimular el ensueño. Somos conscientes de la representación, pero fraguamos un pacto con la proyección. En secreto desconocemos toda suerte de principios y apego a las leyes ordinarias para brincar del susto, emitir alaridos y gritarle inoficiosas advertencias a Laurie, la niñera de espaldas a Michael Myers en Halloween (1978). Omitimos la básica recordación de «es solo una película» para escoltar la campaña de César a lo largo de una trilogía, como si La guerra del planeta de los simios (2017) pudiese librarnos de la amarga cordura posmoderna.
Preferimos Drácula a Romeo y Julieta, tal vez por la oportunidad de revancha en el amor, o por la mezcla de sangre y vida eterna que hincha la yugular shakesperiana. Y vamos de Browning (La marca del vampiro, 1935) a Coppola (Drácula, de Bram Stoker, 1992), haciendo el merecido alto en Roger Corman (La tiendecita de los horrores, 1960), con su habilidosa manera de reivindicar mitologías. Desfilan por su filmografía cientos de fantasmas, demonios, monstruos, poseídos, mujeres y hombres acorralados que hacen de la ‹Clase B› un buffet audiovisual exquisito para cinéfilos caníbales, ávidos de descomponer el gusto ecléctico e insípido que paladean la élite y sus hipócritas aspirantes al trono de hierro. James Cameron, heredero estético de Corman, es también su hipérbole desde que un Terminator (1984) persiguió a Sarah Connor hasta que Pandora se hizo hogar de los Na’vi en Avatar (2009), colorida metáfora en tres dimensiones de la épica Pocahontas.
Hablemos de Rod Serling y su Dimensión desconocida (The Twilight Zone, 1959 y 1985). Aquel capítulo de un ebrio empedernido sometido a una terapia extrema sin precedentes: la ingesta de un parásito que se alimenta del alcohol y que amenaza con reventarlo ante la negativa de su anfitrión a permanecer sobrio. O aquella mujer extraviada de noche en un centro comercial, cuyo amanecer la toparía convertida en una maniquí en vitrina. O la natural consecuencia de este fenómeno: Historias asombrosas (Amazing Stories, 1985), teleserie creada por Steven Spielberg que convocó a cineastas de la talla de Clint Eastwood, Martin Scorsese y Robert Zemeckis en episodios como ‹Vanessa en el jardín›, ‹Espejo, espejo› y ‹La cabeza de la clase›, respectivamente.
Image may be NSFW.
Clik here to view.
Diana, comandante suprema de ‹los visitantes›, se traga un roedor, como solo sus congéneres pueden hacerlo en V: La batalla final (1984), y Mulder y Scully aún enfrentan alianzas humano-extraterrestres a las puertas de un apocalipsis viral en los Expedientes X (The X-Files, 1993), cuya undécima temporada se estrena en 2018, tras una fallida anterior y otras nueve de culto consideradas, junto a Picos gemelos (Twin Peaks, 1990) de David Lynch, pilares fundacionales de la tercera edad dorada de la televisión norteamericana.
Hay algo en el bosque de El laberinto del fauno (2006) y en el árbol de Poltergeist (1982), como en los nevados de El páramo (2011) y en el apartamento de Vega en Al final del espectro (2006). Hay algo en la niebla que cubre a un pequeño pueblo de Maine, que ojalá nunca cerque nuestra rivera para sumirnos en pesadillas peores al hurto callejero, al microtráfico, al homicidio, la intolerancia y al delito campante de cuello blanco. Veo algo en la niebla y es el reflejo humano, deformado y amplificado mil veces por la fantasía espontánea de quienes a ojos cerrados se sinceran consigo mismos y con el mundo. Y duermen el sueño de sus propios ángeles y demonios.
Jefe de Prensa - Cinemateca del Caribe. Periodista, docente, formador de públicos.