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Hollywood, la industria del cine, ha logrado convertir el tema de los muertos vivientes en un fenómeno comercial, recaudando millones de dólares cada vez que se estrena una película de este tipo. Incluso, la temática ha conquistado la pantalla chica con feroz acogida, acaparando la atención de fieles seguidores. Mas sin embargo, como fenómeno en masa, nos vemos obligados a preguntarnos de forma sustancial: ¿Cuál es el origen y trasfondo de los zombis que tanto han inquietado la imaginación de escritores y productores de ciencia ficción?
Partiendo desde el punto de vista histórico, el fatídico comienzo del mito se remonta al Haití del siglo XVII y XVIII, cuando los esclavos africanos eran llevados allí por el imperio francés para trabajar hasta la muerte en las plantaciones de azúcar. Esta caracterización de aquellos pobres e indefensos seres humanos, que, en su agonía por sobrevivir, solo conseguían el látigo y su sangre derramada, forzándolos a trabajar hasta el agotamiento en un estado autómata y de consciencia obnubilada, aptos para obedecer cualquier orden. Desde entonces la noción de zombi ha formado parte de la comunidad haitiana. La creencia es que, a través de la magia o el veneno, un hechicero es capaz de hacer enfermar hasta la muerte a una persona que, a pesar de ser enterrado por la familia, logra revivirlo desde el vientre del Hades. Dicha persona queda sometida a la voluntad de quien le ha hecho regresar a la vida.
White Zombie, conocida también como La legión de los hombres sin alma, producida en el año 1932, es la primera película que trata el tema de los zombis, producida por los hermanos Halperin y con la majestuosa actuación de Bela Lugosi. El filme está inspirado en esa realidad esclavista haitiana. Más tarde, el gran cineasta George Romero, en 1968 erigió este tema de la ciencia ficción, con el film (Night of the Living Dead) pero ya desde una perspectiva seudocientífica: las radiaciones procedentes de un satélite provocan un fenómeno terrorífico; los muertos salen de sus tumbas y atacan a los hombres para alimentarse. Estos cadáveres ambulantes, famélicos de carne humana, en especial de cerebro, van devorando a cualquier ser humano que se le cruce en el camino. Años después aparecen películas que enfocan el origen a un virus de laboratorio que se esparce, matando y convirtiendo en zombis a millones de seres. Pero lo más catastrófico de este virus es que se contagia con cada mordida, como en una ecuación matemática, zombi produce más zombi, multiplicándose entre sí hasta tratar de invadir toda la tierra.
Sabemos que uno de los objetivos de la ciencia ficción es vaticinar el futuro y revelar la problemática del hombre en la sociedad. Este género literario, que más tarde amplió sus horizontes en el séptimo arte, plantea que la idea principal del zombi es la ausencia de la voluntad propia, el automatismo por devorar y consumir sin control. Mas sin embargo, si extrapolamos la temática de los muertos vivientes a la actualidad, podríamos encontrarnos con una sociedad que parece encaminarse de cierta forma a ese rumbo siniestro.
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La publicidad hoy en día está siendo apoyada en la psicología, con la única intención de repercutir e incrustarse como un virus zombi en la mente de todos de manera contundente. El consumo desmedido, la pérdida del autocontrol, las ansias de tener y poseer, el acto de devorarnos entre nosotros mismos. En palabras de Thomas Hobbes: «El hombre es lobo para el hombre; el hombre vive una guerra de todos contra todos». Un mundo donde cada cual sobrevive a costa del otro. Es como si la esclavitud hubiese cambiado de ropaje, para vestirse de consumismo. Desde el punto de vista filosófico esto plantea una problemática muy compleja: ¿estamos sumergidos en ese universo del consumo sin saber si actuamos con voluntad propia o se nos está programando la virtud de elegir? La televisión se ha convertido en el opio de los hogares, interrumpiendo a cada instante la verdadera comunicación familiar, emitiendo programas como los reality, donde el sufrimiento y las lágrimas en la pantalla es el placer que consume insaciablemente el televidente, a esto se le añaden los partidos de fútbol, que millones de personas devoran sin control, juntándose en manadas para matarse entre sí como bestias. Los teléfonos celulares impiden que el hombre ya no mire las estrellas como lo hacía el hombre antiguo, al contrario, ha invertido la dirección de la cabeza hacia la pantalla, acaparando la atención y el pensamiento del zombi moderno.
Pero una de las causas ‹zombísticas› más destructora y aniquiladora es la droga. Esta ha convertido a millones de seres humanos en mutantes, capaces de devorarse entre ellos mismos para poder disfrutar de su viaje infernal.
El objetivo principal de la droga es destruir el cerebro tal como lo hacen los zombis, destruir ese órgano especial del hombre con el que es capaz de razonar y revelarse contra un sistema establecido. Idiotizar a la masa en la psicodelia, asfixiarla en una fantasía inducida, para que esta no sea competente en analizar los problemas esenciales de la vida. La guerra que se fragua en cada rincón de la tierra por culpa de este virus químico y alucinante es descomunal, y muchos están dispuestos a perder la vida por ella; desde las drogas ilegales hasta las legales como los psicofármacos para calmar la ansiedad, la depresión y el estrés producido por este mundo que manipula a muchos hombres como marionetas sobre las olas del mar. Esta comunidad de hombres zombis que emerge sin control desde las altas y bajas esferas estratificadas, ¿podrían ser el futuro de la humanidad? El hombre de hoy es dócil y dependiente, satisfacer sus instintos básicos se ha vuelto la clave de su existencia a costa de su libertad y autonomía. En un futuro muy cercano, estaríamos hablando de una nueva especialidad de la mente: la ‹zombiatría›. Millones de seres humanos recurrirán al ‹zombiatra› para tratar de salir de ese estado autómata y aquiescente en el que se le ha programado socialmente. Mas sin embargo, la misma temática nos muestra una salida subliminal para acabar con el ‹zombismo›; se trata del cruel acto de disparar una bala en la cabeza de ese ser infernal. Siguiendo el orden lógico de la ficción, más allá de este punto esencial de la historia, podríamos pensar que la cura del ‹zombismo› real es ir directo a su cabeza, pero no con balas sino la de invadirle su cerebro con conocimiento, con una filosofía de vida que lo despierte de ese sonambulismo que la misma sociedad ha creado.
*Escritor, ensayista y realizador audiovisual.