El sábado 23 de abril llegué al mediodía a Corferias a visitar la feria del libro. Había un gentío. La multitud estaba furiosa porque no había entradas, los pocos policías se veían asustados, había unos empleados en una especie de patineta tratando de dar explicaciones, la lluvia venía, los ánimos se encendían.
¿Qué sucedía? –preguntaba. Alguien me explicó que un youtuber, una celebridad del mundo digital, estaba firmando su libro. Un joven chileno Germán Garmendia, con veintidós millones de seguidores, había sido programado para que firmara su libro # Chupa el perro a sus compradores. Era imposible entrar. Unos amigos escritores me llamaron para hacer una fila y me regalaron una invitación.
Al llegar frente al torniquete la empleada nos dijo con voz tonante: «Falta el sello». Alguno de los amigos respondió: «Somos escritores». Ella dijo un cortante «Son escritores, pero falta el sello, no entran».
Estaba en el mismo punto dando vueltas y llamando desde mi sencillo celular a la editorial independiente que iba a lanzar la reedición de mi novela Disfrázate como quieras. Al fin un ‘salvavidas’ me permitió entrar, había dado vueltas dos horas. No estaba furioso sino sorprendido por el fenómeno. En mis años de juventud posiblemente el gentío estaría alrededor de la nobel Svetlana Alexiévich o del escritor holandés Cees Nooteboom. La prensa de estos días no se ha referido a ellos con todos los bombos como se esperaba.
Todo el tiempo en que estuve en el puesto de Collage Editores con toda la pléyade costeña no cesé de preguntarme sobre lo presenciado.
Oí a Adriana Rosas presentar su libro biográfico Brújula de los deseos, donde cuenta sus viajes, sus experiencias, sus meditaciones. Sonó apetitoso.
Había el lanzamiento de un libro de crónicas de Paul Brito. Después de El ideal de Aquiles y La muerte del obrero, excelentes libros y que nos están diciendo que Paul es de los mejores escritores jóvenes que tenemos, ahora nos entrega esta obra.
Ramón Molinares reeditó Un hombre destinado a mentir, una novela que no ha recibido la atención que merece. Es de las mejores obras que se ha escrito entre nosotros.
Julio Olaciregui, ahora entre nosotros, presentó su última novela Pechiche – Naturae. Un título sugestivo y un mejor contenido.
Y desde Canadá, donde reside, vino Gerardo Ferro Rojas a presentar su libro titulado Cuadernos para hombres invisibles. Un libro de cuentos que se suma a los otros con los que ha ganado muchos premios este joven escritor.
Ese día y el domingo siguiente hablé sobre el cuento caribe ante un público reducido, repasé los estantes, compré algunos libros en realización y miré y oí de qué se hablaba. Lamenté no oír a Abilio Estévez, un escritor cubano de maravilla.
Todo el tiempo sin embargo me persiguió el tema del youtuber. ¿Estoy viviendo un momento histórico en el mundo de los libros y no lo sopeso lo suficiente?
Recordé como en la ficción Fernando del Dongo, el protagonista de La cartuja de Parma, estuvo en la batalla de Waterloo y no supo que estaba viviendo un momento de la gran historia. Pero nosotros, los de mi generación, estuvimos en la crisis de octubre de 1962 cuando casi estalla la guerra nuclear. Tuvimos conciencia del momento histórico que vivíamos. Nadie, medianamente informado, desconoció el gran peligro que corrimos.
Leo con atención el alud de artículos sobre el fenómeno. Algunos columnistas como Ricardo Silva aplauden que la literatura ya no será del dominio de las minorías sino de la gran multitud de lectores, y se demostrará que no ‘toda popularidad es impura’. Otros como Juan Pablo Calvás se preguntan «¿Qué le depara al mundo de la literatura cuando las nuevas celebridades de las letras nada tienen que ver con ese mundo?»
Juan Esteban Constaín nos dice un rotundo «Lo digital está arrollando las viejas formas de la civilización». La prensa tituló lo sucedido ese sábado como un colapso.