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Esto debía ser una crítica, y terminó siendo una carta sin destinatario específico. Ni cuenta me di en dónde procuré el giro prohibido, o desconocí la señal de pare. Terminé tendido, las llantas girando, el parabrisas roto y la bocina imparable. Y, perdido el conocimiento, corrí como Belisario y me atreví a volar como Lila en un universo descubierto hace mucho, pero obnubilado por el desdén del día a día y sus obligaciones. Y pensé en ti, querida hija o hijo, todavía por nacer, imaginándote con la buena fortuna de contemplar a ambos personajes y proferir los mismos comentarios atinados, pícaros y ocurrentes que inundaron de gracia sendas exhibiciones del pasado Salón Internacional del Autor Audiovisual en la Cinemateca del Caribe. Deberías haber visto reír, brincar y gritar a tus pares, indiferentes al adulto que, en más de una ocasión, la hizo de alcahuete. Deberías conocer a Maritza, a Marcela y a Hernán, que acompañaron con diligencia a sus críos fantásticos, para deleite de chicos y grandes en este mundano plano de las cosas. Pero si algo no deberías, porque jamás te lo permitiría, es dejar de ver El libro de Lila (Marcela Rincón, 2017) y Belisario: el pequeño gran héroe del cosmos (Hernán Moyano, 2017). Eso sería prescindir de dos experiencias que, al relatarlas, harían el deleite de mis nietos, si aún para entonces osas conservar tu cándido desparpajo.
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No olvido la mía con La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984). Tampoco Maritza y Marcela Rincón, productora y directora de la película colombiana El libro de Lila. Ninguno puede borrar a aquel perro gigante cabalgado valerosamente por Bastian y Atreyu. Quien vea la película o lea a Michael Ende (1929-1995), autor de la novela, sencillamente está impedido. Ambas hermanas son benévolas víctimas de aquel vuelo glorioso. Igual, muchos niños colombianos ya lo están siendo de su Lila en pantallas nacionales. La nena queda, repentinamente, fuera de su mundo de papel. Y allí comienza la aventura. Ramón, el niño que años atrás solía leerla, y la ‹Guardiana de la selva› (con la voz de Leonor González Mina) son los únicos que pueden salvarla de la trampa que le tendió el ‹Señor del olvido›, un monstruo que acapara todo lo valioso en sus vidas obsolescentes. Porque, de desecho en desecho, dejamos atrás lo que somos, en pos de una humanidad, ‹supuestamente madura›, pero en verdad ingrata y huidiza: el adulto promedio, a fin de cuentas.
También niega que un fotograma es cuadrado. Hernán Moyano, productor y montajista de cine, vendrá desde La Plata y te dirá que lo comprobó proyectando en un domo a Belisario, su ‹pequeño gran héroe del cosmos›; un ratón animado que tributa al primer argentino de su especie en orbitar la tierra y situar a su país en la historia de la astronáutica mundial. Un roedor que desplazó a Ratatouille (Brad Bird, 2007) de mi lista de plagas de cocina preferenciales desde que me sometió a vagar por la circunferencia de aquella cúpula en el Planetario de Combarranquilla, cuestionando, de paso, el barroquismo de mis encuadres, la simetría de mis composiciones, la ergonomía de mi asiento, y el juicio ordinario de quien, como Elliot en E.T: El Extraterrestre (Spielberg, 1982), debería tener muy presente que el amor también habita más allá de las estrellas, tiene dedos luminosos, ojos saltones y eleva bicicletas a plena voluntad. Igual de poderoso, Belisario –como H.G. Wells– viaja en el tiempo e interviene en la cronología humana, lo que me lleva a afirmar que no habrá queso que se le resista en tu alacena. Moyano y su equipo de animadores así lo han predispuesto, haciendo de este episodio piloto un proyecto de ciencia, tecnología y entretenimiento que se lanza desde el cono sur con claras referencias a la fantasía, a la ciencia ficción, la música de John Williams y la aventura de Steven Spielberg.
De ese otro par de locos también sabrás, a su debido tiempo. Opto por no extenderme, pues la imaginación no es tan limitada como el espacio en página, y ese lo he dedicado a Lila, a Belisario, y a ti, que espero veas la luz entre libros y películas, arte y ciencia, entre todo aquello que elijas creer y seguir por amor y convicción, confiado de tu buen juicio. Mismo que anhelaré haber cimentado, convertido en el caballero Jedi que tus necesidades demanden, alejando hasta el puro límite el lado oscuro de la fuerza. Mientras, recuerda siempre a Ende cuando dijo que: «Todo lo que es grande, legendario y no cubierto por el esquema de ‹realismo› está prohibido. Si La odisea o Fausto hubieran sido escritas hoy, Homero y Goethe serían escritores infantiles. En verdad, el eterno femenino de Goethe no es otro que el niño eterno, la fuerza creativa que puede hacer que la gente joven comprenda lo antiguo y viceversa». Por eso, hijo o hija, crece, pero no envejezcas.
*Jefe de Prensa - Cinemateca del Caribe. Periodista, docente, formador de públicos.